Esta semana se estrena la 90ª adaptación al cine de una creación clásica de Edgar Rice Burroughs, todo un mito del cine pero que ha sido recreada una y otra vez con múltiples variables, desde la animación a la comedia o el cine de acción. Una película pensada para la taquilla pero que intentará darle un giro para hacerla más original.
IMÁGENES: Warner Bros
Háganse una simple pregunta: desde que son niños y tienen uso de razón, ¿cuántas películas diferentes ha visto ya de Tarzán, en blanco y negro, color o animación? Pues que sepan que el próximo 22 de julio se estrena (salvo cambios) la enésima. Porque será la número 90 (sí, ya van noventa adaptaciones al cine) de la historia original creada por Edgar Rice Burroughs para la revista de relatos pulp All Story Magazine por el ya lejano 1912. Luego la convirtió en novela (titulada ‘Tarzán de los monos’) y se hizo legendario autor con 23 novelas más. Luego tendría vida en el cómic, el cine, la televisión e incluso la radio en forma de serial escenificado. Es, de largo, uno de los textos más veces adaptado de toda la Historia junto con la Biblia, Shakespeare o los superhéroes de cómic. Y ahora vuelve de nuevo este 22 de julio con ‘Tarzán’.
El Rey (blanco) de la Selva vuelve con el cuerpo y el rostro nórdico de Alexander Skarsgard y Jane con el de Margot Robbie. Para apuntalar, Christopher Waltz, que parece estar haciendo tiempo hasta la siguiente película de Tarantino. La dirección corre a cargo de David Yates (conocido por ser el director de cuatro de las películas de Harry Potter, entre ellas las dos partes de las ‘Reliquias de la Muerte’), y lejos de innovar mucho recurre a la misma vieja historia con la misma ambientación y origen: una familia de aristócratas, un accidente, un niño que queda solo y es criado en la selva por una raza de gorilas y que se convierte en el rey por su capacidad humana y su crianza como primate superior. Eso sí, es tan blanco como la nieve, un detalle que siempre ha llamado mucho la atención y escandalizado a los puristas de lo políticamente correcto. En EEUU todavía recuerdan un monólogo de Chris Rock en el que decía aquello de “maldita sea, ¡hasta el puñetero rey de la selva africana es blanco!”.
Si lo piensan bien, estamos hablando de casi tres generaciones enteras pagando entrada o encendiendo la televisión para ver a Tarzán: son tantas las adaptaciones que casi cada década o generación ha tenido las suyas, incluyendo las más modernas y menos cercanas a la historia de Burroughs, y todas alejadas de aquellas historias fantásticas y pulp que tanto éxito tuvieron en aquellas primeras décadas del siglo XX, entre las que destacó también la de King Kong. Eran tiempos de expansión del cine y la literatura de masas, de auge de la fantasía, el género negro y gracias a la psicología de los recovecos de la mente. Las novelas siempre fueron mucho más rebeldes y subversivas que la imagen de Tarzán en el cine, donde un chimpancé, la famosa Chita, llegó a ser casi un sustituto de los hijos de aquella relación tan fuera de la realidad que se estableció con el personaje de Jane. La censura de Hollywood llegó incluso a crear un vestido hasta las rodillas para el personaje femenino en las adaptaciones clásicas.
En las novelas hay un punto de rebelión: en una Europa y Norteamérica todavía profundamente racistas, la idea de que un aristócrata inglés prefiriera vivir en la selva a gozar de su fortuna y posición era una forma de cambiar los papeles para lograr mayor efecto. Era el contrapeso a un estilo narrativo predecible, donde lo importante eran las aventuras; también fue importante, para romper con la tradición, la introducción del citado personaje de Jane, una mujer blanca con la que convive (sin matrimonio, piensen en el contexto histórico) antes de casarse. Poco después se introdujo a Korak, apodado “el Matador” y que era el hijo natural de ambos, una existencia que jamás se llevó a la pantalla (moral conservadora mediante) porque habría supuesto que mantenían relaciones sexuales fuera del matrimonio. En pantalla se utilizó la adopción para justificar la aparición del niño (Boy), y nunca alcanzó el grado psicológico de conflicto paterno-filial que sí tuvo en las novelas.
En este caso se repite el esquema: Tarzán (Alexander Skarsgård) abandona África y vive como el heredero de los Clayton como Lord Greystoke, pero no puede dejar de pensar en la selva. Ni siquiera tener de esposa a Jane (Margot Robbie) puede calmar su alma. Será el gobierno británico el que le dé la oportunidad de regresar al enviarle como emisario comercial a la región del Congo. Lo que él no sabe (giro de guión, atención) es que en realidad esta misión es una estratagema del belga Leon Rom (el Congo era colonia belga, para miseria y tristeza humana por los terribles crímenes contra la Humanidad que se perpetraron en aquellas tierras bajo su dominio) para acumular recursos, por dinero y también un poco por venganza. Lo que no saben es que Tarzán es como la caja de Pandora…. Y hasta aquí podemos leer. El guión corre a cargo de Adam Cozad y Craig Brewer , y junto al ex vampiro de ‘True Blood’ y la rubia suicida de ‘El Lobo de Wall Street’ o ‘Escuadrón Suicida’ aparecen en el reparto Samuel L. Jackson, Djimon Hounsou, John Hurt, Jim Broadbent y el siempre perverso, pulcro y caballeroso Christoph Waltz.
El filme fue rodado, curiosamente, en Inglaterra al completo, en Windsor Great Park, en Kedleston Hall, en Gales y los Leavesden Studios de Londres. La magia del cine permite recrear una de las selvas y de los mundos más hostiles imaginables para el ser humano en un país del norte de Europa experto en ser plató de cine y televisión. Y ni Alexander ni Robbie fueron las primeras elecciones: la gente está harta de remakes, pensaron, pero lo cierto es que Emma Stone renunció a ser Jane y para que uno de los mejores actores nórdicos en años se enfundaran el taparrabos primero tuvieron que caerse Henry Cavill o Tom Hardy, entre otros. Skarsgård necesitó un mínimo de cuatro meses de entrenamiento sin familiares ni amigos para poder convertirse en Tarzán, para no necesitar de CGI para los abdominales.
¿Qué hay detrás del mito de Tarzán?
Cuando Burroughs escribe la historia original todavía no ha empezado el infierno de la Gran Guerra, y para cuando ya era un personaje modelado más por el cine que por la literatura los estudios eran los que marcaban el paso, y no iban a tolerar cierto tipo de transgresiones. Crea un personaje prácticamente invencible en lo físico y moral, heroico sin fisuras, el viejo estilo narrativo anterior al cinismo eterno de las dos posguerras mundiales. Detrás de este héroe tan particular, producto del choque violento entre el mundo europeo colonial y lo desconocido explotado, podría esconderse un símbolo muy antiguo, el del ser humano criado por animales, que podría remontarse hasta la mitología griega o más concretamente a Rómulo y Remo en la iconografía romana. Es además un transgresor que prefiere vivir en la selva hostil antes que en el mundo civilizado, con lo que eso supone.
También bebe de las fuentes del mito del “buen salvaje” y que tendría una modernización: el salvaje criado fuera de la civilización no adquiere sus vicios, y es, supuestamente, más noble, algo que queda reflejado en la personalidad de Tarzán. Y antes de él no hay que olvidar el personaje de Mowgli de ‘El libro de la selva’ creado por Rudyard Kipling ya en 1894. Pero en el caso de Burroughs hablamos de un personaje mucho más apegado a los mitos raciales de su tiempo: fue creado antes del desastre europeo, cuando nuestro mundo era el “faro del mundo” y el darwinismo social y el racismo eran parte intrínseca de la visión que se tenía de las tierras desconocidas. Básicamente colonialista, en la que un hombre blanco parece superior incluso a las tribus adaptadas al medio que llevan milenios allí. Sí existe un valor moral más moderno: Tarzán protege la selva de la explotación de esas mismas maquinarias imperiales a las que pertenece por origen. Quizás ésa fuera una de sus mejores aportaciones a la cultura de masas.
Edgar R. Burroughs y la portada de la primera publicación sobre el personaje
Adaptaciones al cine y otros medios
Si hacemos caso a la Internet Movie Database, la nueva versión será la número 90 de todas las que se han hecho, sólo en el cine, desde la primera de 1918 (hace casi un siglo) y la de 2010. El primer Tarzán fue Elmo Lincoln en la versión muda posterior a la Primera Guerra Mundial. No sería hasta los años 30, con el cine sonoro, cuando el mito del Tarzán del cine se asentara gracias a Johnny Weissmüller, un nadador olímpico que sería, casi para siempre, el verdadero Tarzán de cientos de tardes de fin de semana en el televisor. Una curiosidad: el grito fue original de esos filmes. Y otra cuestión polémica: frente al aristócrata que aprendió inglés y francés, y modales, de las novelas de Burroughs, éste parecía un aletargado buen salvaje con apenas conocimientos de habla. En 1959, cuando ya el mito languidecía, el actor Gordon Scott se atrevió a retomar la historia original con acento inglés. Además de Weissmüller han interpretado a Tarzán otros 21 actores, muchos de ellos en paralelo durante los años 30, 40, 50 y 60. La adaptación seria más cercana fue la de Christopher Lambert en 1984 en ‘Greystoke, la leyenda de Tarzán’.
En cómic la primera adaptación fue a cargo de Harold Foster en 1929, basada en la primera de las novelas de Burroughs. Rex Maxon recogería el testigo todos los domingos en tiras de viñetas para prensa en 1931. No sería hasta Burne Hogarth (1936) cuando Tarzán pasara a ser un dinámico héroe incluso anterior a Batman y Superman. Suya sería, en 1972, la edición más importante de todas, en tapa dura, de gran éxito y traducción a decenas de idiomas y que hoy es considerada una de las primeras novelas gráficas del siglo. En la radio también hubo adaptaciones en forma de seriales en los años 30 y luego en los 50.
Y en TV el icono ha tenido muchas vidas: en 1958 en tres episodios interpretados por Gordon Scott, que sin embargo no vio la luz. No sería hasta los años 60 cuando por fin encontraran el ritmo con Ron Ely en dos temporadas completas, y luego en formato de dibujos animados. En los 80 y 90 hubo más adaptaciones, cada vez más previsibles, incluyendo la serie de Disney entre 2001 y 2003 salida de la propia película de los 90. Tampoco hay que olvidar la parodia ‘George de la Jungla’, que tuvo dos películas basada en la serie de animación de los 60 homónima, y de la que también se hizo una serie de TV en 2008.