En el catálogo de causas de las extinciones masivas (cinco generales, otras más pequeñas, la sexta la provocada por el ser humano en esta era) la geología terrestre tiene mucha culpa, por no decir casi toda (meteoritos y supernovas al margen). Ahora un estudio comparado ha permitido localizar las erupciones volcánicas culpables.

Un volcán puede provocar una catástrofe a todos los niveles: campos destruidos, ciudades arrasadas, animales asfixiados o sepultados por la ceniza y la lava, pequeños inviernos nucleares que tienen efectos más allá de la zona de origen… Pero una serie de erupciones combinadas puede ser apocalíptico. Un buen ejemplo fueron las detectadas en un periodo de tiempo entre 170 y 90 millones de años de antigüedad, en plena era de los saurios y que provocaron extinciones a gran escala así como catástrofes ambientales muy superiores a las actuales.

El estudio, publicado en Nature Communications, firmado por Pilar Madrigal como coautora (vinculada a la Virginia Tech), expone que estas erupciones masivas, combinadas, son producto parcial de un ascenso de gran volumen de material profundo en el manto de la Tierra. El movimiento de calor y materiales desde las capas profundas del planeta hacia la superficie y de nuevo hacia abajo en ciclos de movimiento es algo común. La Tierra es un planeta vivo geológicamente, muy activo, pero en ocasiones se produce un ascenso masivo (surgencia profunda) que empuja hacia la superficie enormes cantidades de masa que provocan erupciones masivas.

Las razones pueden ser muy variadas, pero lo cierto es que estos pulsos de ascenso se localizaron en esa etapa geológica y en “pulsos” o ascensos masivos de 10 a 20 millones de años. Es decir, que fueron cíclicos. Aunque esta idea es definida como hipótesis de trabajo, permitiría, de ser totalmente comprobada, que el manto terrestre sufre ciclos de empuje profundo cada cierto tiempo. La geología podría así comprender mejor cómo funciona el interior de la Tierra, sus movimientos, ciclos de fuerza y quizás, con el tiempo, también comprender el vulcanismo y los terremotos, dos problemas inapelables para el ser humano.

Foto Virginia Tech 2

Es evidente que todos se originan en la relación, aún desconocida, del núcleo de hierro del planeta (sometido a una presión inimaginable para el ser humano) con las capas profundas que lo rodean. Cuanto más se conoce sobre la profundidad terrestre más preguntas surgen. Lo peor es que no hay comprobaciones experimentales in situ, sino que los investigadores deben acudir a los modelos matemáticos para poder comprobar si estas ideas son ciertas o no. Lo que sí puede apreciarse son sus resultados en la superficie, las llamadas “provincias ígneas”.

Una provincia ígnea es aquella superficie terrestre formada por la rápida expulsión de materiales volcánicos, de forma masiva e intrusiva (sepultan todo lo anterior). Es puro magma profundo compactado con rapidez. Se encuentran sobre todo en las cuencas oceánicas que bordean las grandes placas y bloques regionales, como Siberia, India, la costa brasileña y la de Norteamérica, y en los bordes de África. Cada una de ellas está relacionada con uno de esos momentos de erupción masiva combinada, producto de esa dinámica a largo plazo que conforma el interior del planeta.

Curiosamente muchas de esas provincias ígneas (que pueden llegar a tener varios millones de km cuadrados de superficie) se formaron durante un evento concreto: el “Supercrono Normal Cretáceo”, ocurrido entre 120 y 80 millones de años atrás, y en el que el núcleo de la Tierra no cambio su polaridad, se mantuvo estancado debido, probablemente, a esas fluctuaciones brutales entre núcleo y manto que provocaron el ascenso de material. Pero también permite saber más sobre por qué se dieron los grandes cambios en la superficie, que afectaron a la vida y al clima. Es decir: las extinciones.