En menos de 24 horas se han ido dos baluartes de las letras occidentales: en este lado del mundo, Günter Grass, patriarca alemán, y al otro (que también es el nuestro), Eduardo Galeano. Ambos diferentes pero conectados por ser la voz moral de sus naciones.

Plañideras, pena, epílogos y sesudos artículos para poder despedir a dos ancianos que han dejado tras de sí carreras literarias envidiadas y adoradas a partes iguales. Dos referentes muy distintos que, ambos desde la izquierda, se esforzaron en señalar con su dedo de tinta los males de Europa y Latinoamérica. Dos autores abismales en sus diferencias: Grass escandalizó a Europa cuando en su autobiografía, ‘Pelando la cebolla’, confesó haber formado parte de las Waffen SS, el más sanguinario de los cuerpos militares del Tercer Reich, cuando tenía 17 años. Lo hizo, como él mismo dijo, por estúpido orgullo infantil, aplastado en la posguerra por la profunda vergüenza que le provocaba. Una vergüenza a posteriori, no en el momento.

Al otro lado Galeano, uruguayo de pro, firmante de un tótem de la literatura latinoamericana como es ‘Las venas abiertas de América Latina’, libro fundamental para entender el mundo hispánico y buena parte del siglo XX. Nos ha dejado con 74 años por culpa de un cáncer de pulmón que terminó por vencer al que fue periodista, escritor y crítico inmisericorde de la realidad de desigualdad y virulencia política que sometió a la región durante demasiado tiempo. Lo hizo además en su pequeña patria, Montevideo. A su manera tendió puentes con la misma literatura de resumen y denuncia que ejerció Grass en Alemania y por extensión en Europa, si bien su gran obsesión siempre fue esa vida aparente de mentiras y falsas verdades que ha forjado el país germánico después de la Segunda Guerra Mundial.

En este viaje de ida y vuelta sobre el Atlántico empecemos por él, por el incordio alemán. Grass ha muerto a los 87 años en la vieja ciudad hanseática de Lübeck. Nació en 1927 no muy lejos de allí, en Danzig, mucho antes de que terminara siendo la actual y polaca Gdansk, puerto del Báltico que fue la piedra de toque de la Segunda Guerra Mundial. Muchos años más tarde, en 1999, sería coronado como Premio Nobel de Literatura no demasiado lejos de su ciudad natal, en Estocolmo. A lo largo de su vida acumuló muchos otros premios (como el Príncipe de Asturias de las Letras) pero, sobre todo, sumó a su alrededor legiones de fans y de críticos acérrimos que no soportaban su moralina progresista, la misma con la que desveló las verdades que Alemania no quería mirar. Y mucho menos la derecha alemana.

Grass durante su etapa más fiera como escritor y activista político

Grass fue dibujante, escultor, y sobre todo superviviente. Además de servir en el Reich también fue prisionero en Baviera junto al que luego sería Papa Benedicto XVI. Salió de la guerra como estudiante de arte antes de encaminar sus pasos hacia las letras. Con la literatura llegó mucho más lejos, tocando todos los palos, desde la novela al ensayo pasando por la poesía. En todos reflejó su posición moral, estricta. A fin de cuentas Grass era hijo de un protestante luterano y aplicó la disciplina ética de esta confesión religiosa a su vida pública, hasta que su propia confesión tiró abajo el mito de la pureza moral que era faro para una generación entera de alemanes. En 2007 su libro ‘Pelando la cebolla’ fue un terremoto y, en cierta medida, un reajuste de Grass con el propio Grass: ¿acaso hay mayor lección moral que confesar el gran error personal para ejercer de ejemplo? Reconoció que fue el sentimiento de culpa lo que le censuró la verdad, la incapacidad para decir lo que había pasado.

Pero Grass es mucho más que una vergüenza moral, o su pulso con el Estado de Israel, que le consideró persona non grata por un poema, ‘Lo que hay que decir’, en el que definía al país como un peligro para la paz mundial. Pero ese Grass era también el moralista que arrinconó a Alemania en sus esquinas, el autor que militó en el Grupo 27 de escritores y críticos literarios en lengua alemana y el mismo que tomó partido desde siempre por el SPD, el partido socialdemócrata alemán. Desde entonces militó en todas las causas humanistas que existieran, hasta el punto de que casi podría decirse que el Grass activista hizo sombra al soberbio escritor de ‘El tambor de hojalata’, resumen de todo un siglo en Europa. En él, su gran obra, disecciona por completo la vida interior de su país a lo largo de dos guerras mundiales, el caos de la República de Weimar, el nazismo y la posguerra de medias verdades y mentiras cómodas.

La escribía en 1959, cuando iniciaba la llamada “Trilogía de Danzig’, seguida de ‘El gato y el ratón’ (1961) y ‘Años de perro’ (1963). Su pilar fundamental. Luego llegarían ‘Anestesia local’ (1969), ‘El rodaballo’ (1977), ‘Encuentro en Telgte’ (1979), ‘La ratesa’ (1986), el ensayo ‘Escribir después de Auschwitz’ (1990) y ‘Malos presagios’ (1992), ‘Es cuento largo’ (1995) y ‘A paso de cangrejo’ (2002). Todas ellas cimientos de la literatura alemana de posguerra, hasta el punto de que hoy Alemania puede llorar por haber perdido a su conciencia moral, imperfecta pero moral, y al gran padre de las letras de un idioma de filósofos y músicos que con él alcanzó nuevas cotas.

Galeano, la voz profunda de los olvidados

Quien haya leído ‘Las venas abiertas de América Latina’ entenderá que Galeano fue un cultivador de la crítica disfrazada de prosa. Un mundo tan convulso, desigual y contradictorio como América Latina merecía tener un dedo que lo señalara. Galeano, nacido en 1940, empezó como periodista en su país natal, Uruguay, a finales de los años 50. Al igual que Grass, fue también dibujante. Y como muchos otros escritores hispánicos, hijo de una buena familia producto de una amalgama de orígenes europeos (italianos, alemanes, españoles, británicos…); y también como tantos de ellos, militante de izquierdas más que convencido. Trabajó a ambos lados del Río de la Plata, ya que en Argentina fundaría en los años 70 la revista Crisis antes de que la dictadura militar pusiera precio a su cabeza. Huyó tanto de Uruguay como del país vecino.

Fue entonces cuando apareció España en su vida: fue allí donde se refugió como tantos otros exiliados, en aquella España que no les negaba la residencia pero que los tenía vigilados porque aquí otro militar agonizaba junto a su régimen. En los años 80 regresó a Montevideo y allí se implicó en firme en el progreso de la democracia que culminaría con la izquierda en el poder. Desde entonces jugó un papel fundamental en la vertebración del nuevo Uruguay, con sus obras, su conciencia y su voz. Como Grass. Gran parte de ese papel se basa en ‘Las venas abiertas de América Latina’, un ensayo de 1971 en el que repasa la historia del continente desde la conquista a aquellos convulsos 70. En este volumen señala: a Europa y EEUU, por expoliar los recursos naturales, cortar el desarrollo de la población local y someterla a dictaduras interesadas. Mundo americano frente a ese Occidente que sólo ahora parece querer hacer las cosas de otra manera.

A continuación llegaría ‘Memoria del fuego’, publicada en tres libros entre 1982 y 1986, que de nuevo narra la historia de América engarzando pequeñas historias como eslabones de una larga cadena con origen en incas, mayas y aztecas y final en aquella década extraña: caían las dictaduras, pero no la peor de las tiranías, la pobreza, unida a la desigualdad. Así pues, hoy Uruguay y América han perdido al que les señalaba y recordaba lo que son, lo que podrían ser. Una pérdida irreparable.