Dice el proverbio que quien no corre, vuela, así que Ibáñez, el creador de cómic más famoso y exitoso de España, se ha puesto manos a la obra con el volumen número 200 de Mortadel y Filemón: ‘El Tesorero’. ¿Les suena?

Hay una frase que lo dice todo de Francisco Ibáñez y que ha pronunciado durante la presentación de ‘El Tesorero’: “Lo bueno de trabajar con la actualidad es que cada nuevo tema me lo de la prensa y encima no pago derechos de autor. Es maravilloso”. Es difícil explicar mejor lo que hay detrás de ‘El Tesorero’, volumen número 200 de la larga y triunfal carrera de Ibáñez con Mortadelo y Filemón que ahora, dejémonos ya de máscaras, retrata la España del PP y de su corrupción. Bárcenas, los sobres e incluso la famosa peineta en la T4 de Barajas aparecen en el nuevo cómic.

Ediciones B publica mañana mismo (la primera edición ya agotada por las reservas acumuladas de las librerías y la segunda de 50.000 ejemplares ya preparada) este nuevo trabajo que gira en torno a la corrupción de un tesorero del Partido “Papilar”, un remedo del PP que es retratado a lo largo de miles de viñetas a través de ese falso Bárcenas creado por el bombardeo continuo que veía y oía en televisión y radio el autor. Todo empieza cuando un ministro del gobierno, muy parecido a Montoro por cierto, hace un encargo a la T.I.A., tras comprobar que la tesorería del ‘Partido Papilar’ ha sido saqueada. La misión de Mortadelo y Filemón será vigilar al tesorero de esta formación, que no sólo viste como Bárcenas, se parece a Bárcenas y hace peinetas, sino que comete casi los mismos crímenes de los que se acusa al real.

Todo, eso sí, pensado para lo que se le da bien y mantiene el tipo en su carrera: esbozar sonrisas y satirizar la realidad. No hay que olvidar que Ibáñez ha construido la mayor parte de sus volúmenes de estos personajes a partir de la realidad. Se pierde la cuenta de libros que ha creado basándose en sucesos reales: olimpiadas, el Muro de Berlín, la URSS, la crisis económica… Y eso que ya hacía lo mismo cuando la dictadura de Franco no dejaba pasar una.  Porque ya lo hacía entonces y lo hace ahora también. Pero en este momento con un impacto mayor. La obra no hace sangre, sólo pincha desde un humor que oscila entre el blanco costumbrista al negro soterrado

Francisco Ibáñez, nacido en 1936 en los albores de una Guerra Civil tan cruel y sádica como humorística ha sido luego su prolífica carrera. Porque Ibáñez no es sólo Mortadelo y Filemón, es mucho más. Ellos nacieron en 1958 pero antes y después el barcelonés ya era una máquina de parir personajes y de hacer caja para editoriales. No ha dejado de trabajar, no ha dejado de estar ahí mientras otros llegaban, iluminaban con su talento y acababan por desaparecer. Es un autor transgeneracional: los que le descubrieron siendo niños en los 50 y 60 tuvieron hijos, y éstos también vivieron con Ibáñez. Y ahora se proyectan hacia la tercera generación de fans, que descubren el humor blanco pero también ácido de los dos calvos y de toda la creación de Ibáñez, que parece haber vivido siempre enganchado a su mesa de dibujo. Se calcula que ha creado más de un centenar de personajes diferentes y que hace tiempo que superó las 50.000 páginas dibujadas.

Detrás deja el Gran Premio Salón del Cómic al conjunto de su obra en 1994 y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en el 2001, aunque también entonces decía que “los premios son muy bonitos, tengo miles de premios, pero cada persona es un premio para mí, todos aquellos que hacen cola para que yo les firme mis historietas son mi mayor premio”. A fin de cuentas, saber adaptarse a su época y a las siguientes, crear algo que saltara de una generación a otra como no supieron hacer los cómics precedentes por muchos remakes que se les hicieran.

Ibáñez es la reivindicación de una palabra rara pero que define perfectamente a esos creadores: historietista. Es autor, porque guión y dibujo se fundían, pero también es un creador de historietas que iban de una revista a otra, a veces también en volúmenes que al final fueron la vía de expresión perfecta para llegar al público. Ibáñez empezó con 11 años contados cuando España todavía estaba en ruinas y aislada internacionalmente. Y ahora celebra su carrera junto con los comisarios de la muestra, Elena Vergara y Antonio Guiral, que han logrado tener más de 100 cómics, paneles explicativos, ilustraciones y 23 páginas originales del autor. Su vida profesional quedó ligada desde la juventud con Bruguera, la editorial barcelonesa que fue la vía de salida laboral hasta que saltara a Ediciones B, heredera en parte de aquel sello. Fue en 1957, con poco menos de 21 años y el encargo de crear una nueva franquicia para la editorial con instrucciones concretas: dos detectives torpes.

Rompetechos, Mortadelo y Filemón, Sacarino y Pepe Gotera y Otilio 

Ibáñez se zambulló en el trabajo y logró despuntar en 1958 con Mortadelo y Filemón, su principal vehículo de lucimiento que cumplía a la perfección con el encargo: no se podía ser más chapucero que aquellos dos personajes histriónicos, uno con levita negra antigua y otro con pajarita eterna e ilusiones de grandeza, que era jefe del primero porque había llegado antes a pedir el trabajo. Ibáñez los deformó para poder llegar a un público joven que quería algo más elaborado, a pesar de que por aquel entonces el trazo de Ibáñez no era el que hoy conocemos. Era mucho más simple y todavía no había esa carga de sarcasmo en los diálogos ni tampoco la marca de la casa: las arañas en las esquinas, ratones que pasan por ahí con diálogo propio, escenas en segundo plano que hoy son recursos habituales en la comedia, incluyendo los episodios de los Simpson.

Fue un éxito rotundo que obligó a acelerar y a multiplicarse. Él mismo aseguraba hace poco que no puede entender cómo pudo sobrevivir a aquel ritmo infernal en el que la editorial exprimía por cuatro duros mal contados a los autores, en ocasiones les racaneaba sus pagos y casi siempre se tomaba a burla eso de los derechos de autor. Un ejemplo: ¿recuerdan los fans algún autorretrato suyo que no fuera atado a la mesa de trabajo, fumando y convertido casi en un pulpo para intentar llegar al plazo? La exposición refleja el frenesí del éxito y cómo éste le obligó a crear toda una fauna nueva alrededor de Mortadelo y Filemón, como el profesor Bacterio, el Súper y Ofelia, entre muchos otros. Su estilo evolucionó hacia escenas abigarradas con múltiples secuencias a veces en la misma viñeta, con un puntito de barroquismo formal que obligaba al lector a volver varias veces, para ver cómo Mortadelo empujaba a alguien que a su vez le daba un cabezazo a otro y éste caía sobre dos lagartijas que miraban espantadas y hablaban con su propio bocadillo con un “adiós Paco” entre abrazos.

La evolución del estilo de Mortadelo y Filemón

Al mismo tiempo Bruguera le pidió más y diferente. Se le ocurrió entonces ‘La familia Trapisonda’, primer encontronazo con el régimen, que ni en broma iba a permitir que se burlaran de la familia. Reculó, Bruguera bajó la cabeza y la que hubiera sido una disección de humor negro sobre la familia terminó por ser mucho más costumbrista pero políticamente correcta para el nacionalcatolicismo. Más giros: en 1961 Ibáñez paría otro mito, ’13 Rúe del Percebe’ con sus famosos cortes verticales que permitían ver en una sola página y de golpe lo que ocurría en un edificio salido de la mente de un cachondo como ha habido pocos en el cómic español. Y por supuesto Sacarino (sospechoso spin off ibérico de Spirou que hizo que muchos en Francia torcieran el gesto), Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio, Tete Cohete o Chicha, Tato y Clodoveo… hasta alcanzar el inhumano ritmo de 20 páginas semanales. En casa a veces ni le veían el pelo.

Fue entonces cuando, entre el ojo vigilante del Estado, los intereses comerciales de Bruguera y la necesidad nació el humor “blanco roto” de Ibáñez, ese que es amable pero que esconde un grado de mala uva hispánica muy peculiar. Ese estilo, que abandonó lentamente las formas regulares bien definidas por otra línea clara más ondulante donde todo el mundo parece redondo y encorvarse (menos Mortadelo), se convirtió en marca de Bruguera y de Ibáñez, que ya no pudo parar. Hoy en día todavía sigue con Rompetechos y por supuesto con Mortadelo y Filemón, traducido y publicado en más de 20 idiomas por todo el mundo y con notable éxito, por ejemplo, en Alemania o Sudamérica. Para entonces ya habían llegado los álbumes al estilo francés, largos y no episódicos. Ya no se trataba de las viñetas de la revista Pulgarcito, ahora eran narraciones mucho más largas. El primero, recordado en la muestra, es ‘El sulfato atómico’. El “primero” de los coleccionistas de Ibáñez, que daba el salto al cómic más profesional.

En la exposición queda reflejada la ardua tarea de Ibáñez, que se desmelenó artísticamente mientras perdía pelo y se reía de sí mismo en las viñetas. No había evento histórico o de actualidad que no tocara: la Guerra Fría, los Mundiales, las Olimpiadas, James Bond, profecías de pandemias tremendas… incluso se anticipó al 11-S con una célebre portada en la que se veía un avión empotrado contra las Torres Gemelas de Nueva York. Incluso ha tenido su propia app para tabletas. Ahí es nada. Se adapta, como siempre, subido a su mesa de trabajo y sin dejar de dar el callo.