Los avances en genética aplicados a paleontología deparan muchas sorpresas, especialmente cuando se tiene en cuenta que la influencia del genoma de los Neandertales es más firme y presente de lo que se creía. Un nuevo estudio determina que los europeos tienen una predisposición genética a adaptarse a una vida de cazador.
El Homo Sapiens moderno (Sapiens Sapiens, como nos hemos bautizado a nosotros mismos en un alarde de ego) es producto de cientos de miles de años de evolución y adaptación. No sólo adaptación cultural y tecnológica, también genética. La clave (polémica, porque todavía está por demostrar irrefutablemente) está en el ambiente que ocupa el grupo humano y su modo de vida, hasta el punto de que esas variaciones pasan incluso a la propia evolución genética. Sin embargo uno de los múltiples estudios salidos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Leipzig, Alemania) apunta que esa adaptación se da y que en los europeos alcanzó grados extremos de sofisticación.
Después de analizar genomas humanos de entre 45.000 y 7.000 años de antigüedad los investigadores creen haber encontrado un rastro adaptativo firme que “programa” cierta potencialidad en algunos grupos de europeos para amoldarse a una vida de cazadores más que de agricultores. La razón es que estas variantes ya estaban presentes en los prehistóricos cazadores-recolectores y no en los humanos posteriores de vida agraria y sedentaria. Primera conclusión: los cazadores-recolectores primitivos de adaptaron perfectamente al entorno y aportaron esa variable al genoma de sus descendientes antes de que llegaran los humanos agrarios; esas variables pasarían luego, por la fusión de poblaciones, a las siguientes generaciones.
Y es vital: las diferencias genéticas entre seres humanos son ínfimas (en contra de lo que todos los tópicos racistas y xenófobos aseguran) y se vinculan más con aspectos superficiales estéticos más que con verdaderas distinciones. La polémica de estos hallazgos es que está por ver si realmente hay población que tiene ventajas genéticas frente a otras en caso de una vida nómada. La denominada “adaptación local” es un campo abierto (y minado). No hay verdaderas diferencias, son tan pequeñas y vinculadas a simples “potencialidades” más que a realidades que todo lo que se afirma debe ser puesto en una posición muy relativa.
Yacimiento de fósiles de cazadores-recolectores europeos con más de 7.000 años de antigüedad
La investigación eligió dos extremos humanos para intentar establecer diferencias: por un lado el genoma de cazadores de la región siberiana de hace 45.000 años, y por el otro poblaciones africanas antiguas: el equipo descubrió que alrededor del 70% de las variantes genómicas con grandes diferencias de frecuencia entre los africanos y no africanos son cambios aleatorios que pueden haber ocurrido durante momentos concretos de migración, como por ejemplo hace unos 50.000 años durante la salida de África. El otro 30% se produjo después de la ocupación de Europa, es decir, que estas últimas variaciones son producto de la adaptación al duro entorno europeo, más frío, extremo y hostil en aquella época. Al adaptarse mejor estas poblaciones al entorno pasaron a ser más eficientes, de tal forma que su legado pasó con más fuerza a los siguientes.
Así pues esas poblaciones europeas estaban mejor adaptadas a la vida de cazadores que a cualquier otra. El equipo demostró que “un cazador-recolector temprano lleva más variantes que han aumentado rápidamente en frecuencia en Europa que un granjero temprano”, como se deduce del estudio. Uno de los integrantes del estudio explicó que “mientras que la revolución de la agricultura neolítica trajo un estilo de vida a Europa que aún persiste en la actualidad, los cazadores-recolectores proporcionaron la mayoría de las adaptaciones genéticas para el medio ambiente local europeo”. Entre esos cambios hay uno muy visible: la pigmentación de los ojos en tonos claros (verde y azul), surgida de la necesidad de adaptarse a ambientes donde la exposición a la luz UV era muy limitada.