De graffitero a Robin Hood del arte urbano y posmoderno, mito visual, crea escuela y extiende su influencia: Banksy.
No hacen falta muchas excusas para hablar de Banksy, de cómo el graffiti se convirtió en algo más que eso tan molesto para las mentes bienpensantes (o no pensantes). Por decirlo así es el símbolo de la reivindicación del arte surgido en los callejones, con el spray en una mano y la ironía en la otra, si bien no todos los que tiran de este subgénero artístico son realmente artistas. Su caso va más allá de otros nombres como Basquiat, es, más bien, el santo y seña posmoderno, identidad anónima incluida, del arte urbano “oficializado” por su potencial, sus fans y su influencia.
Lo cierto es que de pintar graffitis a escondidas a exponer en la Tate de Londres hay un salto a veces muy pequeño. Ahora son legión sus seguidores y reproductores de su obra en todo el mundo. Incluso los canales de televisión, como la Fox, que le encargó una cortinilla de entrada para los Simpson y terminó creando una bomba subversiva que denuncia los excesos del capitalismo en el tercer mundo.
Su influencia es tal que en ferias como Arco ya empiezan a surgir artistas que le siguen en su particular estilo que mezcla estilo casi fotográfico con el trazo del dibujo y una finísima ironía, que es en realidad lo que más le acerca al arte y le hace más peligroso. Sin embargo, el apoyo de actores de cine como Angelina Jolie y el de instituciones culturales británicas como la Tate Gallery y muchos críticos del mundillo del arte, le han convertido en algo intocable, si bien todavía no se ha sabido quién es realmente, siempre encapuchado y trabajando protegido o de noche. Cuando expuso en el Museo de Arte Contemporáneo (MOCA) de la ciudad del sur de California, consiguió atraer a más de 200.000 personas como testigos de una muestra con mucha dosis de ironía y provocación. Una vez más, colocarse en el margen mismo de lo oficial es una virtud en sí misma, aunque no todos han alcanzado su categoría.
La clave de Banksy, además de ser pionero y abrirse al eterno show business que hay alrededor del arte hoy en día, es jugar con símbolos y claves que están presentes en la cultura pop y en el infinito posmodernismo desquiciado que marca nuestro tiempo cultural. Darle la vuelta al significado es un truco que conocían los griegos y romanos, pero lo usaban, curiosamente, para la comedia y el humor. Banksy repite ese mecanismo, coge un soldado israelí y lo pone de cara a la pared mientras una inocente niña desarmada le cachea. Es una forma de reírse de la realidad y darle esa vuelta de tuerca que realmente le ha hecho famoso y admirable, un promotor de un tipo de arte urbano que supera su condición de marginalidad urbana para ser algo más, para proponer algo más. Es, por así decirlo, la parte más aceptable de esa fuerza surgida de los barrios y guettos de las modernas megalópolis, que se tradujo en la música en el hip-hop y el punk, en los graffitis y en otros aspectos que se resumen en Banksy.
‘Soldier pat down’
Dos ejemplos de dos puntos de vista. Primero David Trueba, hombre orquesta que se columpia entre ser guionista y director de cine, además de escritor y columnista, le resumía así no hace mucho: “Su obra consiste en grafitis callejeros, esculturas urbanas o acciones de arte guerrilla como colgar cuadros propios en exposiciones de prestigiosos museos o plantar en Disneyland un muñeco disfrazado de preso de Guantánamo. La simpatía que concita va unida a un sello que sacude la placidez de elementos de la cultura popular: policías morreándose, artistas de Hollywood junto a antidisturbios, ratas a los pies de imágenes idílicas” (‘El País’). En el resto del artículo, y de fondo, había una crítica implícita a lo que Trueba, como muchos otros, consideran que en realidad la actitud guerrillera de Banksy es una pose para darse más publicidad. Más bien su papel ha sido el de pionero del arte urbano sin límites ni fronteras, una forma de expresión tan digna y grande como cualquier otra y que busca, igual que lo hizo el cómic en los años 90 y esta primera década del siglo, su lugar en el mundo de la cultura.
En el otro lado, el colectivo Loudart (www.loudart.es) escribía lo siguiente sobre Banksy: “desafortunadamente un buen número de obras en la calle desaparece en poco tiempo. Hoy en día, es más fácil que no se lleguen a perder del todo, gracias, por ejemplo, a poder sacar una fotografía con el móvil y compartirlo a través de internet. Evidentemente la estética de la obra juega un papel importante para que el mensaje cale y quede en la mente de la gente. Loudart quiere poner su granito de arena a la causa y prolongar la vida del mensaje, la historia detrás de la obra, que creemos es lo importante. Utilizamos plantillas y spray sobre lienzo para que se disfrute y comparta con quien se quiera”. Es decir, que el británico se ha convertido ya en espejo en el que mirarse, un modelo a seguir de una parte de la sociedad que se considera abandonada por el sistema. Por lo menos que sea así, con arte, antes que con violencia.
Obra de Banksy en EEUU
Y Banksy hizo cine
El hombre sin rostro, el genio que estaba en el lugar adecuado (Reino Unido) en el momento oportuno (principios del siglo XXI) con el talento necesario (lo tiene, lo tiene) para convertir el graffiti y el movimiento estético urbano en una forma de arte. Sólo en un país donde el poder privado es mecenas por naturaleza, o donde el poder público tiene la obligación moral de serlo, puede un periférico como Banksy, anónimo completo, ser un icono vivo. Tanto como para que su estilo haya cruzado fronteras de todo tipo, pasando a ser motivo de decoración en bares, hoteles y clubes, pero también carne de cine, de televisión, de muchas fuentes que beben de él.
‘Exit Through the Gift Shop’ vio la luz el año pasado en el Festival de San Sebastián después de un largo periplo por otros festivales. San Sebastián no fue la primera: antes pasó por Sundance, en la Sección Oficial de Berlín y en Deauville. Es, además, la historia que Banksy ha querido contar para el cine. Esta “salida a través de la tienda de regalos” (traducción literal) es la historia de Thierry Guetta, un excéntrico comerciante francés afincado en Los Ángeles, aficionado a grabar todo lo que ocurre a su alrededor. Un día decide ponerse tras la cámara para realizar una película sobre el arte urbano y algunos de los más célebres artistas del street art, entre los que además de Banksy se encuentran artistas como Invader o Shephard Fairey. En medio de la grabación, Banksy decide darle la vuelta a la cámara y grabar a Guetta, quien alentado por el propio Banksy se adentra en el fascinante mundo del arte urbano con el alias de Mr. Brainwash.
‘Stop and search’ y ‘Happy choppers’
¿Quién se esconde detrás de la capucha?
Se cree que nació cerca de Bristol, que es un hombre blanco inglés de entre 28 y 35 años, un exrapero al más puro estilo británico (violento y condescendiente), aunque es difícil saberlo. Resumido en textos su estilo, se podría definir como “trabajo satírico sobre política, ética, moral, cultura y racismo, que combina escritura con graffiti con el uso de estarcidos con plantilla. Recuerda en algunos temas con otro creador, Blek le Rat, muy conocido en el París de los años 80, cuando aterrizó la fuerza de la calle a Europa. En una de las entrevistas reconoció esa influencia. Comenzó su obra en las calles de Bristol, su ciudad natal, entre 1992 y 1994, para luego saltar a Londres, donde en el 2000 organizó una gran exposición. Y desde la capital inglesa, al mundo. Vende muchas de sus obras creadas fuera de la calle, y también ha trabajado para Greenpeace (sin cobrar) y para la MTV o Puma (cobrando). Su agente es el marchante Steve Lazarides, que vende piezas a partir de 25.000 libras.