Guitarra, batería, piano, armónica, bajo… Nada se le resiste a Ryan Adams, el ángel rebelde que mantiene intacta su capacidad para sorprender; un ser depresivo, inestable, autodestructivo, malhumorado… Los ingredientes para alcanzar la categoría de mito.

A veces adoramos a alguien aunque se comporte como un completo imbécil. Y no es que él lo haga todo el tiempo, pero su arrogancia irrita hasta tal punto que le leerías la cartilla si lo tuvieras delante. Su mal genio se mantiene al nivel de los momentos de cabreo estratosférico de Liam Gallagher; es capaz de dejarte mensajes feos en el contestador si eres crítico musical y te atreves a afirmar que nunca alcanzará el talento de Jeff Tweedy; y de responderte con desdén si, como periodista, intentas sacarle chicha a una entrevista con uno de los cantantes más huraños que ha parido la industria musical. Ah, y pobre de ti si te atreves a sugerirle que sus creaciones beben de las de Dylan o Van Morrison (“yo no tengo nada que ver con estos tipos. Eso es una mierda que se han inventado los redactores”, recalca).

No sabemos si se debe a su egocentrismo (parece convencido de dar a luz el mejor rock del mundo) o a sus episodios de ménière, enfermedad que le provoca momentos de vértigo y desencuentros con todo aquel que se le cruce, pero poco nos importa; olvidamos su mala baba cuando abre la boca y su garganta surca escenarios que pocos pisan, cuando con un susurro roto nos conduce a otra dimensión, cuando alborota su melena y nos pide que le demos algo bueno (“Gimme something good”, así ha bautizado a una de sus recientes letras).

Ryan Adams

¿Por qué todo el mundo quiere a Ryan Adams? Quizá sea porque para muchos ya debería de estar muerto por todas las sustancias tóxicas que han recorrido su anatomía, pero ha sobrevivido como todo un Keith Richards; o a lo mejor por su inigualable versión, nominada a los Grammy, del ‘Wonderwall’ de Oasis; porque sus rifirrafes con Courtney Love nos dibujan una sonrisa; por rozarnos el alma cuando fusiona su timbre con el de Norah Jones o por haber representado el papel de voz de una generación que amaneció con el mundo patas arriba y relevar a los clásicos cantautores folk de alma rockera.

Todo empezó en una zapatería. Allí, entre cordones, betunes y cuero, el adolescente Ryan, que acababa de abandonar el colegio para siempre al mismo tiempo que su progenitor se fugaba del hogar, forjaba su cultura musical. Los Rolling Stones, tan ‘Wild Horses’ como el de Nashville, se escuchaban entre tacones y lengüetas. ¿Cómo iba a imaginar por aquel entonces lo que le esperaría después? Besos con Winona Ryder, arrumacos con Alanis Morissette, colaboraciones con Weezer o Counting Crows, un anuncio con Willie Nelson (interpretaron ‘Move it on over’, una versión de Hank Williams), comparaciones con Bruce Springsteen, un programa cazador de talentos emergentes junto a Elton John y caminar por la alfombra que pisan las estrellas del rock, una tarea que siempre ha considerado “aburrida”.  Sí, Ryan Adams ejerce de culo inquieto a todas horas y muda de estado de ánimo cada semana. Como su música. Y es que lo mismo te versiona a Iron Maiden que te atraviesa el corazón con la más dulce de las baladas.

Su conquista se certificó tras decir adiós a la formación fetiche del neocountry con influencias del ‘Byrd’ Gram Parsons, Whiskey Town, con su primer álbum en solitario, grabado en 14 días, ‘Heartbreaker’, nombre adjudicado de la manera más tonta. El músico disponía de 15 segundos para elegir uno: “Mis ojos se centraron en aquel cartel de Mariah Carey en el que llevaba una camiseta que decía ‘Heartbreaker.’ Pues, ‘Heartbreaker’!, le grité a mi jefe por teléfono”. Y eso fue todo. ‘Gold’ tomó el relevo para ofrecerle la posibilidad de ser reconocido por el público masivo.

Cuatro días antes de los ataques del 11 de septiembre, se rodó el videoclip del primer single, ‘New York, New York’, en el que Adams afinaba su instrumento en varios de los lugares emblemáticos de la ciudad, unas imágenes selladas en la memoria colectiva, pues los americanos las visionaron sin cesar en aquellos días; los canales más populares emitían este trabajo sin descanso como homenaje a la urbe.  Eso sí, él confiesa que la canción “habla en realidad de una persona”, no de los edificios; de una chica de la que se enamoró y que, al parecer, aún quiere. Qué romántico. Un año después nacería ‘Demolition’, disco del que el vocalista no se muestra especialmente orgulloso, definiendo los temas más rockeros de la lista como “lentos”. Si él lo dice…

Ryan Adams y los Cardinals

Y era el turno de su etapa con los Cardinals. Fueron años productivos (seis discos en su haber), que pusieron el candado con ese cóctel molotov resultante de mezclar un desencanto continuo con el mercado musical y su enfermedad. Y el niño rebelde se tomó un respiro, pero no perenne. El músico de Jacksonville vuelve a asomar su cabeza a punto de alcanzar la cuarentena con uno de los trabajos (homónimo) más apetecibles de este otoño. No hay más que pasearse por el que supuso el primer adelanto, el mencionado ‘Gimme something good’, un rescate del rock americano de los 80 en cuyo videoclip contemplamos a la exuberante Cassandra Peterson, conocida por interpretar a la sexy y descarada de extensa melena morena Elvira.

Otros de los cortes recomendados son ‘Stay with me’, con sabor a aquel ‘Ashes & Fire’ que sumaba adeptos allá por 2011 con la producción del legendario Glyn Johns (el mismo que metió mano en el  ‘Who’s next’  de The Who); y ‘My Wrecking Ball’ (por favor, prohibido confundir con el que defiende Miley Cirus), en el que el solista descubre una vez más su lado más sensiblero.  Porque Adams alterna el amor con las bofetadas; la estupidez con la genialidad; la autodestrucción con la resurrección… Y se toma demasiado en serio a sí mismo, enterrando en ocasiones sus habilidades musicales con el papel de rockstar egocéntrica, caprichosa y fantasma. ¿Pero a quién le importa mientras podamos disfrutar de su música?

“Ahí te quedas, Lost Highway Records”

“Eso no se dice”, le debieron de advertir a Morrissey, quien ha visto cómo retiraban su último disco de las plataformas digitales por criticar a su discográfica. Ryan Adams ejerce como todo un experto en estos desencuentros. Lost Highway Records le mostró la espalda en más de una ocasión (por ejemplo, en aquel álbum desdeñado por la crítica, ‘Rock and roll’, en el que participó Billie Joe Armstrong, líder de Green Day, y su novia de aquel entonces, Parker Posey). Cansado de obedecer directrices, el guitarrista fundó su propio sello en 2004, PAX-AM, para estrenar todo aquello sometido a veto.

Entre esas joyas se halla su acercamiento al black metal y el hard rock (encubierto bajo los nombres de Werewolph y Sleazy Handshake), su álbum de heavy metal ‘Orion’ o su reciente aventura paralela a la publicación de su actual trabajo. Se trata de una edición especial de diez temas que veneran las primeras joyas de sellos como Dischord y SST. De esta manera, el chico malo del country rinde pleitesía al punk, género que ya acarició hace un tiempo, cuando formó el grupo Pornography. Este muchacho no le hace ascos a nada.

 

La máquina de escribir de la abuela

“La música es lo mío. Es el fútbol para mí; es la Navidad para mí”. Estas declaraciones del ‘enfant terrible’ del rock americano se antojan extensibles a la literatura. Esos ojos claros despertaron con los textos detectivescos de Edgar Allan Poe, la bajada hacia el abismo en el que nos sumergía Hubert Selby Jr en ‘Requiem por un sueño’, el desnudo del cinismo que aplicaba Henry Miller y la prosa espontánea de Jack Kerouac. Antes incluso de agarrar una púa y unirse a la banda local Blank Label, con 14 años, el niño mimado de Elton John ya acumulaba aplausos, al menos entre sus allegados. Eso sí, gracias a un juguete distinto a su guitarra eléctrica (aunque también destinado a dotes creativas), la máquina de escribir de su abuela. Ryan no sobrepasaba los ocho años y empezaba a amontonar desparpajo con las palabras, soñando situaciones imposibles y firmando relatos cortos; destreza que ha plasmado después en sus canciones (Stephen King lo señala como el mejor autor de temas después de Neil Young. Casi nada).

Y sus inquietudes novelescas no se anclaron en su infancia; el ex Cardinals ha publicado dos libros de poemas y cuentos. El primero, ‘Infinity Blues’, una especie de aventura en barco por su mente, toda una odisea en una montaña rusa que sube al cielo y desciende a los infiernos, de la cordura a la locura. El segundo, ‘Hello, Sunshine’, contiene versos en los que, según sus palabras, “me veo a mí mismo respondiendo al mundo con luz y gracia ante las decepciones. Es mi mejor trabajo”.  Y, sí, la poesía impregna parte de su discografía. “And maybe she’d take me to France / Or maybe to Spain and she’d ask me to dance / In a mansion on the top of a hill…”, susurra al piano mientras el violín homenajea a Sylvia Plath en esta composición del eterno disco ‘Gold’ que porta su nombre.

La autora de ‘La campana de cristal’, poetisa confesional que alcanzó el reconocimiento en la tumba, destacó por ser una mujer atormentada, al igual que nuestro protagonista, quien grabó el no irónico ‘Manual del suicidio’, producto de sus ensaladas de alcohol, heroína y cocaína. Sus conciertos por aquel entonces parecían susceptibles de definirse como ruletas rusas; toda la noche tocando sin parar o discusiones con el público (y a la media hora, a casa todo el mundo).  Y en su retirada, nadie se hacía demasiadas ilusiones, pero el señor Adams siempre vuelve.

 

Algunos de los álbumes de Ryan Adams