El pasado febrero nacía para el público ‘La víspera de casi todo’, la novela con la que Víctor del Árbol ganó el Premio Nadal y que le consagra como uno de los autores del momento, con cuatro ediciones ya de este novelón. Pero este escritor es mucho más que un premio o un libro; sólo ahora surge ante el gran público un autor que promete ser uno de los grandes.
IMÁGENES: Wikimedia Commons / Editorial Destino
De vez en cuando aparecen escritores que parecen emerger como lava de volcán, con fuerza y de improviso. Pero la metáfora volcánica es mucho más fidedigna: una erupción visible es el resultado de muchos años de acumulación de energía, tensión y presión bajo la montaña, no ocurre de improviso y de forma casual, es el resultado de la fuerza del magma ascendente. Víctor del Árbol es algo parecido: ahora el mundo lector descubre a un autor que ya lleva cuatro ediciones (en España eso es un milagro) de ‘La víspera de casi todo’, publicada por Destino y Premio Nadal. Acuérdense de su nombre y de la fecha, porque la leerán en el futuro en muchas reseñas biográficas. Pero Del Árbol es como ese volcán, llevaba muchos años acumulando presión y energía antes de liberarse a la vista de todos.
Quien acudiera en años anteriores a la Semana Negra de Gijón o a otras citas similares quizás pudo cruzarse con Víctor, definido por muchos otros escritores como “gran escritor y mejor persona”, un tipo amable, de buenas intenciones y con una vida peculiar acunada entre la cocina donde le enseñó a leer su madre, las bibliotecas, la universidad y los Mossos d’Esquadra donde trabajó durante años. Y sobre todo una obsesión que lo condiciona todo: ser escritor, su sueño desde hace años, un abismo insondable que es, de largo, el peor y el mejor oficio del mundo. Escribir en España es una cadena de eslabones amargos donde Del Árbol se tiró a la piscina con la fe inquebrantable del loco que cree ver agua donde sólo hay vacío. Pero funcionó. Porque talento no le sobra y el volcán, diez años después de tomar la decisión de dedicarse a escribir en serio, sigue acumulando magma y energía. Una de sus frases repetidas lo deja claro: “Admiro a la gente que lucha por sus sueños”.
Del Árbol ya había despuntado antes en Francia, nación lectora como hay pocas en el mundo y donde el autor ya es una firma conocida. Habla francés y eso abre muchas puertas, tanto como su estilo tan particular, sencillo pero sin caer en la simpleza, del que ya dio muestras en una de sus anteriores novelas, ‘De la tristeza del samurái’, con más de 200.000 ejemplares vendidos en Francia (cifras quiméricas a este lado de los Pirineos), país que le ha recibido con los brazos abiertos y coronado con varios premios antes de que el Nadal se fijara en él.
Víctor del Árbol con Paola Barboto en un festival de literatura en Francia, país donde el escritor es uno de los preferidos del público francés, de los más lectores del mundo
Una mente sensible y abierta que por experiencia vital ha pasado por muchos territorios (colaborador de prensa, policía…, muchos mundos visitados que dejan marca) y que sintetizó parte de su visión en las 416 páginas de ‘La víspera de casi todo’. Desde que Destino la publicara oficialmente el 9 de febrero ha empezado con esa labor de peregrinar de una presentación a otra, un periplo que se puede seguir a través de su cuenta de Facebook. Escribía hace muy poco en su cuenta el autor que ya sonaban “los tambores, y empiezo a sentir ese cosquilleo en las manos, el latido del corazón que se hace un poco más fuerte, las ganas de volver otra vez al camino, las mismas ilusiones, las mismas energías. Los mismos anhelos”. Una consagración que corona el ascenso de una voz narrativa que aunque todos se empeñan en encuadrar en el género negro en realidad lo trasciende, saltan de uno a otro construyendo su particular mundo. En ‘La víspera de casi todo’ el crimen sólo es el chispazo inicial, la excusa para arrancar hacia otro lado.
Del Árbol construye esta novela alrededor de un pequeño pueblo gallego y de dos personajes que convergen en este particular fin del mundo humano donde las personas luchan por no resignarse y que “son como árboles que tienen las raíces en el agua, no tienen a que aferrarse excepto el pasado”. Para él la novela tiene un espíritu parecido al que inmortalizó una frase de Beethoven luego pronunciada con fuerza por Gary Oldman cuando le interpretó: “Esta es la calma antes de la tormenta”. Según Del Árbol la novela recoge ese momento anterior a la fuerza devastadora de la tormenta, cuando todo es páramo y “uno ve amanecer y ve el sol y piensa que todo es posible”.
En una entrevista a la web El Placer de la Lectura argumentaba que hay que “partir del tópico para romperlo. En cuatro páginas hago el prototipo de novela policiaca al uso pero lo convierto en una distopía para llevarlo a la realidad”. Precisamente la novela arranca con un camino que nace del final de otro, dando pie a una historia divergente con la esperada. Se define a sí mismo como escritor de personajes más que de tramas, la naturaleza humana inserta en cada perfil individual, la identidad de cada cual. Sin embargo en sus novelas siempre hay lugar para la reminiscencia de ese género en el que arrancó y que conoce muy bien.
Buenos ejemplos son sus anteriores novelas. La primera fue ‘El peso de los muertos’ (Editorial Castalia, 2006), historia sobre la memoria y sobre el modo en que construimos el pasado según nos conviene. Noviembre 1945: Nahum Márquez va a morir en el patíbulo. Noviembre 1975: Lucía regresa a Barcelona desde el exilio con las cenizas de su padre y con los fantasmas que la esclavizan. Franco agoniza, y con él una España que encarna el comisario Ulises, dispuesto a una última batalla con su propia decrepitud, a manos de una España emergente, la de Gilda y sus amigos que nada le deben al pasado excepto, quizá, una pátina de romanticismo. El encuentro entre Lucía y el comisario, temido pero inevitable, enfrentará dos mundos, el de los vivos y el de los muertos que viven a lomos de estos.
A esta siguió ‘La tristeza del samurái’ (Editorial Al revés, 2011), dos tramas se desarrollan de forma paralela; una en Extremadura en el año 1941; la otra en Barcelona en 1981. Un crimen cometido durante la posguerra española produce consecuencias en tres generaciones de la familia Alcalá y en aquellos que se han cruzado en sus vidas durante cuarenta años. Complots, secuestros, asesinatos, torturas, violencia machista, son algunos ingredientes de esta fantástica novela. Con un estilo descriptivo pero no por ello lento, el autor narra los acontecimientos ocurridos y poco a poco va entrelazando los personajes de ambas tramas, entrando en la psicología de cada uno de ellos… Y en 2013 apareció ‘Respirar por la herida’ (Editorial Al Revés), que orbitaba alrededor de la idea del azar y el efecto que tiene en la vida humana, cómo puede que nos arrebate lo que amamos pero que sirve de excusa para muchos para no afrontar que somos hijos de nuestras decisiones. Eduardo, un pintor para quien nada tiene sentido tras la muerte de su mujer y su hija, vive atormentado por esa duda hasta que una famosa violoncelista, Gloria Tagger, le encarga el mayor reto de su vida: pintar el retrato de Arthur, un empresario de pasado incierto. Con cada pincelada, Eduardo va abriendo puertas que habría sido mejor mantener cerradas, pero que, una vez abiertas, nada ni nadie podrá volver a cerrar.
Y en 2014, ya con Destino, apareció ‘Un millón de gotas’, una auténtica piedra de toque dentro y fuera de España. La trama se centra en Gonzalo, un hombre corriente que ama a su familia, ejerce de abogado y aparentemente es un ser transparante. Uno más. Pero en un mundo sin inocencia es imposible que no haya alguna doblez. Tras recibir la noticia del suicidio de su hermana Laura, con la que la unía una profunda relación en la niñez que se truncó al hacerse mayores, hasta el punto de perder por completo el contacto, Gonzalo deberá volver a su pasado, al de su padre Elías, que siempre ha mantenido bien guardado. Ese viaje del abogado nos llevará de la mano desde los tiempos de las grandes utopías en la Unión Soviética en los años 30 a la Guerra Civil, los campos de concentración de Francia, la II Guerra Mundial y la resistencia interna en la posguerra franquista. La novela, con esos periplos como excusa, se transforma en un mapa de la condición humana y de cómo construimos la memoria, no la recogemos.
‘La víspera de casi todo’
“A través de la cortina de listones de su despacho, Ibarra observa la calle desierta con sus pasos de peatones, que brillan reflejando los cambios de color de los semáforos sin nadie que los cruce. Hay algo fantasmagórico en esta quietud lunar y fría, en esta soledad. Cada franja horaria tiene su carácter y sus habitantes; es como si las horas avanzaran hacia un horizonte que nadie puede ver, ajenas a la voluntad de quienes las habitan. Antes le gustaba la noche porque no hay sombras en ella. Todo estaba claro en la oscuridad. Él y los otros, el resto del mundo, separados por una membrana invisible pero impenetrable. Ahora no. Ahora le asusta pensar tanto, tener que cubrir el silencio del ambiente con los ruidos de su cabeza”. Así son los primeros compases de ‘La víspera de todo’.
La obra gira alrededor de un policía hastiado y desencantado con reminiscencias de novelas de Zola: a Germinal Ibarra le persiguen los rumores y su propia conciencia. Hace varios años que decidió arrastrar su melancolía hasta una comisaría de La Coruña, donde pidió el traslado después de que la resolución del sonado caso del asesinato de la pequeña Amanda lo convirtiera en el héroe que él nunca quiso ni sintió ser. Pero el refugio y anonimato que Germinal creía haber conseguido queda truncado cuando una noche lo reclama una mujer ingresada en el hospital con contusiones que muestran una gran violencia. Una misteriosa mujer llamada Paola que intenta huir de sus propios fantasmas ha aparecido hace tres meses en el lugar más recóndito de la costa gallega. Allí se instala como huésped en casa de Dolores, de alma sensible y torturada, que acaba acogiéndola sin demasiadas preguntas y la introduce en el círculo que alivia su soledad. El cruce de estas dos historias en el tiempo se convierte en un mar con dos barcos en rumbo de colisión que irán avanzando sin escapatoria posible.
Una vida peculiar: de policía a autor
Víctor del Árbol lleva en realidad bastante tiempo dando “tumbos” y aciertos en su vida: funcionario de los Mossos de la Generalitat hasta hace bien poco (porque un escritor, en España, tiene que tener siempre otro trabajo o se morirá de hambre y llevar placa forja y abre muchos mundos), acunado en la Universidad de Barcelona, donde estudió Historia, trabajador de la radio catalana… hasta que abrazó su verdadera pasión. Y ahí sí que llegaron las dianas: Premio Tiflos de Novela en 2006 con ‘El peso de los muertos’ (Editorial Castalia), su primera novela publicada, y posteriormente Premio Fernando Lara en 2008 con ‘El abismo de los sueños’ (no publicada).
Posteriormente apretó el acelerador: en 2011 publicó ‘La tristeza del samurái’ (Editorial Alrevés), primera demostración de que Víctor tiene toque para la calidad y la cantidad, un gran libro de éxito traducido al holandés, polaco, rumano, hebreo, italiano, francés (donde se ha convertido en autor de éxito y best-seller), portugués, chino e inglés. El círculo virtuoso. Francia se rindió ante él: con esta novela ganó el Le Prix du polar Européen en 2012, el Prix QuercyNoir y el Premio Tormo Negro en 2013. Ese mismo año publicó con la misma editorial ‘Respirar por la Herida’, finalista en varios premios literarios en España y Francia. En 2014 llegaba otra campanada (quinta edición incluida), ‘Un millón de gotas’ (Destino), elegida Mejor Novela por la asociación de ‘bloggers’ de España Creatio Club Literario; III Premio Pata Negra Ciudad de Salamanca 2015 y Le Gran Prix de Littèrature Policière 2015 en Francia. Y finalmente, el Nadal. La corona ¿final?