El Palacio de Gaviria exhibe desde el pasado octubre (hasta abril próximo) ‘Maravillas del arte flamenco’, un título que juega al despiste de lo que verdaderamente aborda, el legado de la dinastía de los Brueghel, los últimos góticos en una era de revolución y cambio hacia la modernidad, desde los dos Pieter (el Viejo y el Joven, los dos más célebres) hasta los más desconocidos. Una familia y una forma de entender el arte.
IMÁGENES: Wikimedia Commons / Imagen de portada: Torre de Babel (Pieter Brueghel el Viejo)
El Palacio de Gaviria inició hace unos años una nueva vida en el centro de Madrid como espacio expositivo con Arthemisia cuando, tiempo atrás, fue de todo, incluso sala de fiestas para Erasmus y universitarios que hará sonreír a más de uno. Pero en el presente es un espacio envidiable en el corazón de la capital. Por sus salas han pasado parte del arte del siglo XX más representativo y que más proyección tiene en la cultura popular, como M.C. Escher, Alphonse Mucha, las Vanguardias de los primeros años o Tamara de Lempicka, la llamada reina del art déco. El giro temporal es muy grande con la nueva exposición ‘Brueghel. Maravillas del arte flamenco’, una zambullida en un centenar de obras de una estirpe de pintores costumbristas que tuvieron el honor de ser el punto de basculación entre la Edad Media europea y la modernidad del siglo XVI y XVII, si bien ellos mantuvieron ese aire inconfundible de la pintura del centro y norte de Europa en paralelo a Rafael, Miguel Ángel, Tiziano y Leonardo. Lo que no está en la exposición es el núcleo de cuadros legendarios, como ‘El triunfo de la muerte’, del fundador de la dinastía, que no se ha movido del Prado.
Al visitante le llamará la atención, si tiene en cuenta las líneas temporales, que esta familia de artistas (Pieter Brueghel el Viejo, Pieter Brueghel el Joven, Jan Brueghel el Viejo, Jan Brueghel el Joven, Jan Peter Brueghel, Abraham Brueghel y Ambrosius Brueghel) realizara su trabajo en paralelo al Renacimiento y esa primera vuelta de tuerca del siglo XVI rumbo al Barroco. Resultan extraños algunos de esos cuadros sin proyección espacial, planos, como un cómic, con el trazo propio de las ilustraciones de los viejos libros medievales, repletos de escenas cómicas, eróticas, hedonistas, populares, tan alejados de las alegorías mitológicas, los retratos aristocráticos y la pintura religiosa en su cumbre absoluta de los revolucionarios de aquellos años. Los Brueghel eran flamencos, hijos de un Flandes enriquecido que adoraba la pintura costumbrista y con una burguesía y aristocracia dispuesta a pagar bien por escenas mundanas.
El baile nupcial al aire libre (Pieter Brueghel el Joven, 1610)
Ese negocio fue el que llevó al patriarca, Pieter el Viejo, a dejar la pintura religiosa y en su taller dedicar más tiempo a las pinturas que podía vender a esas élites adineradas. Ese método fue seguido por muchos otros artistas flamencos posteriores o contemporáneos, como Rubens o el Bosco; algunas de sus obras estarán en la exposición para que el visitante pueda ver en contexto el trabajo de la dinastía con otros artistas de su tiempo y posteriores que bebieron, mucho, de la obra de los Brueghel, que empezaron más bien tarde. Pieter el Viejo (1525-1569), cuyos óleos ilustraron proverbios y dichos populares de una manera realista, reflexiva, provocadora, incisiva y no siempre fácil de interpretar. Era un espíritu libre que combinó el talento formal de un renacentista con imágenes populares a las que daba la vuelta con humor. En sus representaciones de paisajes con figuras de campesinos y en sus escenas de la vida rural cargadas de críticas morales sobre los vicios humanos, despliega el escenario realista de la condición humana. Mientras otros elevaban su arte hacia ideales, el fundador prefería reflejar la realidad mundana y hacer juicio moral a partir del mismo.
Pero fue su hijo primogénito, Pieter el Joven (1564-1637), el que dio más lustre a la familia. Mientras que los cuadros de su padre terminaban en colecciones privadas enterradas en casas de Flandes donde eran sólo para unos pocos, el Joven logró dar más difusión al arte de la dinastía y llegó incluso a copiar cuadros de su padre, como ‘Trampa para pájaros’ (1601) para darle a conocer. Su hermano, Jan Brueghel el Viejo (1568-1625) ya hizo la primera variación en paralelo a su hermano, dándole más peso al paisaje natural y con mayor libertad artística, con una técnica tan depurada que daban la sensación de que se podían tocar las texturas de lo que pintaba, con un altísimo grado de perfección que ya dejó atrás cierto tradicionalismo gótico de su padre.
Mujer con fruta (Abraham Brueghel, 1669)
La tercera generación, la de los hijos de Pieter el Joven y Jan el Viejo, llegaría con Jan Brueghel el Joven (1601-1678), heredero del taller paterno y miembro del celebérrimo gremio de artistas y artesanos flamencos de la Guilda de San Lucas. No sólo fue pintor, también marchante, ya que heredó muchos cuadros de su padre y no dudó en venderlos para sostener el taller y su carrera como pintor de éxito. Explotó el legado familiar, pero también culminó obras inacabadas, creó nuevas con un estilo muy particular y dio a la familia once hijos más, de los cuales cinco se dedicaron a la pintura, entre ellos Jan Peter Brueghel (1628-1664), que se dedicó al bodegón floral, y Abraham Brueghel (1631-1697), paisajista y autor también de bodegones de flores y frutas, que eran todo un subgénero comercial de la época, una predilección de los gustos de la época.
Se pueden ver también cuadros de uno de los menos conocidos, Ambrosius Brueghel (1617-1675), hijo de Jan Brueghel el Viejo que se especializó en naturalezas muertas y del que se podrá ver en España de manera inédita su ‘Alegoría de los elementos’, con la tierra, el fuego, el agua y el aire. En estas tres generaciones (cuatro si contamos a otros descendientes) los estilos varían en paralelo a como lo hizo la escuela flamenca. De los Pieter fundadores, donde la rebeldía temática era la marca de la familia, cargados de realismo y humor negro, de provocación, pasamos a los descendientes, donde la evolución estética hacia el Barroco es notoria, cada vez más cercanos a la preocupación estética más que a la pintura moralizante.
Feria del pueblo (Pieter Brueghel el Joven)
Flores en un vaso (Abraham Brueghel)