La Unesco ha declarado el yacimiento de Atapuerca como “Lugar de Valor Universal Excepcional”, el máximo reconocimiento posible para una estructura, bien cultural o tradición en el mundo. Atapuerca ya era Patrimonio de la Humanidad desde 2000. Este estatus refuerza una realidad científica (y social) que mantiene el conjunto de cuevas de esta parte de la sierra burgalesa como un tesoro único.
Hace ya muchos años Juan Luis Arsuaga, uno de los investigadores y jefes de excavación en Atapuerca, que confesaba que el yacimiento era único en el mundo y que ni los medios ni la sociedad española podían llegar a entender el alcance científico y cultural que tenía. En un hotel salmantino dejó bien claro que era “algo excepcional” que tenía más reconocimiento fuera de España que dentro, si bien desde que culminó el Museo de la Evolución Humana en Burgos (MEH, ligado al yacimiento de Atapuerca) y tuvo el respaldo de los gobiernos españoles sea cual sea su ideología (aunque el PP recortó fondos) ha podido ganar peso. Y poco a poco, gracias a la difusión divulgativa, también entre los ciudadanos. Junto con Atapuerca también han recibido esa categoría las ruinas romanas de Tarraco, el Parque Nacional de Garajonay en la Gómera y todos los lugares de arte rupestre de la costa mediterránea española.
Atapuerca es el yacimiento de fósiles homínidos más antiguo e importante de Europa. Es una máquina del tiempo oculta en la tierra que es excavada con delicadeza, lentamente pero sin pausa, por un ejército de científicos, estudiantes y asesores que no han parado de sacar material, fósiles y enseñanzas desde que empezara la excavación sistemática en los años 80. La decisión de la Unesco, tomada en Bonn hace semanas, es la corona final para un encumbramiento de la paleontología y la antropología, refuerza la Teoría de la Evolución y de pasada ha conseguido aportar datos incluso de la fauna y la flora que había en esa región hace cientos de miles de años, con lo que Biología y Botánica también se han beneficiado. El nuevo estatus también incluye no sólo los yacimientos en sí sino todo el entramado ligado a ellos, lo que incluye a la Fundación Atapuerca y el Museo de la Evolución Humana en Burgos.
Pero no todo son sonrisas. En mayo de 2013 ya advertíamos en El Corso que los recortes impuestos por la Unión Europea, el FMI y el gobierno de Mariano Rajoy habían alcanzado incluso a los equipos de investigación de Atapuerca. Entonces hubo que reducir la campaña de excavaciones del verano, tanto en duración como en miembros. Entonces el gobierno central redujo su aportación y la investigación se ralentizó por una campaña de apenas 27 días, justo cuando más tiempo y estudiantes ayudantes puede tener el yacimiento. Sólo la Junta de Castilla y León mantuvo su aportación sin tocar, pero los escasos 50.000 euros de entonces no son suficientes. Mientras, la tan esperada ley de mecenazgo no llega y tendrá que esperar al siguiente gobierno.
El “todo Atapuerca”, del yacimiento al MEH
El Museo de la Evolución Humana ya acumula tiempo y utilidad, unido como está con la sierra que llena miles de artículos científicos. El MEH puede hacer una labor encomiable para que los ciudadanos puedan entender ese gran interrogante. La estructura del museo es un largo recorrido jalonado de momentos estelares, de piezas que de alguna forma han ayudado a entender y comprender los pasos biológicos, la dieta, la primitiva tecnología y todos sus cambios. Siguiendo un guión científico creado por esos tres hombres, el MEH divide el recorrido en cuatro plantas donde se trata de interpretar los hallazgos más emblemáticos que han realizado los investigadores en los yacimientos más importantes del mundo: hall, con el paisaje de Atapuerca en la época; la planta -1 se concibe como el corazón del museo, todo para el yacimiento. La planta 0 está dedicada a la Teoría de la evolución de Darwin. La planta 1 da respuesta, desde un punto de vista funcional, por qué somos tan iguales al cazador-recolector de hace 9.000 años, y sin embargo, tan diferentes. Y la planta 2, donde en esta planta se recrean los tres ecosistemas fundamentales de la evolución Humana: la selva, la sabana y la tundra-estepa de la última glaciación.
Visión general del MEH en Burgos
Pero hay siete piezas que hacen las veces de claves para explicar toda la cadena evolutiva. Siete fósiles y herramientas sacadas del yacimiento de Atapuerca, alma máter del MEH, la razón de su nacimiento y estructura. Arrancamos con Miguelón, sobrenombre del oficial mucho más aséptico: Cráneo 5. Es uno de los más completos y antiguos del registro fósil del mundo, descubierto en 1992 en la Sima de los Huesos, con 400.000 años de antigüedad y correspondiente al Homo heildelbergensis. Segunda parada: una punta de cuarcita encontrada en la Gran Dolina, con 350.000 años, que impacta por su bella factura y que es una de las demostraciones de que las herramientas ya eran una realidad desde el principio de las primeras fases de evolución. Tercera llave del hombre: una lasca de sílex de la Sima del Elefante, todavía más antigua que la anterior, con un millón de años y que fue, quizás, la primera vez que se dio ese salto técnico fundamental junto con el fuego. Otro fósil para el cuarto puesto: Elvis, otro sobrenombre para el dueño de una pelvis con medio millón de años descubierta en la Sima de los Huesos en 1994 y que es un escalón más para entender cómo la anatomía de los homínidos evolucionó. Fundamental también para desarrollar las teorías del bipedismo que nos separa del resto de primates.
Quinta maravilla: Excalibur, un hacha de mano muy elaborada con 500.000 años hallada en la Sima de los Huesos a finales de los años 90; sobre si fue usada o no para la caza hay dudas, ya que podría tratarse también de uno de los primeros objetos simbólicos de nuestra evolución, algo así como una imagen de poder como los bastones de mando, las coronas o los cargos, pero del principio de los tiempos. Sexto elemento: una mandíbula animal, la Panthera Leo, que revela la fauna y por tanto el campo de caza y la alimentación de la zona de Atapuerca en el pleistoceno. A través de este fósil puede determinarse cómo era la dieta y por tanto la organización para lo fundamental: comer. Y por último, el guiño: hace más de 800.000 años un niño murió en la Gran Dolina y partes de su cráneo han llegado hasta nosotros para que podamos conocer mucho más de la estructura ósea en las diferentes fases de crecimiento de aquellas especies que, sin llegar a ser lo que hoy somos, sí que eran parte de lo que somos.