Vivaz y detallista, esta crónica de París (prologada por Ana Rodríguez Fischer) nos muestra el lado más cosmopolita de la escritora por la Exposición Universal de 1889, en la que vio alzarse el icono industrial de la capital.
Con fascinación y horror a partes iguales, seguía el mundo la construcción del coloso de hierro que se levantaba en París como gran atracción de la Exposición Universal de 1889. Entre los enviados especiales de la prensa se encontraba doña Emilia, una experta viajera y eficaz reportera que da cuenta en estas crónicas de los pormenores del acontecimiento. La vemos lidiar con sus cocheros, protestar por los precios de los hoteles, evaluar la situación política, reflexionar sobre algunas de las figuras de la cultura, extasiarse ante las novedades tecnológicas o calibrar la oportunidad de la moda del momento, como el traje pantalón que ensalza entusiasta en pro de la libertad de movimiento de las mujeres.
Es un París que conoce bien, hervidero de novedades, intrigas y excentricidades que ella recoge con talante ameno, chispeante y hasta divertido. La escritora disfruta prestando sus ojos y oídos a lectores lejanos que, como ella, admiran la batahola de sucesos que trae la modernidad a la entonces capital del mundo. Escritora, periodista, feminista, ensayista, catedrática y traductora, entre algunas de las muchas disciplinas que practicó, fue una de las figuras más importantes de la corriente naturalista de finales del XIX en España.
De temperamento inquieto y curioso, atesoró una gran cultura sin pasar por la Universidad (vetada a las mujeres en su tiempo) y viajó incansablemente por España y Europa. Su mirada cosmopolita sobre la sociedad de su tiempo, la influencia de la cultura francesa y su talante reivindicativo en pro de la igualdad para las mujeres, la convierten en una intelectual siempre atenta a cuestiones sociales. Entre los relatos de viaje que escribió, las crónicas dedicadas a París para varios medios de España y Latinoamérica la desvelan como una observadora atenta y sagaz.