Fue uno de los que más y mejor supo explotar la fotografía, padre indirecto del fotoperiodismo, pero sobre todo el testigo imitado por miles a partir de sus cámaras Leica.

Las sedes madrileñas de la Fundación Mapfre acogerán desde mañana hasta el 7 de septiembre una gran retrospectiva de Henri Cartier-Bresson, llamado el Ojo del Siglo y también uno de los fundadores de la nueva concepción de la fotografía que arrancó con el propio siglo XX. Tuvo la suerte (y desgracia) de ser testigo de muchos de los momentos claves de la centuria, desde el París de entreguerras a la España de la Guerra Civil o lo que sobrevino al mundo después, los despiadados años del Apocalipsis de los 40. Cartier-Bresson murió en 2004 con casi un siglo de edad y se definió a sí mismo con una frase: “Yo comprendo con los ojos”, porque era un ser visual. En realidad fue uno de los que ayudaron a cimentar el siglo XX como el primero paso de una civilización que pasaba de la tradición escrita a la visual a gran velocidad, cabalgando sobre las vanguardias del arte, la publicidad y la sociedad de consumo y televisiva.

Fue sobre todo un hombre pegado a una Leica, la gran cámara europea con la que siempre sobrevivió al siglo. Con ella retrató desde burdeles y clubes a trincheras y miserias humanas de todo tipo y condición, desde las contradicciones de la sociedad bienpensante a la total falta de civilización de la guerra. Hasta que un buen día, hace diez años, murió dejando huérfanos a muchos fotógrafos. En recuerdo amargo de su fallecimiento se ha organizado esta retrospectiva (exhibida en orden cronológico para crecer junto con el autor) que reúne ceca de 500 objetos, 300 de ellos fotografías (la mayor retrospectiva hecha hasta ahora), así como elementos de contextualización cultural de su vida como dibujos, cuadros y películas. Madrid será la segunda etapa de la exposición después de París (siempre su París en blanco y negro y contradictorio), para luego viajar a Roma y México DF.

Imágenes de Cartier-Bresson/Magnum Photos

La exposición se articular en tres columnas: la primera, la etapa primeriza de Entreguerras, de 1926 a 1935, donde Cartier-Bresson contactó con las vanguardias y se subió a aquel tren futurista social en el que el arte, la política y el ansia de revolución y cambio lo inundaba todo, el tiempo de los bohemios concienciados y sobre todo del surrealismo, con el que desarrolló su gran faceta artística, paralela a la del reportero. Una segunda columna la forma el compromiso político desde que viajó a EEUU; a su vuelta ya era un comprometido con las causas políticas más relevantes, y que comprende de 1936 a 1946, cuando ya está más que escarmentado por una guerra devastadora que él mismo ayudaría a determinar en el imaginario colectivo. La tercera columna la conforma es vida de después, cuando nace la agencia Magnum y que comprende su vida hasta que en 1970 “cuelga” las cámaras y se dedica a envejecer y gestionar lo que habían sido más de 50 años de fotografía y escarceos artísticos de todo tipo.

No hay que olvidar que fue sobre todo un hombre viajero de una familia acomodada de la industria textil francesa, lo que le dio opciones para estudiar arte y poder tener fondos para viajar y acoplarse a los sucesivos movimientos culturales. Luego, cuando ya voló solo, fue sobre todo reportero que se ganó su pan diario con su trabajo pero también con sus redes de amistades artísticas. Fue en 1929, cuando apenas tenía 21 años, cuando contactó con Salvador Dalí, André Breton y Max Ernst, y, sobre todo, con editores como Harry Crosby (EEUU), galeristas y coleccionistas norteamericanos que fueron los que cimentarían su fama y sus posibilidades económicas con Magnum. La vinculación con la izquierda europea y mexicana, así como su íntima relación con el grupo de intelectuales socialistas de Nueva York, le permite también trabajar como ayudante de Jean Renoir en el cine francés.

Pero el antes/después de su vida es 1940, año en el que es llamado a filas por la guerra y que termina para él con horror: es hecho prisionero, condición en la que vegetaría durante tres años hasta que logra escapar y es socorrido por intelectuales comunistas para sobrevivir. Tras la guerra volvería a ser un filocomunista más capaz de seguir con su carrera de fotógrafo pero también de cineasta documentalista. La primera piedra del fuste del éxito le llegaría en 1947, cuando el MoMA neoyorquino le dedica la primera retrospectiva cuando apenas llega a los 40 años.

Al año siguiente rozaría el cielo periodístico al ser el último fotógrafo que tomó imágenes con vida de Gandhi; éste sería asesinado horas más tarde. Sus fotos en la revista Life le consagrarían en su otra faceta, la de reportero además de autor. A partir de ahí llegaría la fundación de Magnum y una larga carrera de fotógrafo que le llevaría por todo el mundo con éxito hasta que en 1970 se aleja de la agencia y se embarca en su nueva vida: matrimonio y carrera artística, incluyendo el dibujo y la pintura. Y a peregrinar de una exposición a otra con su material. Para entonces ya había nacido la leyenda de Cartier-Bresson.