La “muerte” del Studio Ghibli hace casi dos años se disfrazó de jubilación del maestro Hayao Miyazaki, que colgaba los bártulos para ser un jubilado nipón más. Pero en realidad era un movimiento pensado para explotar comercialmente el amplio catálogo de este mítico estudio de animación japonés. Todo eso se acabó: ambos vuelven.

‘El viento se levanta’ (2013) fue el último proyecto de Miyazaki, y no fue un éxito rotundo, aunque sí una muestra de su potente final: intentó hacer la película más humana posible, pero no logró repetir el mismo golpe de efecto que tuvo con las anteriores. Eso sí, fue una despedida a la altura del genio, nominación a los Oscar incluida. El estudio, ya sin su cofundador de maestro jefe, pasó a un segundo plano y se dedicó a explotar el catálogo, a coproducir otras películas diferentes y a mantener una discreta línea de existencia. Pero eso se terminó: Miyazaki quiere volver y reactivar Ghibli con una nueva película, aunque no se conocen más detalles, ni argumento ni nada salvo la reactivación del estudio.

Ha sido el propio estudio el que ha dado la noticia, que actualmente está de lleno en la puesta en marcha del departamento de producción que había cerrado hace unos años. Ha vuelto a contratar personal y tiene incluso un plazo de trabajo, seis meses de preproducción y luego pasar al desarrollo del filme, que por los métodos de trabajo nipones y del estudio podría suponer casi un año más. Una noticia muy buena para la animación mundial y para Japón, que podría asistir al regreso del viejo maestro una vez más después de que se apagaran las luces de un proyecto emblemático como Ghibli, que creó un nuevo tipo de animación que escapaba de las estrictas formas de género del anime japonés y que se asociaba al cine occidental.

Hayao Miyazaki

Ghibli era un estudio que trabajaba siempre como un enjambre alrededor de Miyazaki, que impuso un estándar de producción de alta calidad que suponía mucha inversión y volumen de trabajo, lo que dio como resultado una larga lista de películas únicas como ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Mi vecino Totoro’, por poner un par de ejemplos. Nació para poder aprovecharse del auge espectacular de los 80 del anime (animación japonesa), en un ya lejano 1985, cuando Miyazaki e Isao Takahata utilizaron su primer éxito, ‘Nausicaä del Valle del Viento’ (1984), como aval. Miyazaki compartió mesa de trabajo artesanal con muchos otros creadores que se arremolinaron bajo las alas del maestro.

El nombre es clave: escogió de la palabra italiana que define el viento del desierto y que se usó para nombrar a un tipo de avión, una fuerza de renovación y cambio que es la mejor metáfora de la labor de este estudio y del propio Miyazaki, que desde Occidente podría parecer un creador de anime más, pero en realidad es uno de los revolucionarios que lanzaron el arte japonés a un nivel superior en cuanto a valores, profundidad y gusto estético. Fue con este estudio con el que desarrollaría toda su carrera, organizado por y para Miyazaki y con el que redefinió el anime japonés y el propio cómic nipón. Le dio una vida paralela al éxtasis de violencia y movimientos imposibles que surgieron alrededor de otros éxitos de los 80 como ‘Akira’, por poner el ejemplo más característico.

En Nausicaä ya estaban presentes los puntos básicos de Miyazaki que definirían al Studio Ghibli: fantasía desbordante que sin embargo tiene una gran coherencia interna, un amor inmenso por la aviación (otro punto de fuga que le hace tan peculiar y heredado de su infancia), ecologismo y lamento por los desmanes humanos, respeto por el propio espíritu de superación del ser humano, personajes que se superan a lo largo de la obra, pacifismo nada disimulado y un sutil feminismo representado en (casi) todos los personajes principales, que son niñas, chicas o mujeres dispuestas a todo por vencer y solucionar la trama. Ideología pacifista y ecologista como en muchos niños japoneses que sufrieron la guerra y la posguerra y que pasaron de un mundo muy convencional a otro ultratecnificado. Miyazaki forma parte de esa generación nacida con los bombardeos, de infancias llenas de sacrificios pero que vieron en su madurez un Japón fuerte y tecnificado. En sus obras la crítica a los desmanes del capitalismo también son sutiles pero activas, y eso lo enlaza con otros valores humanistas.

Si bien el pacifismo no es algo novedoso en un país marcado a fuego por la guerra y el horror nuclear, el ecologismo es un valor relativamente moderno pero que se enlaza a la perfección con los viejos mitos sintoístas de la cultura japonesa (muy visibles en ‘Mi vecino Totoro’, ‘La princesa Mononoke’ y ‘El viaje de Chihiro’) en los que la naturaleza tiene una dimensión divina. El agua cobra una fuerza enorme como el vehículo de la divinidad, una conexión con el mundo espiritual desde el terrenal (algo muy obvio en ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Ponyo en el acantilado’). En todas estas películas se remarca la idea de que la humanidad rompe su acuerdo con la naturaleza y son los protagonistas los que recomponen ese equilibrio.