Recuperamos uno de nuestros primeros viajes en la revista, a Berlín.
Berlín es el recuerdo del Muro, una gran cicatriz que los cirujanos plásticos del urbanismo han hecho desaparecer para siempre bajo plazas, calles y edificios. No es bueno olvidar para vivir, pero paradójicamente es indispensable. Es el aire desenfadado y ocupado a un tiempo. Berlín son los clubes nocturnos que se pueblan de europeos atraídos por el vago recuerdo de lo que debió ser la vieja ciudad de entreguerras. Berlín es un cuadro hecho de trazos con principio y fin desconocido, perdido en la historia, o en los errores, una urbe de finísimo humor negro que vio pasar y caminar al diablo por sus calles; ciudad de brochazos gordos y finos, de color o en blanco y negro, tristes, irónicos, ácidos, casi siempre nostálgicos, una bruma de pintura humana que no se deja atrapar.
Berlín son unos ojos aguamarina que miran desde el borde de la arcada de una sala de un museo. Es la melena dorada y rizada que se mueve frente al gran retrato de Mao pintado por Andy Warhol. Berlín son un montón de pecas que motean un rostro blanco y anguloso. Cuadros de pop art aislados entre esculturas con forma de escombros y cuyo precio es mejor ni imaginarse para no enfurecer. Es el “polvo de diamantes” que convierte otro cuadro de Warhol en un icono imposible de obviar al pasar por delante, con las luces tenues a propósito para crear un efecto llamada cuando lo ves.
Berlín son los agujeros de bala de la guerra en muchos edificios antiguos, dejados así por pereza, por falta de dinero o como recordatorio vivo de los errores del pasado. Es la ciudad de las grúas, de los grajos y urracas apostados por cientos, quizás por miles, sobre los cables y brazos de las esas mismas grúas, en una pesadilla casi diseñada por Hitchcock al atardecer. Son las hamacas a orillas del Spree, viendo pasar barcos llenos de turistas, cerveza en mano y disfrutando de un sol inocuo que parece bañar pero que en realidad quema con ganas; el sol del norte. Berlín es el pequeño ángel moreno, nariz chata y ojos azules rasgados que mira desde la sala de espera del aeropuerto. Es la mirada profunda, acuosa, fría y dominante de las berlinesas, inigualable e imposible de hallar en cualquier otra del mundo; son los abrazos tiernos y fuertes de las que descubren que nadie conoce a nadie y que los silencios ocultan lo mejor del mundo, también son los ojos verdes y oceánicos que miran húmedos mientras se despiden.
Berlín es la lluvia tamizada de las tardes donde el sol se vuelve bola gris luminosa, en las que las nubes barren el cielo como una mano divina. Es una cerveza apoyada en un balcón desde donde se ven las torres de las iglesias, de los edificios y de la omnipresente Torre de Televisión. Es ver cómo alguien lía un cigarrillo con tranquilidad, como si el mundo no fuera a acabarse nunca. Es el ritual de fogg and beer en una azotea cualquiera en el corazón de la ciudad.
Berlín es el Tacheles (antes de morir) tronando en plena noche en el Mitte, el último rincón libre y anárquicamente controlado que quedaba del continente. Es un hombre desastrado en un mercadillo de las afueras que imita a Hendrix cantando ‘All along de watchtower’. Son los polizei de verde y caqui que se pasean por parejas entre la gente sin que nadie les preste atención alguna. Es la fila de jarras vacías de gross bier de las terrazas de cara al Spree o las grandes plazas, el Kreuzberg, libre pragmatismo de la jovencísima clase media berlinesa; ahora es el lugar cafeterías y delicatessen.
Berlín es una isla neoclásica sobre el Spree que atesora obras de arte sin posible precio y que de poder venderse podría permitir a Alemania comprar algún país más del este de Europa. Es el Tiergarten, el inmenso bosque con lagos del corazón de la ciudad, imposible de recorrer en un día y que engulle el ruido hasta hacerlo desaparecer; son los recuerdos captados a través del objetivo de una cámara, allí donde los ojos no miran, lo hacen las máquinas. Más de 2.300 veces, por cierto. Son las bicicletas, descubrir que las normas, si se cumplen, funcionan. Berlín es todo y nada concreto a la vez. Simplemente.