Aunque puede haber pasado algo desapercibida, la Colección del Museo Ruso en Málaga es un destino perfecto para los amantes del arte. Hasta febrero de 2017, además de la colección permanente, figura la exposición ‘Chagall y sus contemporáneos rusos’, sobre uno de los padres de las vanguardias.
Marc Chagall se hizo como artista en San Petersburgo y floreció en París, pero nunca perdió la conexión con Vitebsk, su ciudad natal, ni con el pequeño mundo de la comunidad judía en que creció. Allí volvió, al estallar la I Guerra Mundial, para casarse, y allí permaneció durante la revolución. De hecho la muestra reproduce íntegramente la habitación de Chagall en Vitebsk, con todos su objetos originales, tal como se conserva en el Museo Estatal Ruso de san Petersburgo. Esta exposición nos trae una excepcional muestra de su trabajo durante los años parisinos y los posteriores de retorno en Bielorrusia, poniendo su obra en relación con la de otros grandes artistas judíos como Robert Falk, Nathan Altman o Vera Pestel, junto con objetos de artesanía popular que ayudarán a evocar aquel mundo que la barbarie nazi borró del mapa.
Marc Chagall (Vítebsk, Bielorrusia, 1887- Saint-Paul de Vence, Francia, 1985), fue uno de los pintores y artistas gráficos más relevantes del siglo XX, centuria que sin duda él ayudó a construir con su trabajo. Un hombre longevo que casi fue “siglo” él mismo. Su obra plantea, en gran medida una intensa y sorprendente conexión entre lo sagrado y lo profano. De hecho la religión fue una de las catapultas, por reacción contraria, de su existencia: entre las reglas más estrictas del judaísmo está la prohibición de la representación de la vida cotidiana, pero él fue un firme partidario del arte figurativo a la hora de plasmar el mundo.
Y con él, a finales del siglo XIX, entraron en escena muchos otros artistas judíos que rompían moldes y normas. Gracias a esto el arte ruso del cambio de siglo y del primer auge de las vanguardias aglutinó un círculo de creadores que supieron sintetizar el legado del arte ruso con la tradición judía y las líneas de trabajo que se expandían por Europa, como el abstraccionismo y el arte figurativo. Gran parte del diálogo entre Chagall y estos contemporáneos es lo que se puede ver en el Museo de la Colección Rusa en Málaga.
La religiosidad y las costumbres hebraicas también se funden en Chagall con imágenes de la tradición cristiana. Con sus representaciones de escenas religiosas asume un rol particular e insólito en el arte moderno, ya que ningún otro artista de su época dedica tanto espacio en sus obras a las historias y a las figuras religiosas como él. Ambos conceptos se unen para transformarse en una única entidad en el universo artístico de Chagall: lo divino se expande hacia lo humano y lo humano hacia lo divino llegando a convivir en un mismo espacio como consecuencia de su visión artística: una síntesis de experiencia personal, mito y religión.
Siendo un hombre no especialmente religioso pero sí preocupado por lo trascendente, afirmó que los elementos de la fe judía en la que se crió forman parte integrante de su creación, pero que un artista verdaderamente grande busca lo universal que subyace a toda fe. Por tanto, a la hora de llevar a cabo sus representaciones religiosas, Chagall no busca abordar los dogmas de fe, sino simplemente aportar una visión humanística que da lugar a una iconografía totalmente diferente.
‘Judío en rojo’ (1915)
‘Promenade’ (1917)