Para los que quieran (y puedan) viajar por amor al arte proponemos cuatro exposiciones y museos muy peculiares para cinco ciudades distintas sin necesidad de sacar visado.

Fotos: Museo Guggenheim Web / ADAGP / Tate Modern

Hay que disfrutar de lo que queda de ventajas de ser ciudadano europeo y el Espacio Schengen: de los Stradivarius de Oxford al barroco y el arte contemporáneo mezclados de Bilbao, el homenaje a Chagall en Liverpool, la reapertura del Rijksmusem de Amsterdam o la obra de Stingel en Venecia. Tan diferentes entre sí como únicas, un aliciente para el (frío) verano que dicen nos espera.

1. Amsterdam: el Rijksmuseum ha vuelto

Entradas: 15 euros – menores de 18 años gratis

Ha regresado el viejo museo, pero ahora es nuevo. La inauguración contó con fuegos artificiales y juegos de explosiones para honrar a este “museo rojo” de ladrillo granate y con muchos siglos de historia encima. Una década de trabajos, dos arquitectos españoles y mucho, mucho dinero después, reabre sus puertas el mayor museo de los Países Bajos y el tesoro nacional que encierra lo mejor de la antigua escuela flamenca. Sólo faltarían los Van Gogh, pero esos están en otro museo. La casa de Rembrandt y Vermeer se había quedado muy anticuada, olía a viejo y su organización era un caso de pasillos laberínticos. Antonio Cruz y Antonio Ortiz se unieron entonces, con dinero holandés (375 millones de euros concretamente), para reformar y reestructuras al gran casa de ladrillo rojo.

El resultado es que el palacio, en el corazón de la ciudad, que disfrutará ahora de nuevos patios abiertos, ganar espacio para sacar las pinturas de los almacenes y, en definitiva, hacer “un museo mejor, no mayor”. Al final el resultado es una apuesta por la calidad: el espacio se ha ampliado hasta los 12.000 metros cuadrados para 8.000 piezas exhibidas del millón largo que atesora el Rijksmuseum en sus almacenes y delegaciones. En total 800 años de historia del arte para los visitantes, pero seleccionando, claro está. Es el “efecto museo invisible”, que al final la institución tiene tal cantidad de obras que no puede exhibirlo todo y se encuentra con que tiene un museo entero (o dos) en sus tripas sin que puedan salir al exterior.

La obra que vertebra todo es la mítica ‘Ronda de noche’ de Rembrandt, que ocupa la galería de honor que ya tuvo en su momento. La única obra que ha vuelto a su sitio, el resto ha sido reorganizado. Las capillas laterales están dedicadas a secciones temáticas, ya sean pintores concretos o escuelas estilísticas, como en el caso de las pinturas de Vermeer. Las colecciones del museo quedan distribuidas en cuatro plantas: en la baja, Edad Media y Renacimiento, por un lado; y colecciones especiales, por otro: barcos, instrumentos musicales, textiles… La primera planta, pinturas de los siglos XVIII y XIX; la segunda, el siglo XVII; y los torreones de la tercera acogen el siglo XX, que se incorpora por vez primera al museo gracias a la reestructuración arquitectónica y la imaginación de Jean-Michel Wilmotte. Añadido al palacio están el Atelier Building (centro de restauración pictórica), el Pabellón Asiático y la Biblioteca. Toda una joya recuperada y que ya espera.

2. Bilbao: barroco, exceso y siglo XX

Entradas: 13 euros – menores de 18 años gratis.

El Museo Guggenheim de Bilbao empieza ya a tirar de coctelera: no es la primera vez que hace dialogar su colección de arte contemporáneo con piezas clásicas de otros estilos que aparecen sólo en los libros de Historia. ‘Barroco exuberante. De Cattelan a Zurbarán’ (hasta el 6 de octubre) es una de esas intentonas por ligar siglos distanciados y demostrar que el arte, como el propio ser humano, es una evolución constante que siempre se apoya en el pasado. La muestra obras contemporáneas junto a pinturas del siglo XVII, desligando el concepto de lo barroco de su percepción tradicional. La exposición se aleja intencionadamente de toda la pompa religiosa y la circunstancia aristocrática que le dio fuerza y exhibe este estilo como lo que también fue: vitalidad y precariedad, exaltación del exceso y de la fealdad, un regreso parcial a los iconos medievales de lo grotesco y lo vital, de la vida y la muerte. Pone de relieve cómo en algunas obras contemporáneas el arte se acerca a la realidad y entra en contacto directo con aspectos existenciales igual que el barroco. Aparentemente no tiene nada que ver con ese arte contemporáneo que se nutre de lo abstracto y la sencillez suma, casi la antítesis de la teatralidad subjetiva del siglo XVII. Sin embargo los artistas de las vanguardias del siglo XX también aspiraron a equiparar arte y vida; ‘Barroco exuberante’ se adentra en lo rústico, lo sencillo, lo religioso, lo sensual, lo grotesco, lo burlesco. Trescientos años de distancia y muchas más similitudes de las imaginables.

3. Liverpool: homenaje a Chagall, el maestro moderno

Entradas: 11 libras los adultos

Marc Chagall vivió casi un siglo, desde un 1887 en el que nació en plena Rusia zarista hasta 1985, apenas cuatro años antes de que el bloque comunista empezara a desmoronarse y dar paso a un caos relativamente organizado que es el presente. Es difícil buscar una ciudad más rara para exponer cerca de 60 pinturas y otras obras sobre papel de este referente de la historia del arte del siglo XX que Liverpool. Y sin embargo una de las “sucursales” de la Tate Modern, la Tate Liverpool, alberga una de las mayores exposiciones que se han hecho en Europa sobre este ruso huidizo que pasó de Bielorrusia a Moscú, de aquí a París, luego a EEUU y de vuelta a Francia, siempre con alguien pisándole los talones: la pobreza, los comunistas, los nazis… Era judío y fue comunista, una combinación que le daría tantos problemas como kilómetros en los pies. Chagall fue uno de los mayores autores surrealistas y forjó un estilo personal muy vigoroso.

La muestra recorre su trayectoria desde el folclore naïf de sus primeros años hasta su madurez artística, cuando mezclaba el fauvismo, el expresionismo y el cubismo a partes iguales. Nunca fue amigo de ismos y sin embargo creo una imagen y una marca muy clara e identificable de su obra. ‘Chagall: modern master’ se fija especialmente en sus años parisinos antes de la Primera Guerra Mundial y su tiempo cerca de la revolución rusa de 1917. Fue el tiempo en el que las bases de su visión sobre la pintura se asentaron, mezcla de sus experiencias vitales como revolucionario y artista con su fuerte carácter intelectual. Sus cuadros se llenan de puñetazos de color, de amor, sufrimiento, muerte y símbolos personales como el mundo del circo, la música, la cultura judía (y con ella toda la tradición judeocristiana), la propia Historia del siglo turbulento que le tocó vivir y protagonizar, pero siempre desde una perspectiva nostálgica e inocente, optimista, que le comunica con su niñez y que le aisló del realismo y del impacto social del resto de artistas. Un maestro moderno y diferente. En todo.

 

4. Venecia: Rudolf Stingel ocupa el Palazzo Grassi

Entradas: de 15 a 20 euros todas las instalaciones – menores de 11 años gratis, resto de menores, 10 euros. 

A un lado un edificio viejo como Venecia, tan elegante, sofisticado y tópico como la misma ciudad-museo que decora la cabeza del Adriático. Al otro, un artista acostumbrado a romperle los esquemas al espectador desde que en 1993, en la misma ciudad que ahora se rinde ante su talento, cubriera una plaza con sus particulares alfombras de colores chillones y que invitaban a ser acariciadas por lo tupido de su red. Stingel ha vuelto una vez más con sus alfombras, pero ahora todavía más ambicioso: en la exposición del Palazzo Grassi ha cubierto los 5.000 metros cuadrados de superficie con alfombras que han cubierto suelos, paredes, atrio y todo tipo de superficies; es una inmensa alfombra oriental que es como un gran puzzle que homenajea al pasado veneciano como puente entre Oriente y Occidente.

Stingel repite el mismo método que le ha hecho célebre: subversión, unión de formatos (pintura, arquitectura y escultura) en una misma pieza gigante, el uso del público como parte final de propia pieza, ya que sería imposible concebir las grandes alfombras sin pies que los pisen de forma caótica… Es un autor muy mediático que ha aprovechado perfectamente las posibilidades mediáticas de un mercado, el del arte contemporáneo, muy proclive a montar circos alrededor de las exposiciones. Y con ésta se ha superado. Toda la alfombra, a pesar de estar dividida en infinidad de piezas, es un todo rojizo que lo llena todo y condiciona la visión interior de todo el espacio: arriba y abajo pierden sentido porque TODO es la alfombra, a excepción de las ventanas del palacio, que siempre dan a ese otro cuadro vivo que son los canales venecianos.

En cada planta hay, intercaladas con la alfombra, reproducciones de obras antiguas pero elegidas con mucho cuidado: son siempre visiones imposibles que no ofrecen relajación sino agobio. Es un gran cubo cerrado donde las únicas referencias las proporcionan esas ventanas y la propia gravedad. En ocasiones da incluso, como ha mencionado algún visitante en las redes sociales, “el aspecto de un cuadro de Escher”. Y ahí es donde entra también la fórmula de Stingel: todo es un gran truco psicológico, una obra-espectáculo.