Patti Smith, Big Mamma Thorton, David Bowie, Billy Holiday y Neil Young. Cinco monumentos de la música del siglo XX sintetizados en cinco libros, biografías en primera persona (como en el caso de Smith, Holiday y Young) o narradas por otras voces; cinco vidas marcadas por la música, el agridulce perfecto que justifica existencias agarradas a un micrófono, una guitarra, un piano, a la voz, que los empujó a todos hacia el arte. Biografías noveladas (como en el caso de Noemí Sabugal con Big Mamma) o casi divulgativas, incluso en forma de libro ilustrado (Maria Hesse y su particular visión de Bowie), del blues al jazz pasando por el rock, el folk y el eclecticismo absoluto que siempre marcó a David Bowie. Una forma diferente de acercar literatura y música, sobrevolando las vidas de algunos de los mayores artistas que ha dado el siglo pasado.

IMÁGENES: Malpaso / Tusquets / Lumen / Ediciones del Viento

‘M Train’ (Patti Smith). No sólo fue la compañera generacional de Bob Dylan y de la élite de la música rock y folk de los 60 y 70 en el mundo anglosajón. También es una escritora de calidad, galardonada nada menos que con el National Book Award por otras memorias previas, más colectivas, ‘Éramos unos niños’, donde dejaba claro que no sólo la música era su reino. A partir de ahí se decidió a abordar su propia vida con ‘M Train’, donde describe la parte más poética de su particular vida artística. No es una biografía al uso, más bien es un ensayo sobre sí misma, un viaje emocional en el que vuelve a las cafeterías que más ha frecuentado a lo largo de los años y que convertía en lugares de creación, empezando por el Café ‘Ino de Greenwich Village de Nueva York. En estas páginas se resume su existencia como poeta, cantante, compositora, dramaturga. ‘M Train’ es un mapa de carreteras de su propia vida, con continuos saltos temporales entre el pasado y el presente; y sobre todo, los viajes y virajes: México, las tumbas de Genet, Plath, Rimbaud o Mishima, su relación con Robert Mappelthorpe y Fred Sonic, la retirada de los escenarios para dedicarse a su familia y su vuelta triunfal al mundo de la música.

Patricia Lee “Patti” Smith (Chicago, 30 de diciembre de 1946) emergió como cantante y compositora sobre la revolución punk de los 70 en EEUU con su álbum de debut ‘Horses’ (1975). Apodada “la madrina del punk”, trajo un punto de vista feminista e intelectual a la música punk y se convirtió en una de las artistas más influyentes de la música rock, integrándola con un estilo de poesía beat. Hizo algo más que eso. Fue una pionera en trazar conexiones entre literatura y música para una generación nacida libre de preocupaciones en los años 50 en la opulenta Norteamérica del baby-boom. Sólo a ella se le ocurrió introducir la poesía francesa del siglo XIX en aquellos bizarros años 70, con su aspecto andrógino que la hacía parecer un chico de lejos. El éxito la acompañó: llegó al puesto número 13 de la lista Billboard en 1978, lo que le valió ser versionada por Springsteen, Keel, 10,000_Maniacs, R.E.M., U2, Garbage… En 2005, fue nombrada Comendadora de la Orden d las Artes y las Letras de Francia, y en 2007 entró en el Salón de la Fama del Rock. Y además escribe de lujo. El pack completo de un siglo extraño.

‘Una chica sin suerte’ (Noemí Sabugal). Una biografía que no es tal, una novela construida como un pequeño reloj donde los saltos temporales apuntalan un retrato de ficción sobre un ser humano real. Una mujer histórica de la música, Big Mamma Thorton, convertida en personaje para explicar esa “mala suerte” de ser mujer y negra en una rocambolesca gira por Europa que sirve para definir un perfil humano único. La dedicatoria principal de Noemí Sabugal resume perfectamente el espíritu interno de la novela: “A todas las chicas. En especial a las que creen que no tienen suerte”. Porque si ser mujer en este mundo ya es una tragedia por el lastre impuesto e inmerecido, construido con una misoginia en diferentes grados durante miles de años, ser además negra ya es el colmo del destino con las cartas marcadas. “Soy gorda. Y negra. Pero valgo más que todos vosotros, bastardos”, brama Big Mamma. ‘Una chica sin suerte’ es en realidad el retrato novelado de una pequeña porción de la vida de Willie Mae Thorton, Big Mamma, una voluminosa mujer afroamericana que tenía una voz y un espíritu de blues como pocas han existido en este género surgido del cancionero negro americano.

Una pionera, que, dicen, le abrió camino a muchos otros (y otras). El blues era el folk propio de un pueblo esclavizado, mal pagado, sometido, represaliado, marginado… Sabugal se fija en uno de esos instantes luminosos que escondían sombras vitales, como un lienzo en el que poder crear una biografía muy particular. El American Folk Blues Festival pasó por Berlín, Amsterdam, Bruselas, Londres, Dublín o Barcelona, un tour en el que figuraban leyendas como John Lee Hooker, o grandes músicos como Buddy Guy, Walter Horton o J. B. Lenoir. Sabugal intenta atrapar ese momento de gloria y éxito rocambolesco de Big Mamma y el resto de músicos en plena tormenta social, política y cultural en su país. No es una biografía, al uso, y tampoco una novela en los cánones. Lo es sin serlo. Es un experimento de relojería literaria, una narración que se reproduce a saltos temporales, uno por cada estación de la larga gira por Europa en 1965. Cada salto es una ciudad, y en cada una de ellas talla un poco más al personaje, real y ficcionado a partes iguales, flashbacks de una vida de tristeza camuflada por el alcohol y las habitaciones de hotel, todas similares, todas diferentes. Pero sobre todo habla de música, el ingrediente que niega en el fondo el propio título de la novela.

Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, León, 1979) es autora de las novelas ‘El asesinato de Sócrates’, finalista del XI Premio de Novela Fernando Quiñones, y elegida el Ministerio de Cultura para representar a España en el XI Festival Europeo de la Primera Novela de Budapest, y ‘Al acecho’, ganadora del Premio de Novela Felipe Trigo y traducida al italiano. También ha publicado relatos en varias antologías, como ‘Retrofuturismos’ y ‘Wollstonecraft, hijas del horizonte’ (proyecto de Hijos de Mary Shelley) y el ensayo ‘Cómo trabajar en prensa y alimentar a la musa’, recogido en el volumen sexto de la Biblioteca Enrique Gil y Carrasco que recopila toda la obra de este autor del Romanticismo español.

‘Bowie’ (María Hesse). Fue mucho más que un cantante y compositor con 136 millones de discos vendidos, una vida de saltimbanqui emocional con episodios de experimentación sexual y escarceos a ambos lados del género. Todo eso en realidad es una distracción para uno de los autores musicales más eclécticos y extraños que han existido, un definidor de la cultura pop que absorbía como una esponja y liberaba álbumes que influyeron en varias generaciones de músicos, que incluso cambió estética y estilos de su tiempo. Vida y obra se confunden en Bowie, que se convirtió él mismo en parte de la escenificación de su carrera, como cuando se convirtió en Ziggy Stardust. El libro ilustrado por María Hesse (formada en magisterio y luego en dibujo en Málaga) es una es una forma diferente de acercarse a Bowie, a través de la ilustración, como buenos simbolistas de una era marcada por lo visual más que por lo literario. Fran Ruíz se encarga del texto sobre el que maniobra Hesse, autora previa de una biografía similar sobre Frida y que ahora ahonda en un artista muy diferente. Un libro atípico del género biográfico, emocional, que se aleja de los detalles frívolos para centrarse en lo que de verdad importa.

Ruiz y Hesse tratan de sintetizar un río sin fin de música. Bowie lo fue todo (músico, compositor, arreglista, productor, mecenas y camaleón que define a la perfección eso de que un artista o evoluciona o desaparece), tanto como para que sea difícil ponerle un par de etiquetas. Recuerden que empezó en 1964. Medio siglo permitieron a Bowie ser la personificación del camaleón artístico, pero también crearon un espacio propio que dotaba a su trabajo de una profundidad intelectual que otros no tienen. Nunca fue un músico superventas, pero el tiempo y el desarrollo sostenible de su obra le dotaron de una gran ambición, fusión de lirismo con sonido y sin dejarse encajar. Se reinventó tantas veces que ha dejado a más de uno sin saber a qué atenerse con él. Explotó con Ziggy Stardust, el personaje glam rock que se inventó en 1972 para lanzar su legendario disco ‘The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars’, su gran momento cultural, social y musical que le duró un par de años antes de mutar en la siguiente forma artística. Los 80 fueron menos experimentales y más comerciales, pero nunca dejó de cambiar y mutar para evitar quemarse. Había un “estilo Bowie” y luego estaban el resto. Y desde el punto de vista musical son decenas de bandas las que han confesado seguir sus pasos: Pixies, The Cure, Nine Inch Nails, Nirvana, muchas bandas del rock gótico de los 80, anticipó incluso algunos aspectos estéticos de los 80 y del punk, Marylin Manson, Lady Gaga… y la clave está en que ha tocado tantos campos, palos y formatos que casi todos se han visto reflejados en sus canciones, con lo que su alcance es, sencillamente, enorme.

‘Lady sings the blues’ (Billie Holiday). Cuando Eleanora Holiday, más conocida por Billie, o Lady Day para los amigos, murió en un hospital de Nueva York en 1959, dejaba tras de sí una leyenda deslumbrante, meteórica y desgarrada. Una de esas vidas marcadas por las cicatrices más incluso que por las alegrías: sirvienta de otros, niña víctima de un intento de violación, la prostitución, el racismo, las drogas, la cárcel… mucho dolor. Canalizado por la música, por ese jazz que la sostuvo y le dio sentido. Y un gran talento que ella misma relató en este libro reeditado por Tusquets en el que cuenta todo eso con las manos de otro que la acompañó siempre, el pianista William Dufty, que la ayudó a escribir esta autobiografía. Dolor y felicidad unidas en todo lo que vivió, desde aquel Harlem legendario de la música negra a las sesiones junto a Duke Ellington, Louis Amstrong, Benny Goodman, Count Basie, Lester Young o Artie Shaw. Fue un icono del siglo XX, sus fotos cantando enfundada en trajes blancos definieron toda la cultura de un país inmenso, pero también la existencia de las mujeres negras en EEUU.

Nació en 1915 como Eleanora Fagan Gough producto del amor de dos adolescentes que fracasaron en la crianza de aquella niña. Todos le fallaron, pero ella no. La música tuvo una cara humana que le dio una oportunidad: Benny Goodman, que la fichó siendo muy joven para su tour. Fue en 1933 cuando el mundo la escuchó grabada por primera vez en ‘Your mother’s son-in-law’. Y ya entonces estaba el sello de Billie: una voz que se adaptaba a las orquestas, los pianos y los acompañamientos que hicieran falta, potente, poderosa y fuerte, que se elevaba por encima de todo. Luego llegaría la popularidad a la sombra de Goodman, Coleman Hawkins, Roy Eldridge y Lester Young (su gran aliado sobre el escenario). Pero Billie era mucho más que todo eso. En 1939, cuando linchar negros era todavía habitual en EEUU, se atrevió a cantar su aportación a la causa de los negros mucho antes de Martin Luther King o Malcom X, fue ‘Strange fruit’, lo que le valió la atención de la sociedad, y del Poder, que ya la marcaría de por vida. Billie deambuló entre esta reivindicación, los momentos de felicidad con la música y una vida sentimental caótica.

Fueron muchos los que se acercaron a ella y pocos los que la apoyaron más allá de la música, donde era la reina. Se sabe que fumaba marihuana desde los 13 años y terminó hundida en la heroína. Después de aquella caída libre en los rincones oscuros terminó por ser vetada en muchos clubes de Nueva York, la ciudad que la había parido artísticamente. Su vida aceleró hasta que en 1959 terminó en el hospital: el hígado fallaba, el corazón también. La cirrosis hepática provocada por el alcohol y las drogas la iban a meter en el ataúd con apenas 44 años. Lo que quedó detrás fue su arte, su capacidad para cambiar registros y adaptarse tanto al swing de Goodman como al más puro jazz de otros compositores y bandas. Y ella no sólo cantaba: interpretaba, hacía suyas las emociones de la canción o le añadía otras. Nada salió bien, salvo su talento para la música.

‘Memorias de Neil Young: El sueño de un hippie’ (Neil Young). Canadá, música, copas, ácidos, escándalos, política, militancia, cierto grado de soberbia artística, adicciones, patologías, más música… todo eso es Neil Young, otro de los artistas que se han decidido a contar su propia vida en libro. Rock y folk unidos en un ser complicado, consciente e inconscientemente. Un veterano de los 60 y 70 que todavía da giras y conciertos por todo el mundo, que sigue en la militancia de izquierdas (a su manera, la misma que le ha enfrentado a ese mismo arco político más de una vez), y un huraño que de repente decidió abrir puertas a su mente. Eso es esta autobiografía, una ventana esporádica abierta al verdadero Neil Young, una voz cantante escrita de puño y letra (no hay negros ocultos a los mandos del libro), de las nieves de su Ontario natal a la soleada California. Unas memorias sinceras y claras, perfectamente coherentes con lo que relatan, la vida de uno de los músicos de rock más relevantes de todos los tiempos. En este libro; Young repasa su vida al hilo de la música y de sus relaciones con otros creadores en una época donde la música inspiró al mundo.

Neil Young (Toronto, 1945) se crió en casa de periodistas amantes de la música, y con 14 años ya tocaba la guitarra, que le acompañaba a todos lados. Obsesionado con la música, no logró ser un buen estudiante y se concentró en su pasión, especialmente a partir de la creación de sus primeras bandas, donde versionaba lo que tenía a mano, desde los Beatles a Elvis Presley. Su madre le empujó cada vez más hacia el plan profesional: si vas a hacer esto, tómatelo en serio. Así saltó de los clubes de Winnipeg a Toronto, y de ahí a California, donde creó con otros Buffalo Springfield, uno de los grupos pioneros en fusionar el rock con casi todo (folk y country sobre todo). Hubo que esperar a 1969 para que Young volase en solitario con un disco homónimo que fue el estallido de salida a su carrera libre. Fue entonces cuando llegaron ‘Everybody knows this is nowhere’ (1969) y otros trabajos, se alió con la banda Crazy Horse para empezar con unos años 70 que le encumbraron. Entre medias se unió a David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash para crear un cuarteto único que nos legó ‘Deja Vu’ (1970).

Para entonces Young ya era el máximo referente contra el sistema, el racismo, el militarismo. Ese espíritu le llevó a crear en 1972 ‘Harvest’, su mayor éxito comercial, un extraño caso de confluencia de crítica y público en una carrera marcada por la mala relación de Young con la industria de la música. No compone para vender, sino para influir. En los 80 hubo un bajón considerable, donde colaboró (para mal) con el productor Geffen, y que le hizo regresar con Reprise en los 90 para recuperar parte de su tono con ‘Freedom’ (1989) y ‘Ragged Glory’ (1990), ‘Harvest Moon’ o ‘Mirror Ball’ (1994), donde grabó nada menos que con Pearl Jam de colaboradores. Desde entonces se ha dedicado a experimentar y volar aún más ecléctico, libre de toda carga y convertido en una leyenda musical que, literalmente, hace lo que le da la gana.