Philip K. Dick (1928-1982) es uno de los escritores de ciencia ficción más innovadores e influyentes del siglo XX, el tercer pilar de ese templete triangular que formó en la posguerra con Ray Bradbury e Isaac Asimov. Laurent Queyssi y Mauro Marchessi retratan en ‘Phil’ (Norma Editorial) su vida, tan atormentada como prolífica.
Mientras que Ray Bradbury hilvanaba lírica y plástica con las palabras a la hora de escribir (quizás el más literario de todos), Isaac Asimov se centraba en la técnica y en una forma discursiva de narración que todavía deja dudas sobre su calidad literaria. El tercero en aparecer fue el más retorcido, alegórico, psicológico, terrorífico y distópico de todos, Philip K. Dick, que le dio tal vuelta de tuerca (oscura) a la ciencia-ficción que creó un estilo propio mil veces imitado. No obstante, como tantas otras veces, PKD (acrónimo de sus iniciales con las que es más conocido) tuvo que esperar a su propia muerte (poco después de que empezara Ridley Scott a adaptar ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ al cine con el título de ‘Blade Runner’) para alcanzar la gloria.
En su dramática vida tuvo que lidiar con divorcios en serie, depresiones, paranoia e incluso experiencias místicas alimentadas por el abuso de drogas legales destinadas a estabilizarlo. El consumo de LSD y de otras sustancias llegó a distorsionar tanto su contacto con la realidad que terminó por modificar incluso su forma de narrar. Para los lectores un efecto colateral perfecto por las alucinaciones literarias que creó, pero para él un desastre humano. Desde la década de 1950, su trabajo, oscuro y fascinante, se centró en realidades alternas en mundos a menudo gobernados por corporaciones monopolísticas y gobiernos autoritarios. Un pionero de esa visión pesimista, donde el terror psicológico va de la mano con la crítica social y cultural, el reverso tenebroso de esa ciencia-ficción positivista de progreso ascendente inmaculado que vendía el género en muchas ocasiones.
Su vida daría para múltiples interpretaciones, y una de ellas es esta particular biografía en forma de novela gráfica escrita por Laurent Queyssi y dibujada por Mauro Marchessi, en la que se centran en el torrente vital de PKD y en sus obras, de las más exprimidas y adaptadas por el cine y la televisión. Sólo hay que pensar en ‘El hombre en el castillo’, ‘Blade Runner’, ‘Minority Report’ o ‘Desafío Total’, todas salidas de la mente del autor, que acumuló premios y problemas a partes iguales. Con una línea de dibujo realista y clara, crean un lienzo perfecto en el que incluso se radiografía su muerte y cómo al final de su vida asistió al despegue de su obra lanzada sobre la pantalla de cine a través de Ridley Scott. A partir del éxito (lento y tardío) de esta película se abrió la puerta al resto de su obra, una cantera inagotable.
PKD, la ciencia-ficción cruza el espejo
A diferencia de Bradbury y Asimov (que modularon sus tensiones vitales de otras formas), fue sobre todo un hombre atormentado lleno de problemas psicológicos y de predisposiciones que se reflejaron en sus obras. Es muy complicado intentar condensar en este espacio las razones y el devenir de uno de los cerebros más atormentados de la historia del siglo XX, un hombre que tenía sueños, pesadillas, que padeció de alucinaciones durante parte de su vida, que sentía haber conectado con un ente divino extraterrestre, y que fue, entre otras cosas, un depauperado escritor de ciencia ficción. Frente al frío cientificismo de Arthur C. Clarke o la lírica a veces burlona de Ray Bradbury siempre queda la agonía metafísica, psicodélica y teológica del maestro, un prolífico autor que tiene en su haber ser la mayor mina de oro para la industria del cine.
Dos ejemplos de su forma pionera de romper el género de la ciencia-ficción en mil trozos: de su cabeza salieron la temprana ‘El hombre en el castillo’, novela que originó en sentido estricto el género llamado “ucronía”, en el que imaginaba un mundo en el que el Tercer Reich y Japón habían ganado la guerra. Hay una frase que resume a la perfección quién era Dick: “Reality is whatever refuses to go away when I stop believing in it”, es decir, “la realidad es aquello que no quiere irse cuando yo dejo de creer en ella”. PKD es el escritor de la psique, el primero en trabajar en una línea diferente al resto, basándose en gran medida en su desconfianza hacia la realidad empírica. Sus obras están plagadas de realidades falsas, de universos paralelos en los que un hombre machacado y empujado a un heroísmo que no desea escapa hacia otro plano de la conciencia. Es un juego continuo en el que somos Alicia persiguiendo al conejo blanco que llega tarde siempre a todos lados; una persecución en la que no hay fin y lo que damos por sentado es justo lo contrario de lo que pensamos.
Un ejemplo de cómo la psique de PKD influye en su obra la tenemos en su biografía, plagada de alucinaciones. Por ejemplo, en plena pubertad, el escritor tuvo un sueño recurrente. Estaba en una librería buscando un número de la revista ‘Astounding Magazine’, de las primeras especializadas en ciencia-ficción, en la que supuestamente alguien había publicado los secretos del universo en un texto llamado ‘El imperio nunca cayó’. A medida que el sueño persistía, la pila de revistas en las que buscaba era cada vez más pequeña, pero nunca llegó a la última revista. La insistencia casi le lleva a la locura, temeroso de que al encontrar la verdad terminara al otro lado de la cordura, donde muchas veces vivió a lo largo de su vida.
Sus inicios llegaron después de dar muchos tumbos académicos y universitarios, y después de vender varios relatos a las más importantes revistas pulp de ciencia-ficción de aquella época, PKD tomó en 1951 la decisión de dedicarse al oficio de escritor a tiempo completo. Escribió varias novelas de ciencia-ficción durante la década de los 50, pero con todo, sus intentos por publicar novelas de no ficción fue un rotundo fracaso. Su primer éxito fue la novela ‘Lotería solar’ (1954), iniciando así una muy prolífica carrera como escritor de ciencia-ficción. El punto álgido fue la concesión del Premio Hugo por la novela ‘El hombre en el castillo’ (1962). A partir de ahí, 36 novelas, 121 relatos cortos, muchos sólo publicados en revistas.
Aclamado en vida por contemporáneos como Robert Heinlein o S. Lem, pasó no obstante la mayor parte de su vida rozando la pobreza y sólo al final de su vida, y tras su muerte en 1982 (sin haber visto ‘Blade Runner’), empezó a ser reivindicado sin cesar. La adaptación al cine de varias de sus novelas le dio a conocer al gran público. Su obra es hoy una de las más populares de la ciencia-ficción y Dick se ha ganado el reconocimiento del público y el respeto de la crítica. Tarde, siempre tarde. Toda su vida estuvo influenciada por sus visiones, sus alucinaciones que todavía hoy generan muchas preguntas sobre su capacidad extrasensorial, y también por las obras de Jung, determinantes en su vida y su obra, igual que el gnosticismo, variante de la religiosidad cristiana que planea continuamente sobre cada párrafo.
Frente al futurismo perfecto y humanista de la ciencia-ficción clásica, apareció el lirismo psicológico y psicótico de sus obras, muchas veces influidas por su particular psique y también por el consumo de drogas, que en muchas ocasiones (LSD mediante) le llevaron a experimentar estados de conciencia de los que nacieron muchos de sus cuentos. Hay una constante erosión de la realidad en su obra, una generación de escenarios posmodernos donde el positivismo no existe y se convierte en una claustrofobia lacerante, con personajes decadentes aplastados por la tecnología y por poderes ocultos (Gobierno, por ejemplo) que alteran la realidad. Casi se podría decir que es el individuo frente al mundo, frente al universo o la conciencia de lo real. Los protagonistas a veces descubren que ellos mismos son falsos, que son robots (‘Blade Runner’), alienígenas, seres sobrenaturales por sus talentos o directamente víctimas de lavados de cerebro (‘Desafío total’).
PKD refleja la obsesión acerca de la frágil naturaleza que él consideraba que marca la percepción humana: de ahí nace el surrealismo de sus historias, donde el protagonista descubre que todo lo que le rodea es una gran mentira (‘Ubik’, una de sus historias más recordadas, donde una droga deja en estado de felicidad perpetua a los consumidores para no ser revoltosos con el poder). De acuerdo con Charles Platt, autor que conoce bien a PDK, “toda su obra parte de la asunción básica de que no puede haber una única realidad objetiva; todo es una cuestión de percepción. La tierra puede temblar bajo tus pies. Un protagonista puede verse viviendo como sueño de otra persona, o entrar en un estado inducido por drogas que de hecho tenga más sentido que el mundo real, o aparecer en un universo completamente diferente […]. No hay héroes en los libros de Dick, pero hay actos heroicos. Uno se acuerda de Dickens: lo que cuenta es la honradez, constancia, amabilidad y paciencia de la gente ordinaria”.