ECC Ediciones comenzó la reedición el pasado marzo, en formato de lujo de tres volúmenes que se publicarán este año, una de las grandes obras del guionista y autor Alan Moore, que supo metamorfosear un monstruo de serie B en un espejo filosófico de lo humano. Consiguió que el infantilismo adolescente inicial pasara a ser una fuerza demoledora.

IMÁGENES: ECC Comics / Vertigo / DC

Marzo de 2018. La editorial ECC, que tiene los derechos para España de las obras de Vertigo (filial de DC Comics) y de la casa madre neoyorquina, decide reeditar en formato de lujo, en tres volúmenes, ‘La Cosa del Pantano’ (el primer tomo tiene 432 páginas; los dos siguientes se publicarán en agosto y diciembre con 432 y 368 páginas, respectivamente), saga iniciada en 1983 por Alan Moore en el texto junto a Stephen Bissette y John Totleben en el dibujo y desarrollo creativo. Para entonces el personaje era casi un recuerdo enterrado de décadas anteriores, un pequeño referente de serie B del terror de los autocines de EEUU y las sesiones tardías de cine en televisión. Creado por Len Wein y Bernie Writhtson, la creación ya había pasado a mejor vida. Pero entonces apareció el huraño y alocado Moore, un británico que parece sacado de un catálogo de disfunciones del comportamiento, pero que encierra a uno de los mejores autores que ha tenido nunca el cómic. Un “mago” al que le gustan los trucos, el mal carácter bien promocionado, las frases lapidarias y una posición muy crítica con el mundo del cómic. Como un Pepito Grillo con pinta de Gandalf: su larga barba bíblica, bastón (que en ocasiones parece blandir como un garrote) y melena son icónicas.

Tres volúmenes de gran lujo para coleccionistas con ganas de no desperdigarse en decenas de finos libros. La historia es casi idéntica a la original: tras un horrible accidente, el doctor Alec Holland se convirtió en la Cosa del Pantano, una criatura elemental que lucha contra la autodestrucción de un mundo dominado por la contaminación. Moore decidió enfocar la narración desde un punto de vista actualizado, con un apoyo filosófico que entroncaba al personaje, una variante más del humano que por accidente se convierte en un héroe o monstruo, con la filosofía existencialista y el ecologismo, con una cosa-ariete que encarna la naturaleza misma. Fue a principios de los años 80, cuando Moore ya empezaba a ser él mismo y se libraba de los lastres profesionales de los 70. Para empezar hizo un “puente” entre las anteriores sagas y la nueva, ‘Cabos sueltos’, y luego trazó su propio camino. No fue un remake, o un reboot, dos términos que simbolizan partir de cero o reinterpretar en base al trabajo de otros. No, fue una auténtica refundación del personaje. Tabula rasa y al trabajo. Moore escribía, y los maestros dibujaban: Stephen R. Bissette y John Totleben en un principio, luego Rick Veitch, Shawn McManus y Alfred Alcalá. La idea era dotar al personaje de una sensación doble de terror y atracción, igual que la naturaleza furibunda que representa.

Moore tenía muy claro que deseaba revolucionar al personaje y reconstruirlo a su imagen y semejanza, o cuando menos, darle una vida diferente. Empezó por la ‘Lección de Anatomía’, donde literalmente le hace la autopsia argumental a la Cosa del Pantano para luego ejercer de Mary Shelley y hacer su propia versión frankenstiniana del mismo. Es distinto al original. Ahorrándonos los spoilers para los que no hayan leído la saga, simplemente indicar que empezamos con la muerte del personaje y su posterior, por así decirlo, “traslación” o transfiguración en un nuevo ser que es la Cosa sin ser realmente la Cosa. Pero a partir de aquí hay que leer. El viejo cómic de terror de los 70 daba un salto cualitativo para ser una serie diferente impregnada de épica fantástica, ciencia-ficción y temática social. Moore empezó a meter en su batidora mental todos los temas que le interesaban, desde la misoginia al racismo, la exclusión social o el ecologismo transfigurado en un ser capaz de dividirse en varios cuerpos, trasladar su esencia de un punto al otro del mundo a través de las plantas o tener una fuerza sobrehumana que le da lo que se define como “el verdor”, la síntesis de la naturaleza vegetal. El tono onírico de la narración de Moore es omnipresente. Como un buen cuento gótico americano de los pantanos de Luisiana. El existencialismo filosófico planea en todo momento alrededor de la Cosa del Pantano, en el mismo plano que el Frankenstein clásico, yendo incluso algo más allá por las consideraciones sobre la vida natural.

El británico decidió, además, tirar de abanico: los crossover fueron continuos en su parte de la saga, que culminaría con el número 84. Aparecía uno de los personajes icónicos de la nueva era del cómic, que todavía no ha tenido la atención que se merece, John Constantine (gurú, brujo, detective, intermediario entre Cielo, Tierra e Infierno), como el socio, maestro y aliado de la Cosa del Pantano. Con él aparece lo sobrenatural y fantástico en la saga. No hubo palo que no tocara Moore: zombies, vampiros, brujería, viajes al Infierno, sectas… Sólo eran herramientas para crear un nuevo modelo más maduro y adulto de la narración de cómic. Una de las grandes virtudes de esta revolución de Moore fue que abrió la puerta, por fin, hacia esa cosa tan rara llamada “cómic adulto” en los 80, que luego daría pie a que DC creara la editorial especializada Vértigo. Era algo que ya había hecho Will Eisner cuando creó la novela gráfica en los 70, pero la patada final en la puerta la dio Moore con su particular sentido narrativo que unía materiales muy distintos en una misma batidora creativa. Por eso es tan importante La Cosa del Pantano, porque ayudó a cambiar el sentido mismo del noveno arte para la industria, para el público. Y por eso la reeditan. Imprescindible.

¿Quién es Alan Moore?

Nacido en noviembre de 1953 en Northampton (Inglaterra), parecía predestinado a ser lo que es. Se volcó en la lectura de cómics y libros de ciencia-ficción más que en los estudios; en la parte final de los años 60, época de auge hippie, el joven Alan no se privó de experimentaciones psicotrópicas que conllevaron su expulsión del instituto en 1970 por consumir LSD. Cuatro más tarde se casó con su novia Phyllis, con la que mantuvo una relación abierta a otros que duraría hasta los años 80, y que marcó a Moore. Tiempo después Alan se casó con la dibujante Melinda Gebbie, con quien colaboró profesionalmente en diversas ocasiones. Moore comenzó su carrera artística a finales de los años 70 colaborando con distintos seudónimos (Curt Vile, Jill de Ray). En los 80 dio el salto para trabajar con Marvel en su delegación británica, lo que le valió ser guionista de Captain Britannia, con dibujos de Alan Davis. Al margen de la Marvel, Moore colaboro en el mismo período en diversas publicaciones del sector, como 2000 AD, donde creó ‘La Balada De Halo Jones’ (dibujada por Ian Gibson), y en Warrior, de Quality Communications, en la que escribió los guiones de ‘The Bojeffries Saga’ (con dibujos de Steve Parkhouse), ‘Miracleman’ (con Garry Leach y Alan Davis, y luego Neil Gaiman), ‘Warpsmith’ (con Garry Leach), y de una de sus grandes creaciones, ‘V de Vendetta’, distopía creada a comienzos de los años 80 con dibujos de David Lloyd.

Fue en esa época también en la que empezó a trabajar también para DC Comics, que le daría pie a otras obras maestras reconstruyendo mitos como Batman, Superman, Spectre o La Cosa del Pantano. ‘Hellblazer’, creado por Moore en 1988 con el protagonismo de John Constantine, y ‘Watchmen’, dibujado por Dave Gibbons y que apareció por primera vez en el año 1986, fueron algunas de sus principales aportaciones a DC y al cómic en general, que ayudaron a reescribir el propio gremio y arte de fusionar dibujo y palabra. Después llegaría su colaboración en ‘Mad Love’ (1988). Ya consagrado, se unión a Eddie Campbell para publicar ‘From Hell (Desde el infierno)’. Ya en los 90 llegarían ‘Lost Girls’ junto a su segunda mujer, Melinda Gebbie, y ‘A small killing’ con Óscar Zárate. También participó con Rob Liefeld para publicar ‘1963’ y ‘WildCats’. En esa misma década, pero ya rozando el nuevo siglo, ideó otra de sus grandes obras, ‘La Liga de los Caballeros Extraordinarios’, junto a Kevin O’Neill en el dibujo, que reconvertía los héroes victorianos en una nueva forma de narrar.

La importancia de Moore para el cómic

Fue hace un par de años cuando Moore soltó la bomba: “Creo que he hecho suficiente por el cómic […]. Si continuara trabajando, inevitablemente las ideas se verían afectadas y se me empezaría a ver como un viejo recauchutado y creo que tanto vosotros como yo nos merecemos algo mejor”. Y ya está. Terminaban así cerca de cuatro décadas de trabajo que dieron al mundo ‘V de Vendetta’ o ‘Watchmen’, además de muchos otros trabajos que le convirtieron en uno de los reformadores del cómic. Poco a poco Moore se ha decantado por lo que lleva dentro, la literatura. Su retiro no es un dorado mundo de jubilados, sino una traslación hacia otros mundos que conoce y domina como el de la escritura: “Sé que soy capaz de cualquier cosa que alguien haya hecho en el mundo del cómic […], pero también sé que no necesito probarme nada a mí mismo ni a los demás. Estos otros campos son mucho más excitantes en estos momentos para mí”. Antes de él, de Frank Miller y Neil Gaiman, entre otros, el cómic era una industria en declive que ya no podía exprimir más los viejos modelos de explotación editorial, esas interminables sagas a partir de superhéroes que ya estaban más que acartonados. A nadie con un par de dedos de frente se le escapa lo que es evidente: hay un antes y un después de la novela gráfica desarrollada por Will Eisner pero exprimida al máximo por Moore y otros.

Es parte de ese Olimpo creativo que en los 80 dio un paso al frente y rescató el cómic de la decadencia para, sobre la base de la novela gráfica, y de las series limitadas, reconstruir un arte y convertirlo en una forma literaria de primer orden capaz de ejercer denuncia política, social y alcanzar nuevas cotas de utilidad cultural para Occidente, donde el “noveno arte” siempre había permanecido constreñido al mundo infantil y adolescente. Como todo en el mundo cultural, evolucionó hasta convertirse en una forma de arte capaz de contar historias mejores y desde una nueva perspectiva. En su nómina personal figuran las dos creaciones maestras que cambiaron el rumbo en su tiempo, pero también su larga vinculación con DC Comics, donde reformó a los abuelos llenos de telarañas y mitos de serie B a los que supo dar un trasfondo literario y filosófico que no tenían. Por decirlo de una manera directa, dio madurez y profundidad a la frivolidad. De la cual, por cierto, no ha podido escapar: las adaptaciones al cine de sus obras le dejaron más que escaldado, tanto para empujarle a dar la espalda a lo que definió como “mercantilismo infantil” de Hollywood, de donde no sacó buenas experiencias.