Tarantino tiene una peculiaridad: es extremadamente fiel a sí mismo, y eso es un valor escaso hoy en día; con ‘Django desencadenado’ no se ha dejado llevar y es Tarantino 100%, y una gran película con algún altibajo, pero merecería tener un Oscar al mejor guión. Así que, escojan el día del espectador para verla. Lo merece. 

No vamos a destripar el final, pero sobresalen, sobre todo, cuatro actores: Leonardo di Caprio, que da vida a uno de los mayores hijos de p*** que pueda uno imaginarse; Christoph Waltz, que vuelve a ser aquel oficial nazi de ‘Malditos bastardos’ pero en el lado contrario, no deja de ser ese papel de europeo elegante, verborreico y civilizado que no duda en matar sin compasión ni emoción alguna; y finalmente, un punto por debajo de los otros dos, estarían Jamie Foxx y Samuel L. Jackson, que dan vida a dos modelos de afroamericano muy bien definidos y enfrentados.

Di Caprio. Ha demostrado que es un gran actor: en la pantalla le ves a él, pero no es él, tiene que ser un perfecto y sádico villano de libro que tiene todas las reminiscencias de lo que era la brutalidad de los negreros y aquel Sur de América lleno de injusticias y salvajismo. El guión de Tarantino se esmera mucho en su personaje, Calvin Candy, dueño de una plantación en la que transcurre media película. Alrededor de este personaje se crea un universo perverso que tiene mucho de sadismo y en el que él es fundamental, desde su exagerado amaneramiento aristocrático hasta los ataques de ira. Sombreros fuera porque aquel niñato de ‘Titanic’ ya es un hombre y con más registros de los que uno imagina.

La pareja formada por Waltz y Foxx. En la pantalla tiene buena química, como un maestro y su alumno, una gran alianza de beneficio mutuo a partir del esclavismo en la que el civismo perverso del centroeuropeo se une a la naturalidad y dureza por castigo del esclavo liberado. Foxx no está al nivel que tuvo en ‘Ray’, desde luego, pero no desentona y sus caras de granito son perfectas para Django, que pasa del rostro pasmado del principio a ser casi un remedo de Waltz con un toque de chulería en la parte final.

De izquierda a derecha: Di Caprio, Waltz, Samuel L. Jackson y Jamie Foxx

Samuel L. Jackson. Sorprende, y mucho, con un papel de esclavo servil al blanco, una nueva versión del Tío Tom, tan despreciado por los afroamericanos, y que se gana a pulso al espectador, incitando a tanto odio como el propio Di Caprio. Juntos forman una dupla que se mide a la de Waltz-Foxx a la perfección. Sorprende su capacidad para transformarse visualmente, incluso en la forma de hablar, lo que es fundamental para que su personaje funcione, incluyendo una sorpresa al final. Hay que verla para entenderla.

Tarantino. Es él. No ha muerto, no se ha vendido, no se ha largado. Recientemente dijo que no quería hacer muchas más películas (dos o tres más) porque no quería ser un director más que termina haciendo cine por encargo y siendo mercantil y que luego le recuerden por esa parte final de su carrera. Y desde luego no defrauda: un guión algo menos alocado pero igual de duro, muchos elementos de su cine (fusión perfecta entre imagen y música, montaje al estilo spaguetti-western, dinamismo, largos diálogos y un refinadísimo humor negro) y una banda sonora que de nuevo es un personaje más de la película. Hay mucho de Sergio Leone y del western a la italiana, como un sentido homenaje a Franco Nero y su original ‘Django’ de los 70. Desde luego es un excelente guionista, y también un gran director. Pero sobre todo, guionista.