La cadena pública estrenó en abierto ‘Killing Eve’ (los miércoles) para aportar algo de calidad en la televisión. Y ha repetido jugada con el estreno mañana día 9 de la versión en formato de serie de TV de ‘El Nombre de la Rosa’ (22.05 horas).

Serán ocho episodios que irremediablemente conducirán visualmente a aquella genial adaptación de los años 80 que hiciera Jean-Jacques Annaud sobre la novela maestra de Umberto Eco, publicada en 1980 y superventas capaz incluso de relanzar el género histórico por sí sola en Europa. Aquella película con Sean Connery como Guillermo de Baskerville y Christian Slater como Adso de Melk también marcó época a su manera, como uno de esos clásicos contemporáneos de digestión lenta. Ahora la serie tendrá más tiempo y nuevas caras para completar la ficción creada por Eco y que fue el inició de una prolífica carrera literaria al margen de la que ya tenía como filósofo y semiótico.

En la nueva versión (dirigida por Giacomo Battiato) Baskerville será encarnado por John Turturro y Adso tendrá a Damian Hardung para darle vida, más Rupert Everett, Fabrizio Bentivoglio, Michael Emerson y Greta Scarano. El argumento de partida es el mismo: en el siglo XIV, el de la Peste Negra y los grandes cambios agrícolas y comerciales, un grupo de franciscanos perseguidos por la Iglesia oficial se reunirá en una abadía de las montañas italianas para asistir a una cumbre teológica que puede decidir el futuro de su orden y de la propia institución. Una abadía sacudida a su vez por una serie de extraños asesinatos que Baskerville tendrá que resolver por encargo de los monjes.

Y debe darse prisa, porque falta poco para que lleguen todos los emisarios. La abadía es en realidad una gran caja de sorpresas, desde los monjes y su relación con los habitantes de la región a los secretos de cada uno de esos silenciosos hermanos que siempre orbitan alrededor de una biblioteca-laberinto única en el mundo y donde apuntan todas las miradas. Nada es lo que parece, una cortina detrás de otra. Una thriller dentro de una novela histórica que a su vez también (en la novela original) tiene grandes dosis de filosofía y teología como pilares de la historia.

La novela de Umberto Eco

Año 1980, la editorial Bompiani publica un libro de 533 páginas con el registro mun­dial ISBN 88-452-0705-6 con el título ‘Il nome della rosa’; empezaba la vida de todo un clásico capaz de fusionar géneros y recuperar otros. Pasarían dos años antes de que Ricardo Pochtar tradujera para Lumen su versión en español. Para entonces la marea del éxito de la novela preferida por los menores de 40 años en toda Europa ya era una realidad que luego se convertiría, en 1986, en una película de Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery en plena madurez y un todavía adolescente Christian Slater. Y a partir de aquí, lo ponemos para los que todavía no han visto la película o leído la novela: spoilers.

La novela tendría incluso una segunda vida en forma de videojuego primitivo y legendario para el mundo del ocio electrónico (‘Asesinato en la Abadía’), una adaptación teatral que fue vista en el Teatro Apolo de Madrid (con Juan José Ballesta como Adso de Melk y Juan Fernández como Guillermo de Baskerville, dirigida y adaptada por Garbi Losada y José Antonio Vitoria). Son varias de las muchas vidas paralelas que ha tenido la que es, quizás, una de las mejores novelas que hayan salido de Europa en mucho tiempo, no tanto por su calidad literaria trascendental (que la tiene) sino por su impacto cultural, popular e incluso formal, ya que gracias a esta obra de Umberto Eco, a la sazón uno de los mejores filósofos del lenguaje vivos, renació el gusto popular por la novela negra y la histórica, que fueron fusionadas con acierto en este texto de más de 500 páginas en las que Eco, en ocasiones, es incapaz de reprimir al filósofo que lleva dentro (por ejemplo con la discusión entre los jerarcas eclesiásticos y los franciscanos, donde la narración se hace densa, intelectual y se aleja del argumento novelesco).

Sólo un detalle para quien no haya leído la novela: háganlo, y si no, es mejor que no sigan leyendo. Nunca se mezclaron con tanta clase filosofía, liberalismo, género negro e historia; Eco, ese semiótico con alma de cuentista, perpetró un auténtico “homenaje literario” a escritores como Borges, Arthur Conan Doyle, la lista entera de escolásticos y buena parte del alma del Renacimiento que su país, Italia, construiría un siglo después. Treinta años de éxito, de fieles lectores que le siguieron luego en ‘El péndulo de Foucoult’ y ‘Baudolino’, otras dos novelas que se sumergen en el mismo ambiente pero con resultado desigual (inconmensurablemente densa la primera, pura aventura fantástica la segunda).

Eco bajó del púlpito el intelectualismo y lo democratizó para todos en forma literaria, para bien, o para mal. Brutal, tanto como para impactar a toda una generación. Ese Salvatore desfigurado que introduce las herejías idealistas que luego degenerarían en el protestantismo, el pulso entre el enfermizo catolicismo oficial y el subterráneo, más auténtico y liberal que ninguno. Y en el eje de todo, un libro perdido que no existió: el segundo libro de la Poética de Aristóteles, centrada en la comedia, y que al ser leído por los monjes les inducía a una risa sin fin. Era el humor lo que les mataba, pues cuanto más reían más leían… y hasta aquí puede leer, para dejar de fondo la clave de todo.

Palpita subterránea toda la teoría escolástica de Guillermo de Ockham, filósofo clave de la Baja Edad Media que dio los primeros pasos hacia el racionalismo empírico de los siglos XVI y XVII, y que sirvió de germen a Eco para crear al personaje de Guillermo de Baskerville, que toma a su vez el apellido de una célebre novela iniciática de Conan-Doyle y conserva la nacionalidad inglesa. Y en una segunda línea inferior, una crítica demoledora contra ese fanatismo religioso que no permite reír porque “la risa significa que no tienen miedo, que no viven en el temor absoluto a Dios”, y por lo tanto podrían desobedecer a la Iglesia. Una y otra vez los dos personajes, maestro (Guillermo) y alumno (Adso de Melk).