Neil Young publicó el pasado 7 de junio ‘Tuscaloosa’, un directo de 1973 rescatado de sus largas giras por EEUU, concretamente del concierto que dio en la Universidad de Alabama junto a los Stray Gators.

Este concierto formó parte de la gira ‘Times fade away’ que realizó en aquel año, cuando Young ya despuntaba y era un joven músico subido al último coletazo de la contracultura surgida en los 60 y que en los 70 recorrió EEUU. Young formó parte de una ola que descolocó al país y a la música, con el rock como bandera, desde los experimentos psicodélicos al rock sinfónico. Él, como Dylan y otros, prefirió un camino propio, como demostró con la publicación no hace tanto de ‘Hitchhiker’, un inédito de 1976. En un ejercicio entre la nostalgia y la recopilación de vejez, Young rescata todo su material para publicarlo y que quede en los archivos y en manos de los melómanos.

Hay dos tipos de músicos, los que viven por la fama y fortuna que generan sus carreras, y custodian su legado o su profesión como una gran campaña mercantil, y los que aprovechan esa fama y fortuna (más o menos grande, eso ya depende), para proyectar algo. Pueden ser sensaciones, ideas, una determinada visión social o cultural… Neil Young es uno de los del segundo grupo, un contemporáneo tardío de Bob Dylan que supo construir su propio camino con herramientas parecidas y ejercer también de “bardo” moderno, cantando las miserias políticas y sociales de EEUU, siempre del lado de los que quedaban de lado en la maquinaria del sueño americano, hoy ya diluido y carbonizado.

Y eso que en realidad es canadiense, pero pocos han logrado galvanizar ese espíritu norteamericano como él. Young fue especialmente activo en los años 70, cuando era un ariete joven que no paraba de trabajar, y que compuso un álbum perdido y maldito, porque no vio la luz, ‘Hitchhiker’, y que ahora finalmente se publica el 8 de septiembre. Prolífico, de izquierdas, influyente, capaz de enajenar a las bandas de música de derechas del sur de EEUU (‘Sweet Home Alabama’ de Lynyrd Skynyrd nació como respuesta a otras canciones de Young, por ejemplo), maestro del folk, cantautor, siempre a su aire, pero sobre todo imprevisible. Olvídense de las carreras ultra programadas de los músicos actuales.

Young volaba libre y punto. Siempre con la guitarra y el potencial acústico y de sus directos, ya fuera con sonido eléctrico o más suave y solitario. Desde los 60 hasta hoy ha tocado todos los géneros posibles, desde el rock eléctrico al country pasando por el blues, el folk o incluso el soul. Y la voz, muy particular, nasal, que igual que el característico sube y baja de Bob Dylan, forma parte ya de su legado sonoro. Lo que llegará por fin al público como un todo, por fin, es un recuerdo de cómo era el Neil Young de los 70, con un sonido muy particular que con los años fue modelándose, perdiendo fuerza o ganándola, en función de los gustos musicales de cada uno.

El canadiense imprevisible

Neil Young (Toronto, 1945) se crió en casa de periodistas amantes de la música, y con 14 años ya tocaba la guitarra, que le acompañaba a todos lados. Obsesionado con la música, no logró ser un buen estudiante y se concentró en su pasión, especialmente a partir de la creación de sus primeras bandas, donde versionaba lo que tenía a mano, desde los Beatles a Elvis Presley. Su madre le empujó cada vez más hacia el plan profesional: si vas a hacer esto, tómatelo en serio. Así saltó de los clubes de Winnipeg a Toronto, y de ahí a California, donde creó con otros Buffalo Springfield, uno de los grupos pioneros en fusionar el rock con casi todo (folk y country sobre todo).

Hubo que esperar a 1969 para que Young volase en solitario con un disco homónimo que fue el estallido de salida a su carrera libre. Fue entonces cuando llegaron ‘Everybody knows this is nowhere’ (1969) y otros álbumes, donde se alió con la banda Crazy Horse para empezar con unos años 70 que le encumbraron. Entre medias se unió a David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash para crear un cuarteto único que nos legó ‘Deja Vu’ (1970). Para entonces Young ya era el máximo referente contra el sistema, el racismo, el militarismo y esa recalcitrante América conservadora que ahora desfila por el Sur con esvásticas.

Ese espíritu le llevó a crear en 1972 ‘Harvest’, su mayor éxito comercial, un extraño caso de confluencia de crítica y público en una carrera marcada por la mala relación de Young con la industria de la música. No compone para vender, sino para influir. En los 80 hubo un bajón considerable, donde colaboró (para mal) con el productor Geffen, y que le hizo regresar con Reprise en los 90 para recuperar parte de su tono con ‘Freedom’ (1989) y ‘Ragged Glory’ (1990), ‘Harvest Moon’ o ‘Mirror Ball’ (1994), donde grabó nada menos que con Pearl Jam de colaboradores. Desde entonces se ha dedicado a experimentar y volar aún más ecléctico, libre de toda carga y convertido en una leyenda musical que, literalmente, hace lo que le da la gana.