Nada como no tener atmósfera protectora como para convertirte en una diana gigante para los meteoritos; la Luna sufre otra cicatriz por el enésimo impacto.

No es nada nuevo, ni original, ni fascinante, pero lo cierto es que siempre es positivo para astrónomos profesionales y amateurs ver en directo cómo se estrella un meteorito en nuestro satélite. Es una víctima propiciatoria: desde hace 4.500 millones de años (su origen) recibe un “balazo” tras otro, e incluso puede llegar a servir de escudo entre el meteoro y la Tierra. Hace casi un año uno de esos vagabundo espaciales cayó en el campo gravitatorio de la Luna, que recibió el golpe de un cuerpo de unos 40 kg de peso. 

La cara visible de la Luna tiene múltiples cráteres, pero es que la cara oculta todavía tiene más, muchísimos más. Ese aspecto de queso agujereado no es casual: al carecer de atmósfera que la proteja hasta los pequeños meteoritos pueden dejar su huella sobre la superficie. Por esta razón todos los astrónomos aficionados y muchos profesionales andan siempre con un ojo puesto en la Luna para poder aprender más y más del comportamiento de los cuerpos celestes a la deriva. Por ejemplo los del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), que el 11 de septiembre pasado captaron la mayor explosión en mucho tiempo en la superficie lunar.

Señal de la zona de impacto del último meteorito que ha caído en la Luna

 

Adscritos también a la Universidad de Huelva, y utilizando el programa MIDAS de observación astronómica, encontraron una potente explosión producida por un meteorito que incluso podría haberse visto a simple vista (con suerte, en el lugar adecuado de poca luz artificial); se calcula que la roca debía ser mucho más pesada que la anterior explosión detectado en la primavera pasada por la NASA, que calcularon fue producida por un cuerpo de 40 kg. Los andaluces aseguran que la nueva debió diez veces más fuerte: siguiendo la vara de medir de toda explosión (cuánta TNT hace falta para igualarla) el cálculo equivalente es de unas 15 toneladas de explosivos. Como mínimo, según cálculos de la institución, estaríamos hablando de una roca de unos 400 kg y de casi un metro y medio de diámetro. 

Aparentemente puede no representar nada, poco, pero hay que tener en cuenta que estos pequeños cuerpos celestes suelen ser superpesados y viajan por el vacío sin fricción relativa y en algunos casos con una gran velocidad por las presiones de los campos gravitatorios o por choques previos. El efecto es muy parecido al de la basura espacial: una simple tuerca del tamaño de la yema de un dedo puede agujerear una nave espacial por la enorme velocidad que acumula en órbita. El efecto de este “pequeño” ha sido un cráter de 40 metros de diámetro tras chocar a 61.000 km por hora en pleno Mare Nubium (Mar de las Nubes), una antigua zona del tamaño de nuestro país y formada por compuestos volcánicos compactados. Fue tan grande el impacto que la masa del meteoro se volatilizó liberando gran energía (explosión) y perdurando mucho tiempo según los baremos habituales: casi diez segundos.

El estudio de impactos sobre la Luna tiene otras motivaciones mucho menos altruistas: son imprescindibles para cuando llegue el momento de colonizar el satélite, que no tiene por que ser de forma permanente. Por ejemplo, más allá de establecer una colonia humana podría tratarse de instrumental fijo, incluso, como apuntan algunas agencias espaciales, una base totalmente ruborizada que contara con un telescopio de gran potencia, medidores, sistemas de radar para proteger la Tierra de futuros asteroides y cometas e incluso un laboratorio espacial para experimentos. Sea lo que sea que dejemos en la Luna, hay que ser conscientes de que un grano de arena es una bala en ese ambiente y que recibirá todo tipo de impactos futuros.

Mapa topográfico de la Luna donde se aprecian los continuos impactos 

Mapa Topográfico de LRO