Toda una época cae lentamente con cada obituario en el cine español: ley de vida, biología, el paso del tiempo inexorable. Hace nada despedíamos a Sazatornil y ahora le toca el turno a otra de las protagonistas del cine español de posguerra que mejor supo explotar su talento más allá incluso del fin de aquel tiempo y forma de hacer cine y teatro. 

Terminó todo un mundo en 1978, empezó otro con otro tipo de cine y de teatro, pero Lina Morgan supo seguir adelante incluso en la televisión. Fue de las pocas que logró sobrevivir a la guillotina del tiempo que dio al traste con toda una industria creada alrededor del drama encorsetado, la comedia costumbrista y los valores de fondo del nacionalcatolicismo. Morgan supo seguir adelante, ya fuera sobre el escenario con aquel formato llamado revista de variedades heredado de principios de siglo y que ya no tenía cabida, pero sobre todo se reinventó en la televisión. Fue dueña de teatros, marcas registradas y protagonista de varias series de televisión grabadas en directo como la comedia que siempre había hecho, con público. Y sobre todo, se reinventó. Nació como Ángeles López Segovia, muere como Lina Morgan.

Ha muerto con 78 años después de varios años enferma y arrastrada por la muerte de su hermano y manager en los años 90. Llevaba muchos años retirada y los achaques ya la habían mantenido en un hospital nueve meses antes de que saliera. Dicen que para morir en su casa. Amasó un patrimonio considerable que superaba los tres millones de euros y fue todo: actriz, ayudante, productora, director, y lo que hiciera falta para salir adelante. Fue una de las caras más conocidas de una era del cine que hoy identificamos con la caspa y lo rancio, pero que en su día alimentó a la industria y generó mucho dinero y un alto nivel de asistencia a las salas. Estuvo a la altura de Alfredo Landa, Tony Leblanc o José Luis López Vázquez. Eran otros tiempo y tuvo que convertirse en el recurso secundario de muchas películas: bajita, no precisamente agraciada pero con dotes innatas para la comedia física, aspectos que le abrieron muchas puertas.

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Lina Morgan se reinventó a sí misma varias veces. Muchos ahora reclaman otro tipo de actriz, mucho más talentosa y que de haber arriesgado más habría sido más grande todavía. Sin embargo tuvo que vivir una época de supervivencia: ella pronto encontró el camino y ya no lo abandonó porque sabía que siempre tendría público para seguir. Y consiguió cimentar una carrera sobre todo en el teatro, donde atraía a las masas. La calidad se diluyó por la cantidad y la accesibilidad para un público que pedía de ella lo de siempre: reírse. Ya en los años 80 logró vivir esa segunda oportunidad y convertirse en un fetiche de lo popular en aquella España que vivía dos realidades culturales: la liberal que experimentaba y la tradicional que se adaptaba. Ella fue de la segunda.

Su hermano José Luis y ella supieron aliarse para salir adelante y poder llegar lo más lejos posible. Nacida en 1937, con apenas 11 años ya era corista y solista de baile antes de empezar con la comedia. Entre un trabajo y otro en compañías, lograría por fin entrar en el cine en los años 60, cuando alternaba teatro y gran pantalla. Lo que fuera por sobrevivir. Fue entonces cuando llegaron películas como ‘Las que tienen que servir’ (1967) y ‘La tonta del bote’ (1970). Por entonces ya era famosa y a finales de los 70 logró crear su propia compañía, con la que fracasó. Volvió a hacer teatro en Barcelona y luego en Madrid, donde compró el Teatro La Latina, suyo hasta 2010. Llegó la comedia costumbrista que llenaba plateas, como ‘Vaya par de gemelas’ y ‘Celeste no es un color’.

Ya entonces era un cliché en sí misma. Había dejado de evolucionar a cambio de la estabilidad y con ella ganó legiones de seguidores, cierto grado de riqueza (un logro viniendo de una familia muy humilde) y poder de decisión, que para una mujer ya era un milagro incluso en los años 80. Entre medias tuvo que ser operada de un desprendimiento de retina, varias lesiones y finalmente, en 1995, el golpe de perder a su aliado y hermano. Entonces entró en una fase de aislamiento y soledad que se prolongaría durante más de quince años con muy pocas apariciones públicas o artísticas. Una de las últimas como secundaria invitada en la serie ‘Aquí no hay quien viva’. Y al final, la soledad, voluntaria.