Cuando Katsuhiro Otomo ideó ‘Akira’ colocó en 2019 el año en el que Neo-Tokio estaba “a punto de explotar” como decía el lema. Eso fue en 1988. Desde hace años Hollywood intenta hacer una versión en carne y hueso de este icono del anime, una “adaptación maldita” que el pasado mes de julio alimentó su propia leyenda negra en las colinas de Los Ángeles: Warner Bros, la productora de Leonardo DiCaprio y el director Taika Waititi preparaban una adaptación, hasta que Marvel se cruzó en el camino del director, obligando a posponer indefinidamente el filme.

IMÁGENES: Sunrise / Wikimedia Commons

Miedo. Ansia. Curiosidad. La mala suerte de Warner Bros con su proyecto es una excusa perfecta para hablar de ‘Akira’ cuando se cumple la fecha pensada por Otomo para ver los restos de Japón y de Tokio (Neo-Tokio más bien) descascarillarse por la violencia, la distopía, el crimen, el fanatismo religioso y los poderes psíquicos desatados a la altura de un dios. La curiosidad cronológica se une al enésimo retraso de un proyecto que ya huele a leyenda negra de Hollywood: no hay manera de hacer una adaptación real de ‘Akira’. Ya van dos directores caídos. Y aunque no se ha cancelado, sí que se ha pospuesto “indefinidamente”, que es tanto como mandar al sótano el proyecto y ponerle candado. Warner Bros y Leonardo DiCaprio ya tenían preparado el proyecto, con Taika Waititi como director y un presupuesto de unos 92 millones de dólares. Incluso tenían fecha: mayo de 2021. De hecho estaba ya buscando actores, pero había dos problemas. El primero tiene que ver con las “diferencia de guión” con un director que no casa bien con el estilo del anime de Otomo; el segundo es Marvel, que apareció para ofrecerle a Waititi dirigir ‘Thor 4’ (ya había sido director de ‘Thor: Ragnarok’), lo que provocó la “estampida” del neozelandés de origen maorí.

Muchos han respirado tranquilos. ‘Akira’ se libra, por ahora, de las adaptaciones occidentales en carne y hueso repletas de todos los fallos derivados del choque cultural entre dos formas muy distintas de crear, narrar e imaginar. Más si tenemos en cuenta lo que hizo la maquinaria a la sombra de las colinas de Los Ángeles hizo con ‘Ghost in the Shell’ y ‘Dead Note’; da bastante miedo en cómo de deformada quedará una obra maestra responsable de las “tres vueltas de tuerca”: en el manga, en el anime y en el público occidental. Una película demasiado ambiciosa basada en un manga aún más complejo y ambicioso que podría quedar reducido a un juguete roto. Varios directores, productores y retrasos; los desafíos de un filme complicado de asimilar al primer visionado, diferencias creativas (¿mantendría Hollywood el mismo nivel de violencia realista y de imaginación excesiva del anime, o lo dulcificaría para cumplir con sus targets comerciales basados en adolescentes?)… La coincidencia en el tiempo de ‘Thor 4’ con la producción de ‘Akira’ ha sido definitivo para que Waititi optara por lo bueno conocido frente a un desafío que ya le había provocado algunos roces con Warner, según medios como Variety. Así pues, los plazos de producción van a variar mucho. Tanto como para que, si Warner y DiCaprio pretenden que sea Waititi, podría retrasarse hasta 2023 como poco. Mucho tiempo, demasiado. Por eso ya hay más indicadores de que la adaptación estaría finiquitada a la espera de un nuevo planteamiento, con nuevo director.

Los primero asaltos sobre la obra de Otomo son de principios de esta década, cuando Marvel ya había planificado su particular universo y tenía en sus manos el éxito arrollador del primer ‘Ironman’. Por aquella época Hollywood buscaba como si fueran oro los guiones de historias que pudieran ser adaptadas. El cómic era grande en EEUU, pero también en Japón y Europa. Fueron los años de la nueva adaptación de Tintín por Spielberg y Peter Jackson. También de Nolan con ‘El Caballero Oscuro’. Las majors y las productoras algo más pequeñas buscaban su filón. Y se fijaron en el manga japonés, tan descontextualizado respecto a la cultura occidental como atractivo para esos mismos occidentales, que veían en el cómic nipón una rareza adictiva. Además, el anime (adaptación en formato de serie o película de animación de esos mangas, o con guiones originales) era todavía más impactante, y tenía en la memoria de Europa y EEUU maravillas como ‘Ghost in the Shell’, el Studio Ghibli (con Miyazaki al frente) o genialidades existencialistas como ‘Akira’, revolucionaria a todos los niveles. Y que por cierto, está disponible en Netflix.

Ese año, en 2012, Garrett Hedlund fue el primero en intentarlo, seguido por muchos otros directores y productores que intentaron americanizar y adaptar la película de Otomo, un icono ciberpunk como hay pocos, cargada de filosofía y referencias que te obliga a verla al menos dos veces. Algo parecido le ocurrió en 2015 a Jordi Collet-Serra cuando Warner Bros, que ya tenía entonces los derechos de adaptación, le encargó al director catalán que hiciera la transición del anime al cine real. Todos intentaron el camino ya habitual: en lugar de recrear la historia, reformarla para una audiencia blanca y norteamericana. Ese “blanqueamiento” de muchos filmes que nunca termina bien: ni el público americano lo entiende ni el resto del mundo pasa por el aro. Es lo que ya le ocurrió a ‘Ghost in the Shell’ o más recientemente a ‘Alita’. Hollywood no desfallece en sus intentos de encontrar la siguiente mina de oro ahora que los catálogos de Marvel y DC Comics ya parecen un erial sobreexplotado. Supuestamente la elección de Waititi (neozelandés y maorí) intentaba corregir un error repetido demasiadas veces, el del “blanqueamiento” de la historia, con actores occidentales, y querían actores asiáticos. Hasta que el director cambió de aires.

Una vez explicado el enésimo intento de Hollywood por adaptar una obra compleja, hay que definir qué es ‘Akira’ y por qué plantea tantos problemas de adaptación, con una extensa red de referencias filosóficas (algo ya habitual en el manga y el anime japonés) y que en los espectadores europeos siempre ha necesitado de al menos un par de visionados. No es una obra fácil, por lo que narra. El manga aún es más enrevesado que el anime: seis volúmenes publicados entre 1982 y 1990 donde los escenarios ciberpunk de Neo-Tokio se mezclan con ingredientes tan dispares como telequinesia, existencialismo, modificación genética, evolución humana, revolución política contra la tiranía militar, profecías religiosas, gotas de budismo zen y acción a partir de un universo de personajes a los que en ocasiones es difícil seguirles el ritmo. ‘Akira’ tiene un mérito enorme: derribó las últimas murallas que quedaban entre Japón y Occidente (que ya habían empezado a venirse abajo en los años 70). Después de esta obra, nada fue igual.

‘Akira’ es rara. En todas las expresiones de la palabra. Un buen amigo me confesó hace poco que no la entendió ni la primera ni la segunda vez. Pero que por pura cabezonería la iba a ver una tercera vez. Se quedó sobre todo con la dinámica de las escenas de acción, de las más elaboradas y realistas de la historia de la animación. Katsuhiro Otomo fue inteligente: el mismo que creó el manga se empeñó en sacar adelante el anime con el mismo espíritu cuando todavía ni había culminado la obra en papel y tinta. Fue entre 1986 y 1988 cuando apareció la película, pero la saga no la cerró hasta finales de la década. Él es uno de los tres maestros reconocibles (los otros son Hayao Miyazaki y Osamu Tezuka). Es imposible entender la adicción occidental por el manga sin tener en cuenta aquel manga de los 80. Toda una generación se sintió subyugada por aquella mezcla de distopía, violencia, religión y filosofía que reventó las puertas entre civilizaciones con aquel duelo nocturno entre moteros y la frase “Neo-Tokio está a punto de explotar”.

La carrera de Otomo ha estado ligada siempre a dos obras gráficas primordiales (y casi únicas), ‘Domu’ (‘Pesadillas’) y ‘Akira’. La primera anticipó a la segunda, casi en una continuación expandida del universo de violencia, caos social y distopía futurista. ‘Domu’ (1980-1981) une a un anciano con Etsuko, una niña con poderes extransensoriales, todo en un bloque de apartamentos que recuerda al que fue hogar de Otomo en su juventud y donde se une criminalidad con parasicología. Esta historia corta, junto con muchas otras escritas para diversas publicaciones dieron espacio y respeto a Otomo en el gremio, el suficiente para abrir camino a su segunda y definitiva obra. En ‘Akira’ el autor sintetizó todo lo anterior y lo expandió: el manga adulto japonés de los 70 (sucio, realista, excesivo y crítico) terminó engarzado con su capacidad para fusionar la ciencia-ficción de Stanley Kubrick y el legado de ‘Easy Rider’. ‘Akira’ se desarrolla en Neo-Tokio en el año 2030, una nueva ciudad de posguerra nuclear, empobrecida, ultraviolenta y donde la corrupción y el despotismo campan a sus anchas. En medio de ese ambiente surge Akira, el mito de un niño cobaya que recuerda a un Buda artificial y depositario de una energía divina que lee cómo funciona el universo y lo maneja. Las sectas religiosas que crecen al calor de la pobreza y la violencia lo usan como un fantasma contra el orden establecido, como un icono para la resurrección de Japón tras el desastre.

Otomo dio rienda suelta a su escenario creativo: drogas, violencia, crimen, fanatismo religioso, paro, una sociedad rota y bajo el peso de un gobierno despótico. En la película todo gira en torno a tres puntos: por un lado la sombra de Akira, el niño-dios, y el tándem Kaneda-Tetsuo, dos jóvenes sin estudios ni futuro y miembros de la banda de motoristas The Capsules. El primero es fuerte, decidido y experimentado. El segundo es un segundón, introvertido y débil que vive a la sombra del primero. Durante un enfrentamiento con la banda rival de los Clowns Tetsuo casi atropella a un niño con todo el aspecto que correspondería a un anciano. En realidad es parte de un experimento militar, una cobaya humana fallida. Los militares secuestran a Tetsuo y experimentan con él, ya que ha visto al niño-anciano y no pueden dejarle libre. Tetsuo se convierte en otro niño-dios, pero no está mentalmente preparado para sumir tanto poder y se convierte en un problema, un ser vengativo y demente incapaz de controlarse y que conecta con Akira, el único acierto de los experimentos. En paralelo Kaneda intenta encontrarle.

En la película, Otomo se separó de su propia obra y centra su atención en Tetsuo. En el manga (culminado dos años después del filme, en 1990) hay mucho más espacio para personajes como Nezu, Kay y Ryu, líderes de la resistencia contra el gobierno militar. Se explica mucho mejor el personaje de Akira, que fue en realidad el causante de la explosión que destruyó el antiguo Tokio al alcanzar la categoría de divinidad por los experimentos y su poder psíquico. Ese poder busca Tetsuo, adorado como un nuevo dios en el manga, y en el camino se enfrenta a Kaneda, al gobierno e inicia su autodestrucción. El cuerpo de Akira, criogenizado, está dividido en pedazos que al ser liberados los pedazos restantes Akira regresa con todo su poder. La separación entre ambos caminos se debe al desfase de tiempo que utilizó Otomo, que dio prioridad a la película frente al cómic.

‘Akira’ es un mundo que conectó a la primera con Occidente: a fin de cuentas bebe de muchas fuentes que nosotros consideramos propias, ciberpunk mezclado con religiosidad oriental: algo así como una versión todavía más siniestra de ‘Blade Runner’ sin su gusto esteticista y sí enormes dosis de violencia propias de un mundo en ruina moral y política que aspira a algo mucho mejor. En la película queda muy claro cómo una parte de la sociedad aspira a una plenitud mucho más elevada mientras que el gobierno y muchos otros se limitan a intentar mantener el status quo intocable, lo que explica el alto grado de represión y violencia que libera el filme. Le va a resultar a Waititi complicado intentar introducir esa visión del niño-dios elevado en una película que tiene como destino el público occidental. Supuestamente los fans del original lo entenderían, pero el gran público puede no estar preparado para el gran mecano de Otomo donde se mezclaban hasta cuatro géneros diferentes. Todo dependerá de si el proyecto es adaptar el manga, o una versión algo libre del anime. Habrá que esperar a 2021 para verlo. Y que dios nos pille confesados.

¿Quién es Katsuhiro Otomo?

Resumir una vida siempre es complicado. La de Otomo no es una excepción, pero se le puede constreñir levemente con tres puntos vitales que le cambiaron la vida y empujaron a hacer lo que hizo: primero, su juventud coincidió con los turbulentos años 70 de Japón, cuando entraba en crisis el modelo de desarrollismo de posguerra y se fraguaba el país industrial de los 80 y en crisis lánguida de los 90. Segundo: la influencia d el cine occidental de aquella época, desde ‘Easy rider’ a Stanley Kubrick o la ciencia-ficción distópica en auge gracias a escritores como Philip K. Dick. Tercero: otra influencia más, la del cómic noir americano y europeo, así como la producción manga de los estudios Mushi y Toei Doga, o de autores como el mencionado maestro Osamu Tezuka. Todo esto define a Otomo, nacido en 1954 en la prefectura de Miyagi, dibujante, guionista, director de anime y figura cultural japonesa de primer orden, formado e influenciado por la civilización asiática y occidental a partes iguales.

Su debut fue en 1973 (con apenas 19 años) con ‘Jyu-seï’ (‘A gun report’), y desde entonces hizo historias cortas para hacerse un hueco en el competitivo mundo editorial japonés. Su primer paso a lo grande fue ‘Domu’ (‘Pesadillas’) entre 1980 y 1982, anticipo virulento de ‘Akira’ con el que ganó el SF Grand Prix a la mejor obra de ciencia-ficción si bien el trasfondo es el terror psicológico donde ya aparecían dos de las fuentes de las que bebería Akira: violencia social y parasicología. Nada más terminar la publicación de ‘Domu’ empezó con ‘Akira’, más de 2.000 páginas que le llevaría el resto de la década de los 80. Después Otomo no se ha prodigado mucho (aunque ha seguido trabajando y prepara ya un nuevo anime), quizás por el enorme peso de esas dos creaciones de los 80. Se convirtió en director de animación (firmó ‘Steamboy’ en 2005, por ejemplo) y guionista por cuenta ajena, en ilustrador y diseñador gráfico. Como si ya hubiera hecho por el manga todo lo que podía hacer.

‘Akira’: la revolución del anime sobre una moto roja

‘Akira’ cambió muchas cosas en el anime japonés. Para empezar la apariencia asiática de los personajes. En el manga y anime desde tiempo atrás los personajes siempre parecían occidentales, de grandes ojos claros y una fisonomía que nada tiene que ver con el biotipo japonés. Osamu Tezuka influyó mucho a la hora de crear este tipo de perfiles. Pero con Otomo eso ya no sería así: la película muestra personajes de rasgos orientales, desde el color del pelo a las expresiones. También hubo un antes y un después a la hora del doblaje: ‘Akira’ fue la primera en la que la forma de moverse la boca se ajustaba a la dicción del guión original. Todavía hoy se hace lo de siempre: en animación hay cuatro movimientos para la boca, y por ahí pasa todo el diálogo. Aquí fue al revés: Otomo decidió adaptar el dibujo al texto, no al revés. Todavía hoy es el anime más prolífico en pequeños detalles que se haya hecho.

El presupuesto para realizar la película se disparó tanto que hubo que tirar de coproducción: nació el “Comité Akira”, fusión temporal de los estudios y productoras más fuertes de Japón en aquel momento: Kodansha, Mainichi Broadcasting System, Bandai, Hakuhodo, Toho, Tokyo Movie Shinsha, Laserdisc Corporation y Sumitomo Corporation. Al final Otomo acumulo más de 160.000 fragmentos de celuloide para poder completar el filme, donde incluso se permitió el lujo de experimentar con el sonido no pregrabado: el ruido de la legendaria moto roja de Kaneda es una mezcla del motor de un caza con el de una Harley-Davidson. Y como colofón, la banda sonora de Shoji Yamashiro, que todavía hoy retumba en la memoria de muchos, con los tambores japoneses que acompañan a la primera carrera en la moto roja extensible de Kaneda para enseñar al espectador Neo-Tokio.

Este reportaje pertenece al nº76 de la Revista El Corso (septiembre 2019)