Ni Javier Marías, ni Philip Roth ni Murakami (habrá que seguir esperando): la bielorrusa Svetlana Alexievich, escritora y periodista, ha sido la ganadora del Premio Nobel de Literatura de 2015.
Según el jurado se debe a “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y coraje en nuestro tiempo”. Poco conocida fuera de la región cultural rusófona y eslava del este, quizás su piedra de toque literaria sea ‘Voces de la Utopía’, un reflejo coral de cómo era la vida en la antigua Unión Soviética, así como el proceso humano de la catástrofe de Chernóbil o la década perdida de los rusos en Afganistán durante los años 80. Su estilo narrativo es bastante original (pero no nuevo), consistente en esa “polifonía”, un mosaico de voces y opiniones de diversos testigos o personas para crear un dibujo global. Para los académicos suecos se trata de todo un nuevo género literario, aunque algo parecido utilizó Vassily Grossman en el pasado para crear sus monumentales crónicas del horror de la Segunda Guerra Mundial.
Las lenguas eslavas, y por extensión la bielorrusa (estrechamente emparentadas), ya tienen un nuevo Nobel, y sobre todo una mujer, toda una minoría dentro de la larga lista de autores que han sido premiados en el último siglo. El premio no sólo llega a una voz diferente, sino a una gran cronista de su tiempo y su esfera cultural, la eslava oriental. De todos los premios de esta institución sin duda son siempre los más subjetivos. No hay que olvidar que el comité Nobel dejó sin premio a escritores y escritoras mucho más convincentes en su trabajo que otros (sólo en lengua española habría que citar a Borges y Delibes), pero apostar por una voz femenina es todo un logro en un oficio que suele estar dominado en exceso por varones. No hay un género escritor y otro que no lo sea, y la balanza se compensa.
Alexievich es ucraniana de nacimiento y bielorrusa de crianza; vio la luz en 1948 y ha estado ligada al mundo académico desde su educación familiar. Se graduó en periodismo en la Universidad de Minsk y durante unos años compaginó su labor periodística con la enseñanza. Pero su amor por la obra del escritor bielorruso Alés Adamóvich hizo que finalmente se decantara por las letras. Esto dio como resultado un estilo y una obra literaria muy influenciada por la narrativa periodística, una marca que sí marca diferencias, por ejemplo para su capacidad para ver la realidad desde un punto de vista más realista.
Alcanzó notoriedad con ‘La guerra no tiene rostro de mujer’, publicada en 1983 y que se centra en el papel de las mujeres rusas durante la Segunda Guerra Mundial, en el frente y en la retaguardia. Una obra que sólo pudo ver la luz gracias a la ligera apertura de la Perestroika y que incluso tuvo que luchar contra viento y marea en su formato de obra teatral, con continuos intentos de censura. Otros de sus títulos más notables son ‘Los chicos de cinc ‘(1989), ‘Cautivados por la muerte’ (1993) y la única que ha sido traducida al español, ‘Voces de Chernóbyl’ (1997) y que es una de las razones de su Nobel; y las últimas, ‘El Tiempo de segunda mano. El final del hombre rojo’ (2014).