Miyazaki presenta su última película, ‘Kaze tachinu’, y se retira; es uno de los creadores japoneses de más peso en los últimos años, ganador de un Oscar y un maestro del cómic.

IMÁGENES FILMES: Studio Ghibli – Foto de portada: ‘El viaje de Chihiro’

Pocas veces un autor, sea cual sea el soporte en el que se expresa y trabaja, puede influir tanto desde Oriente hacia Occidente, o cuando menos, puede ser un puente entre ambos lados de un planeta esférico donde, curiosamente, no hay lados ni bandos. Hayao Miyazaki está a la altura de Akira Kurosawa o Murakami en cuanto a capacidad creativa y huella indeleble en el arte y la industria, tanto en su país como en ese lejano Oeste del mundo donde ha sido agasajado, imitado, premiado y encumbrado. Este año Miyazaki vuelve con nuevo trabajo de animación, ‘Kaze Tachinu’ (presentada en la Mostra de Venecia y que acompañó a la noticia de que se retiraba), una excusa perfecta para hablar de él.

Se le puede definir de muchas formas, pero quizás la mejor sea la de creador de mundos, muy particulares, producto de una infancia muy dura donde convivieron la soledad con la posguerra japonesa y la influencia creciente de la civilización occidental en él. Pasó de estudiante universitario a dibujante no muy estiloso a gran maestro en una progresión continua de su trabajo, pero sobre todo de una visión revolucionaria que se alejaba de lo habitual en la hiperdesarrollada industria del cómic y el anime japonés. Es un gran maestro que utiliza el mundo infantil para transmitir valores, para lanzar mensajes que educan y calan en los más pequeños, pero son también para los adultos, el recuerdo de lo que importa por encima de lo material.  

Fruto de esa desbordante imaginación que toma prestados símbolos y figuras de todas las culturas es una de sus obras cumbre, ‘El viaje de Chihiro’, que ganó el Oso de Oro de la Berlinale de 2002 y luego el Oscar a la Mejor Película de Animación. Un triunfo doble que allanó el camino para ser más un fenómeno que un autor. Su carrera, que arrancó en los años 60 pero no despuntó de verdad hasta los 80, es un compendio de humanismo en cómodas dosis animadas donde el dibujo es sólo un vehículo para transmitir el respeto por lo humano, el amor y la naturaleza por encima de todo. Son tres puntos fundamentales en su obra y que se repiten una y otra vez de múltiples formas, pero siempre es la relación entre dos personajes, el amor familiar o no, el que rompe la situación de desequilibrio para la resolución final.

Hayao Miyazaki

Para poder realizar esa labor cofundó Studio Ghibli en 1985 (junto a Isao Takahata) gracias, en parte, a su primer éxito, ‘Nausicaä del Valle del Viento’ (1984), en el que preside y comparte mesa de trabajo artesanal con muchos otros creadores que se han arremolinado bajo las alas del maestro. El nombre es clave: escogió de la palabra italiana que define el viento del desierto y que se usó para nombrar a un tipo de avión, una fuerza de renovación y cambio que es la mejor metáfora de la labor de este estudio y del propio Miyazaki, que desde Occidente podría parecer un creador de anime más, pero en realidad es uno de los revolucionarios que lanzaron el arte japonés a un nivel superior en cuanto a valores, profundidad y gusto estético.

En Nausicaä ya estaban presentes los puntos básicos de su obra: fantasía desbordante que sin embargo tiene una gran coherencia interna, un amor inmenso por la aviación (otro punto de fuga que le hace tan peculiar y heredado de su infancia), ecologismo y lamento por los desmanes humanos, respeto por el propio espíritu de superación del ser humano, personajes que se superan a lo largo de la obra, pacifismo nada disimulado y un sutil feminismo representado en (casi) todos los personajes principales, que son niñas, chicas o mujeres dispuestas a todo por vencer y solucionar la trama.

Ideología pacifista y ecologista como en muchos niños japoneses que sufrieron la guerra y la posguerra y que pasaron de un mundo muy convencional a otro ultratecnificado. Miyazaki forma parte de esa generación nacida con los bombardeos, de infancias llenas de sacrificios pero que vieron en su madurez un Japón fuerte y tecnificado. En sus obras la crítica a los desmanes del capitalismo también son sutiles pero activas, y eso lo enlaza con otros valores humanistas. Si bien el pacifismo no es algo novedoso en un país marcado a fuego por la guerra y el horror nuclear, el ecologismo es un valor relativamente moderno pero que se enlaza a la perfección con los viejos mitos sintoístas de la cultura japonesa (muy visibles en ‘Mi vecino Totoro’, ‘La princesa Mononoke’ y ‘El viaje de Chihiro’) en los que la naturaleza tiene una dimensión divina. El agua cobra una fuerza enorme como el vehículo de la divinidad, una conexión con el mundo espiritual desde el terrenal (algo muy obvio en ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Ponyo en el acantilado’). En todas estas películas se remarca la idea de que la humanidad rompe su acuerdo con la naturaleza y son los protagonistas los que recomponen ese equilibrio.

 

‘El castillo ambulante’ 

Otro tema fundamental en su obra es ya más técnico: Miyazaki destaca por el extremo mimo y cuidado que pone en la construcción y montaje de las obras, construidas de manera artesanal, sin ordenadores, al viejo estilo. La iluminación es perfecta y abandona los oscurantismos a favor de una luz omnipresente, escenarios bien definidos y un gusto por el detalle y el movimiento bien dinamizado que ha llevado incluso a maravillarse a Steven Spielberg, que ya confesó públicamente ser un fan de Hayao gracias, entre otras cosas, por las escenas de la persecución de coches en ‘Lupin III: el castillo de Cagliostro’.

La compañía Pixar de Lassiter y Disney son otras que han “tomado prestado” aspectos claros de Miyazaki, aunque también han mostrado pública admiración por él. Especialmente reseñable es otro momento muy agitado en ‘Porco Rosso’, donde las coreografías de batallas aéreas son tan detalladas y bien construidas que casi eclipsan el resto de secuencias. Igual mimo por el movimiento ha mostrado en ‘La princesa Mononoke’ o ‘El viaje de Chihiro’.

Finalmente, y al igual que otros tantos escritores y directores de cine japoneses, Miyazaki también tira de costumbrismo: el mundo rural, muy mitificado en la cultura japonesa, está presentado desde una perspectiva romántica, donde los niños y los ancianos son siempre las piezas clave, el ímpetu y la sabiduría; en ese mundo campestre es donde entran de lleno el ecologismo y también los viejos mitos sintoístas, porque es en el bosque, el mar y el campo donde esa espiritualidad cobra su máxima expresión, lejos de las ciudades ultramodernas. El mundo familiar y doméstico tienen una preeminencia muy clara, son parte del escenario de creatividad libre y sin fronteras que le permiten ser un gran creador de personajes; son abiertos y al mismo tiempo de una pieza. La pequeña Chihiro pasa de niña aburrida y miedosa a luchadora en una evolución escalonada que se capta sin esfuerzo, una renovada Alicia al otro lado del espejo.

‘La princesa Mononoke’ 

Es en esta película donde también aparece una última clave: la cultura europea. Miyazaki ha confesado muchas veces que Occidente, y más concretamente Europa, están presentes en sus obras por la influencia que recibió siendo niño y porque su cabeza no parece tener muchas fronteras: capta y asimila lo que le apetece para construir una historia y considera que esos elementos, perfectamente visibles en ‘El castillo ambulante’ y ‘Porco Rosso’ (la escenografía, decorados, comportamientos, incluso en máquinas, ciudades y épocas históricas), hacen que la historia se distancia de lo habitual en Japón. Esa marca también le diferencia del resto de autores de su país y le acercan, por gusto estético y delicadeza, a los espectadores occidentales entre los que se ha convertido en uno de esos pocos nombres que se pueden recordar. Por fortuna ha dejado de ser una figura para “iniciados” para ser un referente mundial. Eso que hemos ganado todos.

‘Mi vecino Totoro’

Un autor feminista nada convencional

Es muy extraño encontrar a un personaje como Miyazaki en una industria, la del cómic japonés y sus múltiples vertientes, en las que mandan la ultraviolencia, las obsesiones sexuales, los argumentos enrevesados y la pasión desmedida por la tecnología. Él es diferente: es feminista en un país terriblemente machista y castrante, protector de la familia y el amor en una sociedad cada vez más individualista y también un pacifista consumado. En esto se parece más al Japón moderno, heredero de una guerra brutal y de un ataque nuclear.

Pero en lo que se desmarca es en esa doble reivindicación de la mujer y del amor como base para contar historias. Para que se me entienda: en Japón la mujer está justo por debajo del hombre. Hablamos de un país donde tenían (y tienen, algunas todavía) que caminar dos pasos por detrás del marido, donde sólo los hombres pueden tener iniciativa sexual, donde las chicas de más de 20 años se maquillan y operan para parecer adolescentes. En el manga y el anime los protagonistas siempre son niños, chicos u hombres, a no ser que estén destinado para ellas, en cuyo caso son historias terriblemente almibaradas donde todo se resume en romanticismo barato.

Ejemplos: todos sus personajes principales son niñas y mujeres valientes y de carácter fuerte o que son la llave para reequilibrar el escenario en el que aparecen, son el agente modulador de la propia historia; si no son el personaje principal, son secundarios pero vitales para el desarrollo (como en ‘Porco Rosso’); la casa de baños de ‘El viaje de Chihiro’, donde transcurre buena parte de la película, es un matriarcado laboral, y ella misma no deja de ser una nueva Alicia donde se unen la mitología sintoísta con la imaginación de Miyazaki. Además, ellas son siempre la fuente de amor que cambia la situación, o en su defecto, las que reciben ese amor y de esa manera se transforman. Sea como fuere, tanto la familia como el amor son parte indispensable en las creaciones. Es un claro desafío a los papeles tradicionales que se les adjudica a las mujeres. Haciendo memoria sólo hay un anime nipón donde ocurra esto y que haya tenido gran éxito, ‘Ghost in the Shell’, pero allí es Motoko Kusanagi la protagonista, que está tremendamente masculinizada. Es, resumiendo, un hombre con cuerpo de mujer.

 

Vida del maestro Hayao

Hayao Miyazaki nació en Tokio un frío 5 de enero, unos once meses antes de que Japón bombardeara Pearl Harbor y cambiara la historia del mundo y la vida de millones de personas, entre ellas las del bebé Hayao. Ajeno a la guerra se dedicó en cuerpo y alma a su gran pasión, el manga, una industria millonaria en Japón, un país que devora cientos de títulos al año sin importar edad o condición social. Sufrió en sus carnes la posguerra desde pequeño y tuvo que cambiar de colegio varias veces, algo que le marcaría, igual que estudiar con 9 años en un colegio con influencia de los ocupantes americanos. Allí empezó a tomar contacto con la cultura occidental que también le dejaría huella. Su pasión fue como la de muchos, viendo una película: ‘Hakujaden’, de Taiji Yabushita, una de las primeras obras de animación de Japón, lo que le enamoró hasta el punto de embarcarle en su carrera. Desarrolló su estilo propio desde pequeño a partir de sus problemas para dibujar figuras humanas, que luego corregiría con sus propios mecanismos; pasó por la Universidad Gakushuin, donde se graduó en 1963.

Trabajó con Toei como ayudante y poco a poco ganó en peso y responsabilidades. Se haría amigo de Isao Takahata (con el que colaboraría en series tan conocidos por los españoles como ‘Heidi’ o ‘Marco’) y juntos cofundarían el Studio Ghibli, uno de los más poderosos de la industria. En 1978 dirige su primera película, ‘Conan el niño del futuro’, pero no sería hasta el año siguiente cuando debutara con éxito con ‘Lupin III: el castillo de Cagliostro’, la primera de muchas. Con Ghibli haría casi toda su carrera. El siguiente paso fue ‘Nausicaä’, un giro en su carrera en el que se adentra en el terreno del anime infantil y gana en calidad y profundidad y con la que llegó el primer premio, el Anime Grand Prix de Animage. Para entonces ya había dejado atrás de trabajar en series (la última, otra conocida de España, ‘Sherlock Holmes’).

A partir de 1985 su carrera se lanzó directamente al anime y llegarían de golpe ‘El castillo en el cielo’, ‘Mi vecino Totoro’ y ‘Nicky’, y con los tres de nuevo el Anime Grand Prix. El salto adelante, también en Occidente, llegó con ‘Porco Rosso’ y ‘La princesa Mononoke’, y ya en el siglo XXI ‘El viaje de Chihiro’, donde alcanzó la cima con el Óscar a la Mejor Película de Animación. Para entonces ya era un maestro para los autores japoneses y la cabeza visible de una generación de creadores de cómic y anime surgidos de la posguerra japonesa. Está casado con Akemi Öta desde 1965 y tiene dos hijos, Gorö (director de cine) y Keisuke, con los que ha tenido relaciones complicadas, especialmente con Gorö.

‘Porco Rosso’