Ya decía Hegel en su monumental ‘Filosofía de la Historia’ que las sociedades eran condicionadas por el clima y la geografía, tanto o más que por su propio devenir histórico. La lingüística lo ha demostrado al menos con la evolución de los idiomas.
Caleb Everett, de la Universidad de Miami, junto a su equipo de investigadores en lingüística y evolución, han confirmado una idea que rondaba las cabezas de los paleontólogos y expertos en lenguaje desde hace años: el idioma es el resultado tanto o más de la influencia del clima y la geografía que de la historia de esa comunidad humana. El mejor ejemplo es el de los esquimales, que tienen más de 20 formas diferentes de definir el blanco en función de su textura y color frente a la monolítica forma “blanco” que se tiene en Europa. Pero ahora Everett y su equipo ha descubierto la correlación íntima entre el clima y la evolución del lenguaje humano.
Y no es algo específico de culturas condicionadas en extremo por el clima (como las tribus árticas, los tibetanos o las tribus del desierto o las grandes selvas), sino que hay un patrón de causa-efecto intrínseco a todas las culturas. Y concretamente se refieren al uso de los sonidos vocales. Las lenguas que recurren a más de tres tonos para el contraste del sonido vocal (los llamados tonos complejos) son más habituales allí donde la humedad es mucho más fuerte; por el contrario, las lenguas de tonos sencillos son más frecuentes en zonas áridas y frías, del desierto al ártico. La observación que da base al estudio incluyó el examen minucioso de 3.700 lenguas (casi la mitad de las habladas en el mundo), de las cuales 629 resultaron ser de tonos complejos, a inmensa mayoría de las regiones tropicales de África, Asia, América y Oceanía.
De los más húmedo a lo más seco: la laringe humana adapta el lenguaje
Una circunstancia así no es casual, hay un patrón práctico intrínseco que conecta todas las culturas independientemente de su zona climática. Una prueba más del origen común de todas las lenguas humanas. Esta determinación ambiental ya era una constante en gran parte de la filosofía occidental, desde los clásicos griegos a Hegel, padre del enfoque sistemático de la Historia. Fue él quien dejó las claves de cómo evolucionarían las culturas modernas en función de sus circunstancias ambientales y geográficas. Para prueba un botón: Hegel predijo con cien años de antelación la conversión de EEUU y Rusia en superpotencias mundiales. Ese determinismo, secundario para algunos, primario para otros, condiciona eventualmente el propio devenir cultural. Según Everett, esa influencia dio forma a muchos idiomas. No en total, pero sí en parte. Y además se trataría de una adaptación no consciente, producto de la interrelación con el medio.
El estudio, publicado en enero pasado, explica que en las zonas más secas la laringe humana se seca con más facilidad y condiciona incluso la propia forma de hablar. De esta forma inconsciente, el ser humano tendería a reducir el gasto de energía en el lenguaje y el sonido, es decir, que “achicaría” la fonética para evitar una exposición mayor a esa sequedad. En las zonas húmedas se da justo la correlación inversa según el estudio de Everett, basado en datos contrastados de experimentos con grupos de idiomas de zonas climáticas muy diferentes y su evolución desde formas más antiguas. También con estudios médicos sobre el efecto de la temperatura y la humedad en las cuerdas vocales y la laringe humana, que evolucionó anatómicamente para poder propiciar el habla.