Que un virus no te derrote. Con ese planteamiento y jugando con la ventaja de los plazos de tiempo una vez instalados en la “nueva normalidad”, la Semana Negra arranca desde hoy en Gijón y hasta el 12 de julio, en una nueva ubicación para respetar las medidas de seguridad sanitaria y evitar masificaciones. Será en el Centro de Cultura Antiguo Instituto, sin feria, sin multitudes pero la misma carga de literatura.

Puede incluso que más. El caparazón popular que siempre ha tenido la Semana Negra de Gijón, especialmente en los últimos años, con una feria festiva en paralelo (literalmente la parte literaria ha vivido incrustada en la feria), ya no estará presente, por lo que toda la atención se centrará en los libros, cómics y proyectos culturales que han nacido en los últimos años en esta particular feria. Como recordaba el rotativo El Comercio es la 14ª mudanza de un evento en perpetua amenaza de cierre por múltiples motivos, desde los logísticos a los económicos pasando por los encontronazos con la “autoridad competente” por la carga progresista que siempre ha tenido la Semana Negra. Cuando no era el Ayuntamiento era la Universidad, y si no, el gobierno del Principado.

Pero este festival ya se parece a un veterano Marine curtido: el coronavirus y sus consecuencias sólo es una cicatriz más que han solucionado con un respeto escrupuloso a las medidas de seguridad y reinventándose una vez más. Tiene además un guiño a uno de los suyos, Luis Sepúlveda, fallecido por las complicaciones físicas del coronavirus; Sepúlveda fue un clásico de la Semana Negra, hasta el punto de terminar creando su propio certamen literario al calor del principal, que este año cumplirá 33 ediciones. La organización ha duplicado: habrá un programa presencial, con medidas sanitarias obvias, y un programa en streaming para el resto del mundo, con lo que es posible incluso que alcancen a más gente que nunca.

Uno de los sacrificios más dolorosos para los organizadores es la supresión del Tren Negro, una tradición ferroviaria por el norte de España que por seguridad será cancelado. Sólo por esta vez. Lo que no desaparecen serán los premios literarios, que se mantienen. Respecto a los contenidos, constreñidos por las circunstancias, todavía está el programa en preparación, pero una exposición podría estar dedicada al fotógrafo José Luis Montilla, fallecido este mismo año y que retrató miles de veces el certamen. Es muy posible que la lista de autores se restrinja, pero el programa completo no se publicará hasta mediados de junio. Por ahora ya hay cartel: el de este año es obra de la italiana Lorena Canottiere.

El cambio supone además ganar espacio gracias a una plataforma online que hará de altavoz de lo que ocurra en las salas y espacio del Centro de Cultura Antiguo Instituto, más pequeñas que las carpas utilizadas hasta ahora y que tienen el efecto perverso de enjaular lo que se dice a un puñado de salas, dejando fuera al resto de público. Lo que se ganaba con la sede anterior de la Naval (mucha gente que pasaba y se quedaba a escuchar) se conservará ahora con una dimensión virtual novedosa. Para controlar el aforo esta vez habrá que contar con entradas que serán distribuidas gratuitamente online; se hace así para saber exactamente cuánta gente estará presente y poder cumplir con las medidas de seguridad, impuestas por la autoridad sanitaria. Por el momento ya es obvio que se asistirá con mascarillas, hidrogel y un control estricto de las distancias de seguridad. El horario será más reducido: de 18 a 22 horas (aunque con los conciertos se extenderá más y siempre habrá trasiego mañanero en la Calle Tomás y Valiente por la feria de libros).

Una de las pérdidas presenciales serán los autores internacionales, que por el cierre de fronteras y las cuarentenas (incluyendo las de sus propios países) no podrán estar físicamente, pero algunos podrían hacerlo virtualmente gracias a la plataforma online. Sí está confirmada la presencia de varios autores españoles, que para entonces ya podrían viajar entre provincias. Otro cambio más: los libreros, que montaban hasta ahora sus stands justo al lado de las carpas, pasarán ahora a la calle Tomás y Valiente, en una estructura pensada para cumplir con las medidas sanitarias. Eso sí, tendrán que reducirse a sólo 20 libreros frente a las tres decenas de años anteriores. Tampoco habrá presencia de niños en el certamen, que hasta ahora contaban con espacios propios. Lo que no se ha eliminado son los conciertos, más reducidos y que obligarían a prolongar la hora de cierre señalada.

Arriba, la nueva sede de este año para el festival, el Antiguo Instituto de Gijón; abajo, cartel de la edición de este año