Remove Debris no se ha diseñado para limpiar todo, sólo una pequeña porción crítica que sí representa un problema y que amenaza, sobre todo, la red de satélites de GPS y la Estación Espacial Internacional (ISS), que tiene un sistema de alerta en caso de colisión y que la obliga a moverse o tomar medidas en cada caso.
La contaminación espacial es un serio problema. No es la primera vez que hablamos de esto en El Corso, y mucho nos tememos que no será la última. Los intentos para resolver el problema se han sucedido desde agencias aeroespaciales y empresas privadas, y ahora llega uno nuevo que es tan sencillo como funcional: simplemente se trata de recoger la basura como si fuera un cubo. Eso es Remove Debris, ideado por la Universiadd de Surrey (Gran Bretaña) con fondos de la Unión Europea.
La basura espacial es el resultado de 60 años de exploración del espacio, de puesta en órbita de satélites, naves, vehículos espaciales y todo tipo de componentes que han quedado atrapados en las diferentes órbitas alrededor de la Tierra. Van desde secciones enteras de varios metros hasta pequeños tornillos como los que llevaría un reloj de pulsera. El problema es que cada pieza, por pequeña que sea, sigue en órbita y la gravedad unida a la velocidad convierten esas minúsculas partes en balas aceleradas que no tienen rozamiento ni freno en el vacío. El impacto de un tornillo contra una plancha de acero sería como disparar una bala de francotirador. La película ‘Gravity’ ya le mostró al gran público en 2013 lo que le podía pasar a los astronautas con la basura espacial.
El cálculo es que en la actualidad hay 40.000 objetos en órbita terrestre, unas 7.000 toneladas de material, pero apenas el 10% son, por decirlo sí, “útiles”, el resto es basura espacial. De los muchos intentos que se han diseñado pocos se han puesto en marcha, y ahora se suma uno más por parte de una universidad europea, la de Surrey, Remove Debris. Ya se ha probado de forma experimental y se compone de tres partes: un arpón de sujeción que fija y caza los desechos para desintegrarlos, una red que recoge esos desechos y lanza los más pequeños hacia la atmósfera para que se desintegren, o bien (como tercer elemento en función de los otros dos), un dispositivo que arrastra a órbitas remotas los restos más grandes para ser descompuestos en piezas más pequeñas.
Modelo de la ESA de recogida de basura espacial muy parecido al Remove Debris
Un simple tornillo es el principio del fin
Una pieza minúscula que apenas pesa 10 gramos, en órbita en el espacio, dando vueltas y vueltas a la Tierra, es uno de los mayores peligros imaginables, un dolor de cabeza para todas las agencias espaciales y la amenaza más grande para cualquier satélite. Con apenas cinco centímetros de largo, ese tornillo, a una velocidad de miles de kilómetros por efecto de la gravedad terrestre, sin erosión alguna al no haber resistencia en el vacío espacial, podría llegar a hacer un boquete en un transbordador, en la Estación Espacial Internacional (ISS) o dejar sin funcionamiento un satélite. Y el agujero no es a escala, sino que aumenta. Es una pesadilla, y el mayor recordatorio se dio en 2011 cuando toda la tripulación de las ISS fue evacuada a la Soyuz a cientos de kilómetros sobre el planeta, para evitar un cúmulo de basura espacial que podría haber pulverizado el mayor sueño aeroespacial de la civilización.
Cada nave tripulada tiene radares y sistemas de detección de basura en órbita, pero lo cierto es que a veces no da tiempo para “dar un golpe al timón”. Más o menos es como un barco en los polos tratando de evitar los icebergs, sólo que aquí no son masas de hielo gigante, sino en ocasiones un grupo de piezas o tornillos perdidos disparados a toda velocidad. Cuando la ISS se ve amenazada por la basura espacial, y el blindaje que lleva incorporado no es suficiente, se ordena a la tripulación que suba a bordo de la cápsula de rescate para poder dejar la estación si fuese necesario. Es el procedimiento de escape urgente habitual, y ocurre muchas más veces de lo que aquí abajo suponemos.
Imagen de ‘Gravity’, donde se exagera el efecto de la basura espacial, pero que es muy real y letal
El catálogo de piezas calcula que hay más de 50.000 objetos en órbita mayores de un centímetro, el tamaño mínimo necesario para ser un problema. Casi todos en las órbitas bajas, un poco en las geoestacionarias, las más útiles y complicadas, vitales en las telecomunicaciones. Ya en 2003 había 10.000 perfectamente identificados, con un peso global por encima de las cinco toneladas, lo que da una idea de la gravedad para la carrera espacial. La misma, por cierto, que irónicamente, en este círculo vicioso, alimenta su propio problema: los componentes de las etapas de los cohetes son el mayor problema; queda muy bonito en los vídeos, pero algunos de esos fragmentos no se hacen polvo en la reentrada, sino que se dispersan en fragmentos más pequeños. Cerca de 100 toneladas de fragmentos generados durante aproximadamente 200 explosiones todavía están en órbita.
En 1991 comenzó a registrarse minuciosamente este efecto perverso de la tecnología humana: La primera maniobra oficial de la evitación de la colisión de la lanzadera espacial fue durante STS-48 en septiembre de 1991. Un encendido del sistema de control durante siete segundos fue vital para evitar un posible encuentro con restos del satélite 955 de Kosmos. Desde entonces ya van al menos tres colisiones en órbita terrestre. Siguiendo el llamado “síndrome de Kessler” (ver despiece ‘¿Qué es la basura espacial?’), cada colisión provocará exponencialmente más trozos sueltos, más basura espacial, en una progresión geométrica extremadamente peligrosa. El valor de esa progresión es que en 200 años habrá más de 18 colisiones, de todo tipo, desde satélites a estaciones espaciales y naves tripuladas.