El Thyssen le reserva a partir de este 18 de febrero una sala entera a Rembrandt y su inmenso talento para el retrato, el género y el formato en los que pudo plasmar sus mejores dotes estilísticas y su filosofía humanista, donde mejor supo empatizar con el ser humano y encontrar su lugar en la Historia del Arte.
IMÁGENES: Museo Thyssen-Bornemisza / Wikimedia Commons
No hay demasiadas oportunidades de ver el grueso de la obra de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, más conocido por la primera parte de su nombre. Muchas menos de ver juntos algunos de sus mejores retratos en un solo espacio, género en el que alcanzó una maestría inmensa y fuera de toda duda. Será a partir del 18 de febrero próximo hasta finales de mayo. Una muestra pionera por lo que trae, no por Rembrandt: se centra sólo en los retratos del genio flamenco, pero enmarcado en el nicho artístico que fue Ámsterdam entre 1590 y 1670. Fueron décadas de tormenta, guerra y una creatividad inmensa, casi un siglo en el que se forjó la tradición del arte flamenco y que tuvo en Rembrandt a uno de sus mejores exponentes. Su trabajo quedará dentro de ese contexto histórico: junto a veinte de sus mejores retratos aparecerán los de otros autores contemporáneos que montaron sus carreras en esa ciudad emblemática, la Venecia del norte. En total 80 cuadros y 16 grabados, muchos de los cuales llevan muchos años fuera de Europa.
Rembrandt llegó a la gran ciudad holandesa a principios de la década de 1630, dominada entonces por Frans Hals (que vivía fuera de la urbe, en Haarlem, pero era llamado una y otra vez por la burguesía de los canales) y Thomas de Keyser. Ambos eran el modelo de artista flamenco moderno: pintaban para los comerciantes y patricios nobles obras costumbristas, retratos y religiosas en una época en la que el protestantismo ya era omnipresente en las Provincias Unidas flamencas. En esos años también llegó otro artista reconocido de su época, Bartholomeus van der Helst, que como Rembrandt llegaba para buscarse la vida como artista como hoy llegan candidatos a músicos, actores, guionistas y directores a Los Ángeles y Nueva York. Frente al modelo de los grandes reinos católicos, en los que la aristocracia y la Iglesia ejercían el mecenazgo con una saturación de obras religiosas y patricias, los holandeses se fijaron en la vida cotidiana, porque era lo que les pedían.
‘La ronda de noche’ (1642), ejemplo de “retrato colectivo”
El retrato era, tal vez, el mayor exponente de ese nuevo arte que en realidad era el mismo que el que había emanado con fuerza con el Renacimiento, pero que variaba temáticas y estilos. La psicología entraba con fuerza en la forma de retratar, algo que ya había empezado con los maestros renacentistas pero que alcanzaría su cénit en el siglo XVII, igual que evolucionó su estilo, desde la suavidad flamenca inicial hasta una difuminación y claroscuro logrado gracias a la técnica del uso de plumbonacrita (derivado del plomo) en sus óleos, y en lo que él fue único. En su época eran tan famosas las obras patriciales como las cómicas (un buen ejemplo es ‘El fumador’ de Joos van Craesbeeck, que parece sacada de una sátira de los años 60 o 70 del pasado siglo), y Rembrandt no dejó fuera ningún tema: retratos de matrimonios, de los hijos de éstos, de artesanos trabajando para los gremios urbanos, eruditos y académicos, los ricos comerciantes de Ámsterdam, grandes retratos de grupo (baste recordar ‘La ronda de noche’, que es en sí un gran retrato en movimiento) y, sobre todo, autorretratos, ya para sí mismo.
Fue en el retrato donde también encontró el relato de su propia vida. La larga sucesión de autorretratos, desde la juventud a la vejez, utilizaba los recursos que aplicó a los encargos y que son una ventana abierta a su talento, a su vida. Algunos de ellos también estarán en la exposición, donde se puede ver el largo arco creativo de un artista sin igual que convirtió el arte de mostrar la humanidad en una filosofía que merece que el Thyssen-Bornemisza le reserve sus salas.
Tres ejemplos de la representación femenina con Rembrandt: ‘Palas Atenea’ (1655), ‘Joven chica en la ventana’ (1654) y ‘Niña en un marco’ (1641)
Biografía de Rembrandt
Rembrandt Harmenszoon van Rijn, el artista más importante de Holanda, nació en 1606 en Leiden y era hijo de un acaudalado molinero. A lo largo de su vida, Rembrandt creó 300 pinturas, 300 grabados y 2.000 dibujos. A la edad de dieciocho años, se trasladó a Ámsterdam para trabajar para Pieter Lastman, un pintor conocido de la época. Seis meses después abrió su propio estudio en Leiden. Fue allí donde forjó un estilo único en el que jugaba con la luz y las sombras como nadie, lo que le valió gran fama y fortuna, lo que también le reportaba más encargos e ingresos. Fue tal su éxito que decidió regresar a Ámsterdam en 1631, y en 1634 se casó con Saskia van Uylenborch. Su estilo daba a sus cuadros un aire dramático. También se atrevió a ser creativo. Su obra más famosa, ‘La ronda de noche’, es una composición muy animada que destaca entre el resto de los retratos colectivos importantes.
Se convirtió en parte del Siglo de Oro holandés, hasta el punto encarnarlo para las generaciones siguientes. En vida conoció los dos extremos: la gloria personal y artística, convertido en maestro de decenas de pintores y grabadores holandeses, y la ruina total, hasta el punto de perder a sus seres queridos en vida y morir en la ruina. Esta parte final de su vida, a pesar de toda la gloria y fortuna, influyó en su forma de pintar en las últimas décadas, en las que hizo transiciones desde el claroscuro al éxtasis del color, de nuevo el difuminado y una visión muy personalista de los temas.. Saskia, el amor de su vida, murió y las grandes deudas de Rembrandt le obligaron a vender su casa y sus posesiones. Varios años después, su amante, Hendrickje Stoffels, y su hijo Titus también fallecieron. Rembrandt murió en 1669 en la miseria.
El estilo del maestro
Rembrandt tenía un extenso conocimiento de la iconografía clásica, pero también de las temáticas bíblicas. Como los maestros italianos, combinó clasicismo y espiritualidad, tanto en los retratos como en los paisajes, los cuadros temáticos y los grabados. Eso sí, tenía también una libertad total a la hora de crear sus obras. También demostró tener una gran empatía con la naturaleza humana. Podría decirse que ayudó a humanizar la pintura, hacerla más cercana, bajarla hacia el nivel de los humildes y con ello abrirla a todos los ciudadanos. Su labor de profeta de la sensibilidad humana se explayó tanto en el retrato (donde más se acerco al alma) como en el paisaje o la pintura costumbrista y narrativa de los encargos. Su estilo evolucionó con fuerza desde la suavidad inicial (donde jugaba con las formas) al cultivo del claroscuro de los barrocos en una segunda etapa en el que usó la plumbonacrita, en lo que fue pionero.
Dos autorretratos: el primero en dibujo a carboncillo de 1630 y el segundo, en óleo, de 1659
‘Busto de un viejo con un yelmo’ (1630)
‘Jan Six’ (1654)
‘Johannes Witenbogaert’ (1633)
‘Sabio al pupitre’ (1641)