Estados Unidos a través de los ojos de una de sus ciudadanas y artistas que  mejor ha sabido captar la esencia del enorme país en extensión y realidad, Lynne Cohen. 

Toda una vida dedicada a ser embudo y sintetizador vivo de la cultura popular americana dan para mucho. Abarca desde la intimidad a los símbolos, lo privado y lo público, todo unido y empaquetado en la Fundación Mapfre (hasta el 11 de mayo, Sala Azca) para una retrospectiva imprescindible, la primera en España y comisariada por Nuria Enguita.

Cohen nació en 1944 en Wisconsin, en la América más profunda y helada en invierno, una tierra que la modeló y que la espoleó a la hora de revisar y recrear el mito americano desde su perspectiva. La exposición reúne 86 fotografías, una visión en la que se pueden recorrer los interiores de los lugares que la artista ha ido encontrando durante su carrera: las salas de estar de sus vecinos, salones de baile, clubes privados, aulas y spa, instalaciones militares, laboratorios o campos de tiro.

Son siempre espacios de vida cambiantes en función de qué utilidad se les da, pero sobre todo qué tipo de acciones y vidas transcurren en esos espacios por parte de los norteamericanos, imágenes que a lo largo de su trayectoria han contribuido a la vanguardia de la práctica fotográfica. Pero lo más interesante es que nunca capta seres humanos, porque “no sabría dónde colocarlas”. Lo humano queda representado por los ornamentos que coloca en algunos lugares concretos como en ‘Living Room, Racine, Wisconsin’ (1971), o en las manchas de las balas de pintura que aparecen en la obra en ‘Untitled (Balloons)’ (2007).

 

La obra, década a década

Lynne Cohen empezó a fotografiar con una “view camera” (cámara de gran formato) a partir de 1970 sin haber estudiado nunca fotografía; ella trabajaba con grabados y esculturas, pero comenzó a fotografiar como “un método eficaz para plasmar las realidades sociológicas de un mundo cambiante”. Como muchos otros autores, la influencia del cine era muy grande, también del pop art que estaba en voga entonces.

Al llegar los años 80 hubo un cambio: se hace más crítica hacia la sociedad americana y opta por fotografíar espacios donde las personas son sometidas a control y vigilancia. No hay rastro humano, pero sí del vacío y de los lugares donde son reducidos a meras sombras. Todo es más tétrico y amenazante, las fotografías son más grandes y todo se hace más frío y monumental. Esto lleva a un cierto absurdo que es en realidad una de sus principales críticas. Cohen también entiende el gran formato como un mecanismo para invitar al espectador a “entrar” en sus obras y en los espacios fotografiados. Además introduce nuevos escenarios como campos de tiro y spa.

Finalmente, en los 90, aparece el color como parte de su obra. El blanco y negro dominaba pero ahora todo cambia en favor de ese color que completa las obras. Cohen se centra cada vez más en la crítica de una sociedad concebida para controlar y homogeneizar. Sus obras se vuelven más contundentes y menos teatrales: “En las nuevas imágenes hay un matiz más crítico porque a mí cada vez me preocupan más la manipulación y el control. Aún así, desde el principio, mis fotografías han tratado de varios tipos de artificio y engaño”.

Los Spa fotografiados por Cohen