Astiberri publicará a finales de agosto una de las novelas gráficas más originales salidas de Japón, 19 capítulos en los que la historia de un hombre solitario para el que comer es un ritual y que permite radiografiar un país entero.
IMÁGENES: Editorial Astiberri
Seguro que recuerdan el programa de Imanol Arias y Juan Echanove, ‘Un país para comérselo’. Si tiramos un poco de imaginación podríamos estar ante la versión japonesa de ese mismo programa. Con la salvedad de que hablamos de cocina japonesa y que ‘El gourmet solitario’ (27 de agosto, 200 páginas, 18 euros), que Astiberri reedita una vez más. Porque es un pequeño clásico, porque es más que una novela gráfica donde la comida es un ritual y una excusa, es en realidad una profunda radiografía de una nación extraña donde las haya. Un dibujo sociológico y también psicológico creado por Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi, que alternan los pinceles y lápices con la labor de guionista desde hace años. Ambos son currantes del manga, pero también forman parte de esa generación posterior a 1945 que le ha dado un mayor sentido artístico, realista y social al cómic japonés. Si al talento en el noveno arte se le une el placer de la cocina japonesa (para algunos algo casi místico), el resultado es más que apetecible.
La historia es algo así como un ritual viajero, una “aventura sensorial” que no deja de ser un lugar común para describir un argumento muy sencillo: un tipo solitario cuyo trabajo le hace viajar mucho y para el que el único momento de tranquilidad y reflexión es la comida, por lo que le presta mucha atención, ritualizándola. Y nada le gusta más a un japonés que ritualizar su vida diaria. Héctor G. Olarte apunta en el suplemento El Cultural que se trata de una “afortunada combinación de manga y gastronomía japonesa; un singular viaje, una aventura sensorial en la que el momento de la comida se convierte en un ritual”. Nada le gusta más a un español que comer y si puede culturalizarlo, mejor.
El argumento circula por esa vía, un viaje continuo por Tokio y otras ciudades y regiones de Japón en las que el protagonista, Goro Inokashira, visita todo tipo de restaurantes y casas de comida. Cada día es una ocasión para redescubrir un barrio que conoce o para conocer uno nuevo. Y siempre con una premisa: es abstemio por convicción de que no podría controlar la bebida. La soledad es la cómplice perfecta para sentarse, disfrutar y escuchar, mirar, anotar mentalmente, dibujar el retrato de una cultura producto de siglos de aislamiento y adaptación al medio. De ahí nace no sólo la cocina japonesa, sino también su identidad que a muchos occidentales les parece otro planeta. En total son 19 capítulos, 19 menús al detalle, 19 experiencias humanas y culinarias al mismo nivel que sirven de excusa al lector para conocer mejor otro mundo y poder descubrir el placer de diferenciar entre un donburi y el sashimi, el sempiterno washoku (arroz blanco, base de toda la dieta), kinpira, shirataki, oyako-don o takoyaki.
Taniguchi y Kusumi hacen una labor doble (vivencia y descripción) a partir de un estilo sobrio y realista. Olvídense del desmedido y extremo dibujo manga industrial, estamos mucho más cerca del realismo de los años 70 que de ese otro cómic que parece haberse comido Japón. El fondo es luego también muy diferente: estamos casi ante un ensayo sobre sociología e identidad cultural. Las costumbres japonesas, a veces tan contradictorias para un occidental, se reflejan a la perfección en ese hombre que se sienta a comer y mezcla sus soliloquios personales con las conversaciones de los comensales que le rodean. Las escucha como parte del ritual. Gastronomía y humanidad se unifican en el mismo acto sencillo de sentarse a comer. Y logran lo que las dos dimensiones de papel y tinta pocas veces pueden: que los aromas huelan, que a pesar del blanco y negro perenne todo se llene de color y la lengua se mueva intranquila. Es, a grandes rasgos, una novela gráfica positivista.
Sobre los autores se puede indicar dos cosas: que no son al uso y que llevan toda la vida creando. Jiro Taniguchi es el mayor (nacido en 1947, pero no debutará en el cómic hasta 1970. Se convirtió en uno de los más prolíficos dibujantes gracias a aliarse con el guionista Natsuo Sekikawa. En los años 90, con la eclosión final del manga y el anime fuera de Japón (los occidentales empezaron a consumirlo sin medida), llega su mayor grado de libertad con ‘Barrio lejano’, premiado en el Festival de Angulema en 2003, ‘El caminante’ y ‘El almanaque de mi padre’, varios de sus mejores títulos en solitario. A su lado está Masayuki Kusumi, diez años más joven (1958) y con una historia diferente. Guionista, ilustrador, diseñador, escritor e incluso músico, Kusumi es un espíritu inquieto que hizo tándem con su hermano Takuya para crear ‘Diario de secundaria’ (1999), uno de los muchos mangas de éxito llevados al cine.
Japón ritualiza la comida, Occidente la devora
La cocina japonesa ya conforma parte de la cultura occidental, mestiza y voraz donde las haya. Occidente es, de largo, la civilización más permeable y práctica conocida, históricamente le ha importado bien poco el origen de algo o sus implicaciones culturales si le funcionaba o le gustaba. Al descubrimiento de la comida china llegó también la japonesa, más ligera, probablemente más equilibrada y que por alguna razón tiene un trasfondo estético y casi místico. Ayuda mucho que sea una de las dietas más sanas que hay, basada en el arroz, el pescado, las algas y varios tipos de carne donde apenas se usan aditivos salvo las especias. Aparte de eso la cocina japonesa tiene algo de ritual que se explica muy bien en ‘El gourmet solitario’: la ceremonia, la forma de comer e incluso la disposición de los platos. Hasta el orden.
El sushi, el sashimi, la tempura y la sopa miso son sólo la punta del iceberg, siempre en determinado tipo de vajilla (planchas y cuencos), con añadidos muy concretos (salsa de soja, wasabi y rábano picante) y con una presentación que forma parte del ritual. Cualquier que haya ido a un restaurante japonés con un mínimo de calidad verá que la apariencia es tan fundamental como el contenido. Es un ritual. El personaje de Taniguchi y Kusumi es la esencia misma de esa cultura ritualizada: para él la comida es placer, es mística, estética y formalismo, un orden minimalista, sencillo y eficiente. Perfecto para deslumbrar al occidental. Quizás por eso el cómic japonés también entra con tanta fuerza en nuestro mundo.