No ha pasado ni un año desde que Harper Lee publicó la continuación de ‘Matar a un ruiseñor’ después de décadas de silencio. Hoy ha muerto la autora de un clásico norteamericano como hay pocos, origen de un filme icónico y todo un símbolo para una sociedad marcada por el racismo y la lucha por lo obvio en una democracia.

Ha muerto en la misma discreción con la que vivió después de aquellos tormentosos años 60 en los que con un solo libro logró matar de celos a su amigo Truman Capote, poner las bases para una película legendaria y multipremiada y darle alas a la literatura norteamericana. Luego se esfumó como periodista, columnista y una discreta trabajadora. Nunca quiso destacar, huyó como pudo del mismo mundo que su amigo/rival Capote amaba con locura. Hoy ya no está con nosotros, 30 millones de ejemplares largos vendidos y un talento que nunca llegó a exprimirse del todo. Vivió sus últimos años plácidamente en Monroeville, un pueblo de apenas 6.000 habitantes de Alabama, mientras dormía en su habitación de una residencia de ancianos del pueblo donde todos la protegían de los periodistas y fans. Tenía 89 años, nunca se casó y tampoco tuvo hijos.

Detrás, como legado, deja un monumento literario, una continuación ‘Ve y pon un centinela’ que dejó sabor amargo y mucho miedo al apabullante éxito que la llegó a asustar. Sobrevivió retirándose y cerrando la puerta a más obras literarias. Antes de 1960 no hubo una Harper Lee grande: sin experiencia, anónima y con una relación peculiar con otro mito de la época, Truman Capote, al que ayudó a escribir y corregir ‘A sangre fría’ y otros textos. El libro se publicó en 1960, antes incluso de que JFK iniciara la maratoniana lucha por la reafirmación de los derechos civiles de los negros y otras minorías; no culminaría hasta 1965 con las leyes firmadas por el presidente Lyndon B. Johnson con Martin Luther King Jr de testigo. Harper Lee se cerró en banda a publicar ninguna secuela o incluso a publicar nada más. El éxito la arrolló como a pocos autores y optó por la vía Salinger: yo, mi mundo y nada más.

Harper Lee en los 60 y los últimos dos años

Pero fue sin duda la versión cinematográfica de Robert Mulligan en 1961 la que le dio la eternidad a esta obra, con el Atticus Finch de Gregory Peck y Scout interpretada por Mary Badham. El resultado fue una película memorable, de las joyas del cine americano más comprometido y valiente en un tiempo donde ser negro era poco menos que el anticipo de una vida miserable de marginación y violencia. Se llevó tres Oscar en 1962 y marcó una época, como un anticipo de la lucha social que se desarrollaba en EEUU en aquellos años. ‘Matar a un ruiseñor’ es un alegato sobre la justicia pura, sobre la igualdad y contra el racismo. La novela fue incluso prohibida en varios estados del país durante años.

Todo gira alrededor de la violación de una mujer blanca a manos de un hombre negro en Maycomb (sur de EEUU), que en realidad es inocente del suceso y al que se le echa la culpa del crimen. Es defendido por un abogado local, Atticus Finch (inspirado en el padre real de Lee), que cree ciegamente en la justicia y las leyes y ejerce de único defensor gracias a su rectitud y su buena reputación en la localidad. El suceso tiene lugar durante la Gran Depresión (años 30) en ese Sur que parecía no haberse movido un ápice desde el siglo XIX. Finch carga con la cruz de la defensa y es represaliado por los mismos vecinos que le creían un buen hombre y que se pone de parte del negro. Mientras, convive con sus dos hijos, a los que cría solo después de la muerte de la madre. Y por encima de todo, la ética de Finch, como un ancla a la que se agarra la historia y alecciona a sus hijos.

La película ‘Matar a un ruiseñor’, con Gregory Peck como Atticus Finch