Pocas veces la tecnología jugó un papel tan vital para una victoria como en la Segunda Guerra Mundial. Fue, por así decirlo, la primera contienda técnica tanto o más que humana. Enigma es una prueba definitiva de ello. La exposición del Espacio Fundación Telefónica (hasta el 25 de octubre) no es arte, es más bien la lucha sin cuartel entre dos bandos tecnológicos, la lucha por desencriptar el código de los nazis que permitió a los Aliados vencerles.

La historia de Enigma y de cómo el grupo especial de Bletchley Park (con el malogrado Alan Turing a la cabeza y un equipo plagado de mujeres de gran talento que quedaron luego oscurecidas por el relato oficial) lo tiene todo: fue el germen de la informática moderna, cimentó la leyenda de Turing, dio un salto de gigante en las comunicaciones, en la encriptación, fue la entrada de lleno de las matemáticas en el no-arte de la guerra, una operación secreta hasta el punto de que se borraron los nombres de muchas (y en especial de ellas) de las personas que participaron… y un triunfo de la inteligencia. Sin el logro de abrir el código Enigma no habría sido posible el Desembarco de Normandía, ni la decisiva victoria en la Batalla del Atlántico. Entre otros muchos logros. La exposicón de la Fundación Telefónica acerca esta historia al público desde su sede en Madrid.

Arthur Scherbius, ingeniero e inventor alemán, construyó en los años 20 Enigma, un aparato electromecánico de rotores para codificar mensajes, con la idea de que la utilizaran bancos y empresas comerciales para mantener en secreto sus comunicaciones. Era un aparato muy avanzado, que generaba códigos cifrados de forma mecánica sin necesidad que el humano los ideara antes, una simple función combinatoria basada en un cálculo matemático que creaba un alto grado de seguridad. En principio no tuvo un éxito comercial importante, pero cuando Hitler rearmó Alemania en los años 30 se le hicieron mejoras para ser la máquina de cifrado estándar de los tres ejércitos alemanes. El resultado fue un sistema de comunicaciones muy avanzado que durante años fue un verdadero problema: Alemania tenía un grado perfecto de seguridad, una pesadilla para los servicios secretos aliados y aseguraba una enorme ventaja militar al III Reich.

Fotografía de las máquinas Enigma en manos alemanas durante la guerra

Para que dos operadores de Enigma se comunicaran, las dos máquinas tenían que estar configuradas exactamente igual. Los mensajes, una vez codificados, se enviaban por radio utilizando el código Morse. Quien interceptara estos mensajes, solo obtenía una serie de letras sin sentido. Sin embargo, un operador de Enigma con las claves adecuadas, al teclear esas series sin sentido, haría que se iluminaran en el panel de lámparas las letras del mensaje original y obtendría el mensaje descodificado. La configuración de la máquina se cambiaba diariamente, de manera que aunque se descifrara el código un día, al día siguiente había que empezar de cero nuevamente.

La mansión de las matemáticas: Bletchey Park

Situada al norte de Londres, la gran casa fue el lugar elegido por el servicio de inteligencia británico para reunir a lo mejor de la inteligencia lógica para romper ese muro encriptado. En la operación militar sin embargo tenía el nombre de “Estación X”, y parecía diseñado por un autor de thrillers: el personal distaba mucho de ser militar, había una mezcla civil y castrense que parecía diseñada para estrellarse, con roces continuos muy parecidos a los que caracterizarían a la Operación Manhattan en EEUU que daría lugar a las bombas atómicas. En Bletchey Park se juntaron tanto expertos en espionaje e inteligencia militar como matemáticos, jugadores de ajedrez, lingüistas, ingenieros… Casi 10.000 personas pasaron por aquellas instalaciones en turnos cíclicos continuos que seguían allí donde lo habían dejado el anterior. Y un solo objetivo obsesivo: descifrar el código Enigma y sus sucesivas variantes. Y tenían además que hacerlo contrarreloj, ya que cada día que pasaba era una victoria para los otros.

Primera dato asombroso: el 75% de la plantilla eran mujeres. La mayoría estaban asignadas a tareas secundarias o más mecánicas, mientras que la minoría masculina dirigía y planteaba las estrategias. En este lado figuran nombres como Alan Turing, Douglas Welchman, Dilly Knox… Ellas desarrollaron el trabajo más pesado y repetitivo, y sus nombres fueron ocultados o borrados porque, no hay que olvidarlo, aquello fue una operación secreta. Tanto que muy poca gente en la estructura militar sabía lo que pasaba allí, sólo los gobiernos, el Estado Mayor y los servicios de inteligencia. Los nombres de ellas surgen con cuentagotas. Hoy sabemos que hubo oficiales femeninas como Joan Clarke, Mavis Lever o Margaret Rock, que lucharon en la retaguardia por una victoria decisiva.

Clarke, por ejemplo, fue una de las colaboradoras directas de Turing. Ascendió por su talento hasta ser la subdirectora de uno de los grupos de trabajo secretos, la “Cabaña 8”, centrado en los mensajes codificados de la Marina alemana. Lever y Rock sin embargo se unieron a Dilly Knox, que tenía una tarea aún más titánica, descifrar el código de la Inteligencia alemana, una de las que mayor grado de complejidad tenía. Sus esfuerzos dieron resultado: hasta 1941 fue como estrellarse contra un muro, hasta que lograron “abrir” el primer mensaje. A partir de ahí pudieron recrear la máquina para tejer un sistema paralelo. Fue tan importante que los Aliados ni siquiera revelaron a muchos de sus socios militares y políticos el logro: lo mantuvieron en secreto absoluto para evitar que los alemanes se dieran cuenta. En Bletchey Park escuchaban, pasaban la información y los militares tejían emboscadas a los alemanes.

Descifrar Enigma permitió conocer los movimientos y misiones de los submarinos alemanes en el Atlántico Norte, el grado de conocimiento que tenían los nazis de los planes Aliados, cómo estaban distribuidas sus tropas e instalaciones de lanzacohetes. También permitió a los Aliados crear planes-trampa para la inteligencia alemana: para diseñar el Día D hicieron creer a los alemanes que desembarcarían en Calais y no en Normandía. Lanzaron todo tipo de comunicaciones que sabían que captarían, pero era información falsa para desviar la atención. Luego los Aliados corroboraban que había funcionado gracias a Enigma y lo aplicaban de forma preventiva. Un triunfo total de la inteligencia. Y sin dispara una sola bala.

La tragedia de Alan Turing

Sin embargo, además de la proeza intelectual, del trabajo oscurecido de las mujeres, hay un drama asociado a Bletchey Park, el de Alan Turing, el padre de la computación moderna, héroe de la guerra en retaguardia que sólo tenía un problema para la mentalidad de la época: era gay. Matemático y criptólogo, fue pionero en los campos de la computación y la Inteligencia Artificial. Está considerado uno de los fundadores de la informática actual, pero su gran labor por los Aliados fue recompensada con la cárcel, la humillación pública, la castración química y el olvido. Terminaría suicidándose al morder una manzana envenenada. Cuentan que este hecho fue la motivación del logo de Apple, una manzana mordida en honor al padre de la informática.

Con tan sólo 23 años, ya en Cambridge, donde se licenció con honores en matemáticas, Turing publicó un artículo que hace que sea considerado el padre de la computación. En él desarrollaba de manera teórica una máquina de cómputo universal, conocida como máquina de Turing. Después, gracias a una beca de investigación, se doctoró en la universidad estadounidense de Princeton. Allí rechazó una oferta trabajo para volver a su país, donde le sorprendió el estallido de la II Guerra Mundial. Fue de los primeros en ser reclutados por su intelecto: estuvo desde el principio en Bletchey Park, en 1939, junto a Gordon Welchman, ambos genios salidos de la cantera de matemáticos de Cambridge.

Cuando terminó la guerra, y con toda la Estación X en condición de secreto de estado, ya que fue la base de la inteligencia británica posterior, Turing trabajó en el Laboratorio Nacional de Física. Posteriormente fue director del Departamento de Computación de la Universidad de Manchester, diseñó ordenadores, escribió el primer manual de programación y el sistema de programación del primer ordenador electrónico de propósito general, construido en la Universidad de Manchester. En 1950 publicó el artículo fundacional de la Inteligencia Artificial, ‘¿Pueden pensar las máquinas?’. A partir de aquí creó el Test de Turing: si un interrogador humano no es capaz de distinguir si quien responde a sus preguntas es humano o máquina, cabe pensar que la máquina es inteligente. Apunte cinematográfico: este test es parte del guión de la película ‘Blade Runner’ y una versión se puede ver aplicada en una de las escenas del filme.

Su trágico final arrancó dos años después, cuando en 1952 fue acusado de sodomía en base a un código penal arcaico. Ser un héroe y haber estado en Bletchey Park no le libró. Es más, se sospecha que fue una de las razones por las cuales el sistema del poder se lanzó a por él, quizás temiendo que relevara datos que implicaran al servicio secreto británico de la época. Sea como fuere, fue durante la denuncia de un robo inducido por uno de sus amantes cuando reconoció su homosexualidad. A partir de ahí empezó un proceso calcado al de Oscar Wilde medio siglo antes, y la caída fulgurante del genio de Cambridge. El caso saltó a los medios de comunicación y Turing fue vapuleado públicamente por ello. Pero no se disculpó por ser lo que era. Se le dio a elegir entre la cárcel o la castración química: eligió lo segundo, con consecuencias físicas terribles que lo atormentaron aún más.

En 1954 murió envenenado. Todavía se duda de un verdadero suicidio, hay incluso hipótesis de que fue envenenado y que la manzana fue una cortina de humo para un asesinato. Tuvieron que pasar más de 50 años para que el gobierno británico reconociera la culpa del proceso contra Turing y le rehabilitara a todos los efectos. Y fue Isabel II la que ordenó el perdón total en 2013 después de que el Primer Ministro, David Cameron, se negara a retirarlo basándose en que entonces (1952) la homosexualidad era delito.