El Museo Guggenheim Bilbao inauguró el viernes pasado la exposición ‘Chagall. Los años decisivos, 1911–1919’ (hasta , una selección de más de 80 pinturas y dibujos realizados en los inicios de su carrera por un pintor singular e inconfundible, un universo artístico en sí mismo tan complejo como de apariencia sencilla.

La exposición se centra en esos ocho años decisivos que marcarán el resto de su existencia. En París, en 1911, se produce la ruptura decisiva para Marc Chagall. Hasta mayo de 1914 trabaja en la capital francesa creando un conjunto de obras en las que se combinan los recuerdos de la vida en la comunidad jasídica de Vitebsk donde nació con los iconos de la metrópolis moderna. Cultura popular rusa, familia y modernidad se mezclan con la experimentación de las Vanguardias a las que pertenecía Chagall. El artista hizo una pausa en 1914 para ver a su prometida, Bella Rosenfeld, y para la boda de su hermana. El estallido de la Primera Guerra Mundial le alcanza en su país, sin poder salir de allí durante ocho largos años. Aprovechará este tiempo para continuar con la búsqueda de su voz artística, impregnada tanto del horror bélico como de su vida familiar, a su vez deudora de la cultura judía y rusa a partes iguales.

La exposición busca esos años, porque definen al Chagall siguiente que marcó una vía de expresión única. Marc Chagall (Vítebsk, Bielorrusia, 1887- Saint-Paul de Vence, Francia, 1985) fue uno de los pintores y artistas gráficos más relevantes del siglo XX, centuria que sin duda él ayudó a construir con su trabajo. Un hombre longevo que casi fue “siglo” él mismo, marcado por la intensa y sorprendente conexión entre lo sagrado y lo profano en su obra. La religiosidad y las costumbres hebraicas también se funden en Chagall con imágenes de la tradición cristiana. Con sus representaciones de escenas religiosas asume un rol particular e insólito en el arte moderno, ya que ningún otro artista de su época dedica tanto espacio en sus obras a las historias y a las figuras religiosas como él.

Ambos conceptos se unen para transformarse en una única entidad en el universo artístico de Chagall: lo divino se expande hacia lo humano y lo humano hacia lo divino llegando a convivir en un mismo espacio como consecuencia de su visión artística: una síntesis de experiencia personal, mito y religión. La obra gráfica ocupa un lugar preferente en la producción del gran pintor que llegó a ser Marc Chagall, quien declaró, en una ocasión, que “al sostener en la mano una piedra para litografía o una plancha de cobre pensaba que estaba tocando un talismán”. Se le compara con la obra de Pablo Picasso, quien en una ocasión señaló: “Cuando Matisse muera, de los pintores sobrevivientes Chagall será el único que entienda lo que es realmente el color”. Precisamente, su desbordante fantasía pictórica le valió el sobrenombre de “Picasso judío”.

Chagall

París a través de la ventana (1913)

Judío en rojo (1915)

Promenade (1917)