Cuarta temporada de ‘El Ministerio del Tiempo’: 5 de mayo en TVE. Una de las series más arriesgadas por temática (ciencia-ficción en España), con un casero nada fácil (RTVE) pero con una de las comunidades de fans más leal (en internet principalmente) ya tienen una cuarta oportunidad de seguir a los personajes creados años atrás por Pablo y Javier Olivares, incluyendo “recuperados”.

Para abrir boca RTVE colgó en su web una “precuela” de 12 minutos de la nueva temporada para abrir boca el pasado 20 de abril, que sirve de puente entre la tercera y al cuarta, que recupera a Rodolfo Sancho (Julián) y Aura Garrido (que interpreta a Amelia Folch), que habían pasado a un segundo plano en los episodios previos. El resto del reparto se mantiene: Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda), Pacino (Hugo Silva), Irene Larra (Cayetana Guillén-Cuervo), Salvador (Jaime Blanch), Ernesto (Juan Gea), Angustias (Francesca Piñón) o el pintor Diego Velázquez (Julián Villagrán). La cadena sigue el mismo camino marcado por la series desde el principio, cuando la pobre acogida generalista se compensó con el fervor en internet. Fue, por así decirlo, el primer caso arquetípico de éxito en la red al margen del modelo clásico de “tantos me ven, tanto valgo”.

Los últimos episodios de la tercera tuvieron incluso un aroma de cierre de ciclo, uno de esos “falsos finales” en los que todo parece cerrado porque no saben si volverán. Lo de “parece” es obvio, porque nunca se llegó a finiquitar la trama. Tres años después de su última misión, el Ministerio descubre en un NODO de 1943 a un galán de cine idéntico a Julián, al que todos creían muerto. Ante tamaño desajuste temporal, todos se ponen en marcha para investigar si se trata verdaderamente de él. En esta temporada, Manuela Vellés se incorpora al reparto de ‘El ministerio del tiempo’ como Carolina, un personaje que huye de los años 80. Por pantalla entrarán en las tramas Picasso, María Tudor, Franco, Einstein, Felipe II, Almodóvar, Felipe IV, Berlanga, Clara Campoamor o Federico García Lorca. Además, en la nueva tanda de episodios producidos por RTVE en colaboración con Globomedia los protagonistas tendrán que enfrentarse a la aparición de una nueva máquina del tiempo: el Anacronópete.

Supone el regreso de un proyecto que marcó un hito por diversas razones: porque hacer ciencia-ficción en España una quimera con la que pocos se atreven, y ya van cuatro temporadas, lo que tiene mucho mérito; y porque es el primer caso registrado desde la cadena pública, o incluso desde otras, en el que la audiencia off line es más poderosa que la directa. ‘El Ministerio del Tiempo’ le enseñó al sector televisivo español una valiosa lección: si el día del estreno de cada capítulo te ve menos gente de la que esperabas, tranquilo, porque eso se duplicará luego por internet. Ésa es una de las razones de que haya nueva temporada de la serie: saben perfectamente que el visionado vía web era mucho más alto y fiel, que la serie además logró reunir a un nutrido grupo de fans televisivos que hacían el efecto rebote por las redes sociales y por internet, con lo que se multiplicaba el impacto de la producción.

La ficción creada por Pablo y Javier Olivares empezó a emitirse en 2015 y terminó su camino ya en 2017, con el apoyo de las productoras Onza Partners y Cliffhanger, y una estrategia diferente, lo que se denomina ‘transmedia’, capaz de sobrepasar con creces el estrecho mundo de la TV y saltar a internet y las redes sociales. Crearon incluso una etiqueta algo bizarra, “ministéricos”, para definir a esos fans dispuestos a hacer lo que fuera con tal de evitar que cancelaran la serie, recrearse en los detalles más pequeños y crear un efecto alud; cada espectador visiona fuera de emisión, comenta, reproduce, comparte y genera una pequeña ola que a su vez es multiplicada por el resto. Son los nuevos tiempos audiovisuales.

Éxito en internet

El resultado es que ‘El Ministerio del Tiempo’ consiguió lo que casi ninguna serie ha logrado (con la excepción quizás de ‘La casa de papel’), ser más importante fuera de la pequeña pantalla que dentro. Y más meritorio aún, de un género que en España es carne de gueto, la ciencia-ficción, dejada sólo para el mercado anglosajón o continental. Tanto los creadores como el reparto y los fans remaron siempre en la misma dirección, como surfear una ola tradicionalista en la que RTVE cambió horas de emisión, días e incluso hubo intentos de cancelar la serie, lo que a su vez fue respondido con otra de los fans, que la querían salvar mandándola a Netflix.

Porque el momento de cancelar o no estuvo siempre sobre la mesa: la primera temporada tuvo un 12,3% de share, y desde ahí no paró de caer, porque la segunda (quizás la mejor de las tres hasta ahora, es una opinión particular) tuvo un 11,9% y la tercera un 9,3%. Por el contrario el ratio de impacto en internet creció sin parar y llegó a ser el mayor éxito de TVE fuera de línea de distribución tradicional, hasta el punto de que era el verdadero motor y la razón por la que la serie fue luego vendida a Latinoamérica y otros países. Los directivos clásicos tenían un dilema sobre la mesa, y cada renovación se ganó por la continua lucha de creadores, productores y reparto, empujados por los seguidores. De hecho se daba por descontado que no habría cuarta temporada tradicional, y que la serie, de volver, sería en otra plataforma al estilo de Netflix.

Los actores de la serie

La serie tiene una nómina de actores y actrices muy extensa, y utiliza el recurso del “actor/actriz invitado/a” para poder expandir cada capítulo, que suele durar una hora. Los principales son Rodolfo Sancho (que da vida a Julián Martínez), Aura Garrido (Amelia Folch), Nacho Fresneda (Alonso de Entrerríos), Jaime Blanch (el jefe, Salvador Martí), Juan Gea (Ernesto Jiménez, la mano derecha de Martí), Cayetana Guillén-Cuervo (Irene Larra, conspiradora, traidora, redimida y socia sucesivamente) y Francesca Piñón (Angustias Vázquez, secretaria de Martí y agente ocasional) y el añadido de la segunda temporada, Jesús Méndez “Pacino” (Hugo Silva).

Pero por la pantalla han desfilado también Natalia Millán (Lola Mendieta), Mar Ulldemolins (Maite), Julián Villagrán (Diego Velázquez), Ramón Langa (Ambrosio Spínola, en un episodio de la serie y que tuvo el lujo de hacerse un guiño a sí mismo al repetir la frase de Bruce Willis en ‘La Jungla de Cristal’ en una escena, ya que él lo ha doblado siempre), Mar Saura (Susana Torres, funcionaria conspiradora al servicio de un empresario norteamericano que quiere dominar los viajes en el tiempo), Víctor Clavijo (Lope de Vega), Miguel Rellán (Gil Pérez, agente en el siglo XVII).

Viajar en el tiempo, custodiar el tiempo

‘El Ministerio del Tiempo’, creada por Pablo y Javier Olivares (con Anaïs Schaaff y Javier Pascual como principales guionistas), mezcla viajes en el tiempo, parábolas de la Física teórica, historia y arquetipos ya clásicos de la ciencia-ficción. La calidad del planteamiento ha sido suficiente para que China, Portugal, Brasil y México hayan comprado los derechos para adaptarla a sus países. La más interesada, curiosamente, fue China. El planteamiento argumental es interesante: existe un ministerio secreto y atemporal del Estado español que se encarga de que el continuo histórico no se rompa, evitar que cambie la Historia de España (por trágica e injusta que sea) y no provocar mil variaciones incontrolables en el presente.

El ministerio ocupa un antiguo monasterio en Madrid, oculto, donde existen cientos de puertas numeradas alrededor de una espiral descendente que parece un guiño a las obras de Escher. Cada puerta lleva a un momento concreto del pasado, pero no del futuro. El tiempo avanza y permite retroceder, pero no a la inversa: no se puede viajar al futuro desde 2016 en adelante, pero sí retroceder incluso hasta la época en la que se pintaron las Cuevas de Altamira, por ejemplo. Para controlar que nada cambie y todo siga su curso el ministerio tiene patrullas que arreglan los estropicios ocasionales o de terceros que también pueden viajar en el tiempo. Y esas patrullas están formadas por personas de todas las épocas, sin familia ni ataduras fuertes a sus escenarios temporales, a las que se les revela la verdad para que colaboren.

Porque, y esta es una primera vuelta de tuerca, el ministerio existe en todas las épocas. Hay un ministerio de 1612 que se encarga de patrullar desde esa fecha hacia atrás; la institución es la misma, pero su radio de actuación temporal se circunscribe a su momento hacia el pasado. Por eso los agentes de 2016 sí pueden viajar a ayudar a Cervantes y Lope de Vega, pero los agentes de 1612 no pueden viajar hacia el futuro. Salvo que los agentes de 2016 los recojan y se los lleven… El secreto sobre su existencia es absoluto, y ni siquiera otras ministerios conocen su existencia, sólo un grupo aguerrido y fiel de funcionarios que operan al margen de los gobiernos. Aparte del presidente, el rey de turno o los validos, nadie osa alterar su secreto. En la serie, además, no hay un control total sobre las puertas; sólo el subsecretario y jefe de todo, Salvador Martí (interpretado por Jaime Blanch), tiene en una libreta anotados los números de las puertas y a qué momento histórico conduce. Y los agentes sólo pueden operar dentro de territorio español, nunca fuera. Eso significa que pueden viajar a otros países, pero para volver a su tiempo tienen que hacerlo en suelo español. Y lo mejor: los agentes, para comunicarse entre escenarios espacio-temporales dispares lo hacen por… teléfono.

Una de las claves de la serie es la propia Historia de España, liberada de mitologías, pasa descarnada y cómica, berlanguiana incluso (el episodio de la segunda temporada en la que viajan a la Guerra de la Independencia a salvar a un antepasado de Adolfo Suárez roza el esperpento e incluye un Napoleón melancólico), reivindicada y denunciada en más de una ocasión. El Cid, por ejemplo, es una de las figuras reubicadas en el imaginario colectivo: queda claro que una cosa es el ideal caballeresco y otra el verdadero Cid, que no pasaba de ser un mercenario embrutecido y corrupto obsesionado con la guerra. También se adentran en la Guerra de Independencia, el Siglo de Oro, la posguerra, la Segunda Guerra Mundial, y hay episodios memorables como el del asesino psicópata que mata y viaja en el tiempo, o el especial de dos capítulos sobre los últimos de Filipinas en 1898-99 que parece más una película que una serie, por no hablar de la visita a Houdini, una epidemia de Gripe Española insertada en 2016 por error… y una larga lista de saltos.

Pero por el camino la imaginación desbordante del mito de la puerta temporal (literalmente, porque se pasa de 2020 al siglo XI abriendo y cerrando una puerta numerada) también deja resquicio para la otra clave: el diseño de los personajes. Cada uno de ellos arrastra un trauma que se acentúa al ser conscientes de que pueden viajar en el tiempo y resolverlo. Así, algunos intentan salvar a esposas muertas en accidentes, o a sus hijos del cadalso, incluso atreverse a ver dónde están enterrados y saber en qué año murieron. Está prohibido por el ministerio hacerlo, porque, ya saben, “cualquier alteración puede crear una deriva incontrolable que afecte a toda la Humanidad”: el continuo histórico vale más que todas las vidas y todas las historias personales.