Extinción, palabra maldita pero que el ser humano ha logrado convertir en una constante asociada a su civilización, que no se recata en consumir recursos de manera excesiva y que provoca la sexta extinción masiva.
No tiene por qué ser la revista Science la que dé la voz de alarma, basta con tener conciencia, inteligencia y algo de números en la cabeza. La extinción se combina con la llamada “defaunación”, proceso por el cual una especie reduce tanto su volumen en un nicho ecológico que termina por ser más catastrófico que su desaparición, ya que no da tiempo al resto de especies a ocupar su lugar o a ese medio ambiente a recuperarse. La Humanidad es un asesino lento y sofisticado que se ha llevado ya por delante a más de 320 tipos de vertebrados desde que empezara su gran expansión en el año 1500. La vida es el producto de 3.5000 millones de años de trabajo evolutivo, y en apenas 500 ya hemos provocado una extinción relevante.
El poder de la civilización humana, con su necesidad agobiante e insaciable de energía y recursos, ha provocado que la diversidad de especies se reduzca (especialmente en el terreno de las plantas, industrializadas para beneficio humano) y que estemos muy cerca de convertirnos en el mayor parásito posible. Según el conjunto de reportajes de Science, el ser humano está causando un daño parecido a la vida al que en su día provocó el meteorito gigante que acabó con los dinosaurios y más de la mitad del resto de especies, o con el supervulcanismo de 200 años antes que prácticamente asoló la vida sobre la Tierra y que está considerada la mayor extinción de la historia geológica del planeta.
Según los autores (botánicos, biólogos, evolucionistas del University College de Londres, la Universidad de Stanford y California), la Humanidad ha empezado esa sexta extinción que, de no poner remedio, se convertiría en una de las mayores de la Historia. Tanto por su efecto directo de muerte (320 especies de vertebrados extinguidas) como de rebaja de capacidad (la defaunación), que supone que un 25% de muchas especies se han volatilizado por la expansión de cultivos, la caza y la explotación de los recursos naturales de manera indiscriminada. Y por la contaminación. Así que nuestra cuenta del carnicero es larga: cientos de animales extintos para siempre, el resto amenazados en su número, pero también muchos invertebrados, como legiones de insectos que antaño parecían indestructibles pero que nosotros estamos consiguiendo eliminar.
En este escenario, sólo han prosperado las especies que dependen de nosotros por alguna razón (gatos, perros, vacas, ovejas, cabras y otras en menor proporción) o que han aprendido a aprovecharse de nosotros (palomas, gaviotas, algunas rapaces pequeñas, cuervos, urracas, golondrinas, quizás las cigüeñas, pero sobre todo cucarachas, ratas, hormigas, termitas…). Y el punto de inflexión a partir del cual no haya recuperación posible se acerca. La lista de especies que perfectamente podrían llegar a un punto de reducción irreparable es muy llamativa: leones, elefantes, tigres, grandes simios y ballenas, algunas de ellas de las pocas que tienen conciencia de sí mismos (se identifican individualmente entre sí) y de las más inteligentes.
Especialmente grave puede ser la caída en picado del volumen de invertebrados por su importancia en el ciclo vegetal del que nos aprovechamos: ya es conocido el papel de las abejas en la polinización, pero igual de importantes son las arañas, los gusanos o los crustáceos por su papel en el control de plagas, en la descomposición de los cadáveres animales y vegetales o incluso en la salud humana. Estas familias animales caen por culpa de la reducción de sus hábitat naturales para los que están específicamente adaptados, pero sobre todo por las alteraciones del clima a nivel planetario, si bien muchas de ellas prosperan y convierten en típicas enfermedades que no lo eran en otras zonas (por ejemplo enfermedades tropicales cada vez más frecuentes en Europa).
Esta noticia es especialmente grave para los equlilibrios naturales ya que siempre han sido vistos como una de las pocas familias de fauna que han sobrevivido a todo o a casi todo. Bueno, hasta que llegó el ser humano. Sin estas especies la economía mundial podría perder miles de millones de euros en beneficios y sobre todo enfrentarse a una situación medioambiental tan grave como la que se produce durante y después de una extinción. La disminución de estas especies pone en peligro, en gran medida, la capacidad de la naturaleza de proveer a los seres humanos de cosas que necesitan: ojo, porque el 75% de los cultivos alimentarios que se consumen en el mundo dependen de la polinización.
A esto hay que añadir que muchas especies no sólo eliminan restos biológicos que podrían ser el inicio de plagas y pandemias, sino que además son controladores naturales de las grandes plagas que por su programación biológica podrían ser tan enormes que provocarían escasez alimentaria en todo el mundo. Además, los insectos y los vertebrados (como las aves) son importantes para el ciclo de los nutrientes y llevarlos a través de largas distancias. Todo el ciclo de la vida se ve alterado. Y sobre todo aumentan las posibilidades de patógenos: curiosamente son las especies que mayor facilidad tienen para portar virus letales para humanos (palomas, ratas) las que prosperan, mientras el resto cae.
Y el mar, siempre el mar, es uno de los grandes dolores de cabeza humanos. A la disminución de la biomasa marina por sobreexplotación de la pesca y la contaminación (especialmente la de plásticos, hidrocarburos y la acústica) hay que añadir que la caída en el número de anfibios ha supuesto el auge de las algas que, en un futuro, podrían ser útiles desde el punto de vista alimentario, pero que desde luego cercenan la diversidad biológica y altera toda la cadena natural.