Un grupo de islas en medio del océano, nacidas del fuego de volcanes, sometidas al capricho del mar y adaptadas a la perfección a una vida isleña, tierra de marineros, de vino, naturaleza y eslabón de la atribulada Historia de América y Europa. Retratamos las Azores a través de tres de sus islas más representativas: Faial, Terceira y Sao Miguel.

IMÁGENES: Wikimedia Commons / Turismo de Portugal

La expresión “en medio del mar” se inventó para poder definir las islas Azores, una de las regiones autónomas de Portugal, que ejerce más control sobre las provincias del continente que sobre unas islas a miles de km de distancia de Lisboa, parte del enorme grupo atlántico de la Macaronesia (que incluye a Madeira y Canarias). Un poco de Historia rápida: fueron descubiertas por expediciones portuguesas en el siglo XV y su colonización no empezó hasta 1439; antes no habían tenido nunca población humana. Era islas vírgenes sin vinculación alguna con ninguna cultura anterior a pesar de que su existencia se puede adivinar en los mitos de las “islas Azules” o “Atlántida” que poblaron los relatos marineros durante siglos. Fueron territorio portugués desde el inicio, salvo el periodo 1580-1640 en que estuvieron bajo dominio español porque ambas coronas (la de Lisboa y la de Madrid) se unieron. Se resistieron a sangre y fuego a las tropas de Felipe II, que tuvieron incluso que expulsar a colonos y tropas francesas que intentaban arrebatárselas.

Durante esos años de dominación se forjó el destino de las Azores: puertos de paso de América a Europa y viceversa, territorio de avanzadilla colonial, con una rica cultura arquitectónica y una vida adaptada a las condiciones ambientales, incluyendo la actividad volcánica, una espiritualidad muy profunda y también, por desgracia, una marginalidad económica de la que ahora salen, poco a poco, gracias al turismo y el mar. Para que se hagan una idea de cuál es el estatus económico y social actual de las Azores, imaginen cómo estaban las islas Canarias en los años 90. Pero eso no significa que sean una región atrasada, simplemente que aún no están dominadas por la masificación turística, viven aún libres de la mercantilización total que sí sufre Canarias y pueden evitar ciertos errores. Hasta que ese nivel llegue las Azores son un destino perfecto: tranquilo, accesible y en una Europa ultraperiférica que se beneficia de esas ventajas.

Puerto de Horta (Faial)

En comparación con sus hermanas del sur, Canarias (que supera ya de largo los dos millones de habitantes), las Azores están poco pobladas, no superan los 300.000 habitantes y el archipiélago se conforma en nueve islas de noroeste a sureste: Flores, Corvo, Graciosa, Faial, Pico (con el volcán que le da nombre y que con más de 2.500 metros es la cima de Portugal, con nieve en su cima), Sao Jorge, Terceira, Sao Miguel (la mayor y que alberga a más del 60% de la población) y Santa María. Cada isla es un universo en sí mismo: Pico es una isla de vulcanismo reciente con un paisaje árido que fue durante años puerto y refugio de balleneros, Faial parece un pedacito de Asturias, Terceira recuerda mucho a Canarias y Sudamérica, Sao Miguel es casi un país en sí mismo y el resto de pequeñas islas son auténticas reservas naturales. Cada una tiene su alma, pero vamos a escoger tres de ellas que reflejan bien la historia del archipiélago y lo que pueden ofrecer: Faial, Terceira y Sao Miguel.

Faial es la más occidental del grupo central de islas, y parece un gran rosco verde coronado por millones de hortensias. En la costa se apiñan pueblos de pescadores y marineros, en las laderas crece el pasto y la ganadería, surcada por valles hundidos en la niebla en las que apenas sobresalen antiguas iglesias cubiertas de un musgo con tonalidades imposibles. Faial es una encrucijada de rutas oceánicas, la que más se parece a lo que debieron ser en su momento álgido de puente entre dos mundos. También es el último puerto donde recalar antes de enfrentarse a la inmensidad del Atlántico para los cientos de navegantes privados que llegan hasta su capital, Horta, el último refugio previo a que se zambullan en el océano. El manto verde por la humedad y la lluvia que asemeja muchas zonas a Asturias, queda salpicado de enormes campos de hortensias azuladas que la diferencia por completo de su vecina Pico, de aspecto más árido. Sus costas, plagadas de acantilados en cuyos pies surgen pequeñas playas negras, dan paso a las huellas del fuego volcánico como la Caldera do Inferno, un viejo cráter inundado que nace en la base de un gigantesco acantilado y se observa desde una de las caras del Monte da Guía, sobre cuyo espinazo se eleva la capilla de los pescadores de Porto Pim, el antiguo bastión contra los piratas.

Monte dos Capelinhos (Faial)

Monte dos Capelinhos (Faial)

Al norte se yergue tierra nueva creada por el volcán Dos Capelinhos, que tuvo su última erupción, originada en el fondo submarino, entre los años 1957 y 1958. Esta nueva porción de tierra firme conforma un pequeño rincón marciano en una isla donde el verde y el azul gobiernan sin oposición. Bordeamos esa tierra áspera y descubrimos una pequeña Irlanda, una cara desconocida de valles frondosos y pastos inclinados, donde las vacas no parecen molestarse por el desnivel, pueblos enterrados en nieblas continuas y rodeados de bosquecillos húmedos que llevan al visitante a cualquier rincón perdido del gran Norte. Lánguidamente, el viajero llega hasta las costas orientales, las tierras de los marineros, de las llanuras y las torrenteras, playas y campings que acotan un territorio antaño propiedad de colonos holandeses que dieron nombre a la capital, Horta, el último refugio que el marinero encontrará antes de abrazarse al océano más salvaje.

En ese puerto donde se concentra la cara más abierta de Faial, la de La Marina, el muelle donde los barcos atracan por necesidad y tradición y el lugar donde encontramos un mítico bar de “lobos de mar”, el Peter’s Café Sport, duqe ofrece calor, conversación y gin-tonics desde hace más de cincuenta años y está incluido entre los mejores pubs del mundo según la revista Newsweek; la huella inglesa está muy presente por la enorme cantidad de ellos que arriban a Horta con sus veleros antes de atreverse a meterse en el Atlántico. En el puerto de Horta cada tripulación debe realizar el rito por antonomasia: pintar un emblema, un simple dibujo, con los nombres de los viajeros, antes de atreverse a encarar el mar de nuevo. De los contrario la mala suerte los perseguirá. Años de superstición o simple respeto a la tradición han convertido el puerto en un arco iris de mil lenguas.

Centro de Angra do Heroismo (Terceira)

Centro de Angra do Heroismo (Terceira)

Saltamos por encima del mar y de Pico, hacia el noreste, para alcanzar una de las joyas del archipiélago, Terceira, igual de verde que Faial pero con una fuerza histórica mucho más grande. Quizás demasiada: pequeñas bahías, calas diminutas, extensas campiñas y lagos de colores cubriendo sus calderas volcánicas, un rincón portugués dominado durante década por el antiguo Imperio español que fortificó y dio forma a su capital, Angra do Heroísmo, la Porta da Plata con una fortaleza horadada de herrerías y fundiciones por donde pasaba toda la plata que venía de América. Todos los convoyes pasaban por allí. Angra do Heroísmo, es quizás una de las más hermosas ciudades de Europa, abigarradamente colonial y barroca, con casas antiguas bien conservadas pintadas de mil colores diferentes, enriquecida en el pasado por ser la Porta do Plata de los españoles que la dominaron y que hoy es Patrimonio de la Humanidad.

Terceira es la tierra del Espíritu Santo, la isla elíptica. Frente a las dos bahías que perfilan la costa sur está el Monte do Brasil y la fortaleza española, una mole levantada por orden de Felipe II en las faldas de esta montañas y rodeada por una muralla de un kilómetro y medio desde la que el viajero puede contemplar la mayor parte de la isla, y especialmente Angra. Pueblo religioso, los azoreños convirtieron el culto a la pureza del Espíritu Santo en seña de su cultura, edificando “imperios”, nombre con el que se conocen las capillas construidas por las cofradías populares en las que se reparte pan, vino y comida a los más pobres. Estos lugares de devoción acogen a los visitantes con los brazos abiertos y con una ornamentación barroca que es la marca de diseño de las Azores, con panes de oro y múltiples combinaciones de blanco y rojo, amarillo, azul o verde.

Salimos de Angra y ascendemos de nuevo al Monte do Brasil, a sus murallas españolas, y a un gran mirador desde el que el guía traza un arco ante nuestros ojos para que contemplemos la costa sur de Terceira. Se divisan sin problemas las pequeñas calas de arena negra, excepción en las abruptas costas repletas de acantilados. Sobre ellas se levantan muchos de los hoteles de la isla, mirando siempre al mar, alma e influencia de Terceira y del resto de las Azores. Bien guiados se puede llegar al otro corazón de esta pequeña isla, el interior de las antiguas fincas de ricos propietarios que con el tiempo se han reconvertido en casas rurales (muy recomendables), donde pasado y descanso se dan la mano. Un mundo rural perfecto para perderse y olvidarse de todo, rodeado de la cultura gastronómica isleña y de los viñedos donde se produce el verdelho, el vino típico de aperitivo azoreño. Estos retiros privilegiados se levantan en medio de grandes planicies y valles verdes, semejantes a las campiñas inglesas e igualmente divididas en cientos de parcelas, creados en medio de los densos bosques interiores conformados por decenas de especies diferentes, muchas de ellas introducidas por los marineros, como una variedad de roble originaria de Japón.

Una de las entradas en la fortaleza del Monte do Brasil (Terceira)

Una de las entradas en la fortaleza del Monte do Brasil (Terceira)

Saltamos otra vez, ahora hacia el sureste para llegar a Sao Miguel, la media luna nacida de tres volcanes, la más grande, poblada y centro de atracción del turismo. Alargada y accidentada, forja arco por la acción de tres volcanes submarinos que unieron sus faldas en la superficie. Religiosos y apegados a su cultura isleña, los habitantes de Sao Miguel han erigido sus ciudades en torno a iglesias y edificios de un depurado estilo barroco colonial, de pareces encaladas y ornamentos en piedra y madera, donde el color verde combina con el gris y, de nuevo, el blanco. Tiene un clima muy variable en función de la zona de la isla, siempre benigno y arañado por el mar, desde las costas soleadas y ventosas del norte, ideales para practicar windsurf, a las colinas y valles del interior para los senderistas. Y si giramos hacia la costa sur la vida urbana toma el relevo y también el mar abierto, donde es posible navegar entre delfines y ballenas, seguir con ellos un trozo de su ruta atlántica y regresar con la sensación de que has visto algo que quizás se extinga.

Hacia ese norte atlántico se orientan los campos de “chá gorreano” (el té chino portugués), único lugar de toda Europa donde se cultiva, y que trazan largos peinados sobre las laderas desde las colinas hasta el mismo borde de la abrupta línea costera. La gran herencia de Sao Miguel (y de Azores) son los volcanes. La conexión con Canarias es también geológica: la isla es producto de esa fuerza destructiva que, una vez apaciguada, hace que los suelos sean tremendamente fértiles y perfectos para crear una cultura tan ligada a la tierra como al mar. Esa misma riqueza que permite cultivar té como si fuera una cabellera verde intensa que luce la isla orgullosa. Si alguna vez ha tomado té muy probablemente haya salido de esas colinas. Es el mismo tipo de inteligencia para aprovechar la naturaleza que puede verse en el interior: la experiencia de los isleños ha convertido el calor latente de la tierra en todo un arte. Igual que en Lanzarote pueden freírse huevos sobre una fumarola sólo con colocar la sartén en la caldera oriental de Lago das Furnas se puede hacer la variante azoreña del cocido en el propio suelo: el recipiente con la mezcla es cerrado y enterrado en la tierra, cerca de las fumarolas de azufre que sustituyen con éxito los fogones. En poco tiempo se puede comer si haber consumido energía, sólo con la fuerza de la tierra.

Otra seña de este vulcanismo son las pequeñas piscinas naturales que salpican los montes de la isla, nacidas de torrentes de agua caliente y ligeramente azufrada, perfectas para darse un buen baño en medio del frío nocturno. Y por supuesto las tres grandes calderas: Sete Cidades al oeste, Caldeira Velha en el centro y Das Furnas en el este. Donde antaño rugió el fuego, hay ahora lagos de agua dulce donde es habitual la pesca deportiva, torrentes que caen hacia el interior tras las lluvias, y hoteles de lujo que se elevan entre bosques y laderas de cimbreantes pintos. Y es en esa naturaleza viva donde se descubre la maravilla nacida del fuego y del agua, suma de todo lo que el archipiélago puede dar y que nunca tiene un solo rostro.

Paisaje del oeste de Sao Miguel

Paisaje del oeste de Sao Miguel

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Das Furnas de Sao Miguel (izquierda) y la costa de Sao Jorge (derecha)

Interior de la isla de Terceira

Vista general de Angra do Heroismo (Terceira)

Vista general de Angra do Heroismo (Terceira)

Mapa satelital Azores

Mapa satelital Azores