En la primera planta del Museo Thyssen-Bornemisza se abre una ventana virtual a un mundo onírico y personalista, el que hizo confluir Francisco Bores con el poema-icono de Edgar Allan Poe, ‘El Cuervo’. Hasta febrero próximo.

Dos mundos muy distintos, el de Poe y el de Francisco Bores (Madrid, 1898 – París, 1972). El primero un universo llevado al extremo expresionista, gótico, terrorífico, introspectivo, alucinado y creativo. El padre del relato psicológico (‘El péndulo’), de la serie negra (‘Los crímenes de la calle Morgue’) y quizás uno de los escritores más originales que haya dado nunca Occidente. Al otro un artista contemporáneo que supo acercarse a un poema mil veces plasmado en multitud de soportes con un estilo propio.

La exposición en el Thyssen-Bornemisza (hasta el 5 de febrero) está dedicada a la serie de doce gouaches que Bores pintó en la primera mitad de los años 60 para ilustrar el poema de 1845 de Poe, y que en gran medida eran inéditos hasta hace poco. Se exponen ahora por primera vez junto a un lienzo de la misma época: ‘Paisaje de verano’ (1965). A diferencia de los ilustradores más famosos del poema de Poe, como Édouard Manet o Gustave Doré, Bores elimina cualquier elemento narrativo. Sus imágenes del cuervo, en las que aparece en soledad o junto a Eleonore, tienen un estilo mucho más simbolista, parecido al de otro célebre “soñador”, Odilon Redon, aunque con más carga lírica.

Bores supo obtener de sus gouaches el máximo de expresividad igual que Poe hacía con sus escritos. Un trabajo distinto al de sus óleos, de elaboración más cuidada, y con un margen de experimentación mucho más grande, con una libertad creativa que dio como resultado una serie muy peculiar dentro de su propia obra. Trabajar en Poe le hizo ser diferente: sus gouache son mucho más transparentes, consiguiendo mucha las luminosidad.

Francisco Bores