Han pasado 50 años de su muerte y tanto Alemania como toda Europa le recuerdan como uno de los más importantes autores de la Historia, el verdadero gran maestro alemán, todo espíritu y humanismo.
Por Luis Cadenas Borges
Un lector no alemán suele sorprenderse de que alguien tan germánico como Hermann Hesse tuviera una sensibilidad y humanismo tan profundo, un cariño tan grande por la naturaleza humana y por otras influencias como la oriental. Raro, distinto, muy poco alemán y al mismo tiempo alemán hasta el tuétano. Quizás por eso le adoran y sigue siendo allí un superventas. Tanto que la editorial que suele publicar a Hesse, Suhrkamp, se pagaba hasta hace nada los despilfarros en escritores noveles y promociones con lo que sacaba de este mito capaz de vender, muerto o vivo, más de 150 millones de ejemplares en todo el mundo. Es, además, de largo, el alemán más leído de todos, y padre de una filosofía de cultura y paz que era extravagante en su tiempo y hoy es lo que anhelamos. Una de sus frases más conocida da testimonio de esta visión: “Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia”.
Porque en Hesse se da un proceso muy típico del siglo XX y la modernidad: el desconcierto. Escribió sobre cómo el tiempo actual desconcierta al ser humano, lo lanza a un mundo muy rápido, complejo y violento, en el cual el individuo queda a merced de las corrientes. Es la base misma del Harry Haller de ‘El lobo estepario’: el mundo tradicional se hunde y muere, pero el nuevo no termina de germinar. El abismo resultante es el caldo de cultivo de la inmensa soledad humana, de su caída. De esta situación nace la necesidad de la búsqueda de una filosofía nueva, y Hesse buceó en las ideas de oriente para poder encontrar respuestas. Del budismo y otros ismos asiáticos nació también la necesidad del pacifismo como una marca existencial. Y desde luego ayudó mucho haber sido contemporáneo de las dos guerras mundiales. Hesse fue un gran educador, un maestro del espíritu humano frente a un mundo devastador.
En Alemania y el resto de países con influencia cultura germana le prepararon una gran fiesta; en España apenas fue carne de reportaje en ‘El Cultural’, en algún que otro suplemento más y una decorosa columna en ‘El País’. Eso con un Premio Nobel que está años luz por delante de muchos otros escritores más cercanos a nuestro país. Le dieron el premio más grande en 1946, un año después de que Alemania claudicara ante el mundo civilizado por una guerra iniciada por ella misma, otra vez. Una especie de compensación a tanto horror, muy contestada por muchos críticos y líderes aliados. Sobre su cabeza pende hoy en día un par de críticas: que es un escritor de iniciación (traducción: para adolescentes y gente de entendimiento voluble) y que sus desvaríos orientalistas y románticos le hacían ajeno y lejano al lector medio.
Ejemplos de estas críticas son ‘Siddhartha’, ‘Demian’ o ‘Viaje a Oriente’. Para una literatura que bebía mucho más de los hermanos Mann y sus críticas a la burguesía, de las plumas que se centraban en fustigar a aquel mundo europeo, este tipo de historias se retorcían demasiado. En Alemania es habitual considerar los dos primeros libros como la versión europea de ‘El guardián entre el centeno’, esos textos que uno lee cuando quiere abrirse al mundo real. Hesse, en ese sentido, era un pastor de almas. Pero su carrera fue larga y la fama y la fortuna (y el exilio) le auparon al Olimpo de las letras. Calw, la pequeña localidad donde nació, y Montagnolo, donde murió, le consideran un regalo del cielo representados en forma de museos y placas honoríficas, esas cosas que tanto gusta a la gente.
Hay en Hesse un punto de desapego con Alemania: ya vivía en Suiza cuando no tenía ni 30 años; cierto grado de “ahí te quedas” que es común a muchos escritores que han nacido en lugares pequeños y cerrados. Calw no dejaba de ser un pequeño pueblo en el corazón del país, tan pintoresco que parece sacado de una postal. Así nació el voluntarioso Hesse, un escritor que era pura vocación de su oficio; fue incapaz de terminar nada de lo que empezó espoleado por su familia (con el recurrente padre reverendo y misionero) y terminó con sus huesos en una librería de Basilea, donde no paró de escribir mientras sobrevivía. Hesse se salvó de la quema sumaria de las dos guerras mundiales que rompieron y trituraron Alemania una y otra vez; desde su refugio montañoso y personal vio el mundo y siguió a su ritmo. Una lejanía que le permitió evitar que le persiguieran y que de paso le dio cierta salud mental que muchos otros escritores alemanes no podían tener. Aquella primera etapa era sencilla: Hesse era un escritor típico del siglo XIX, con un deje muy personal, romántico en una forma muy personal, pero también con grandísimas dosis de introspección.
Sello conmemorativo alemán sobre Hermann Hesse
Después, con la madurez, transformó ese estilo que venía de atrás en una particular forma de narrar llena de simbolismos que le valió ser el autor preferido de toda una generación de posguerra que le encumbró como un genio. En sus textos, sobre todo en el ‘Siddharta’ (homenaje total a la sabiduría del hinduismo y el budismo), la gente de los 60 y 70 vieron a un gurú con una voz personal y libre; incluso hoy arrastra esa fama de ser un contestatario por su solitario estilo algo contestatario. Fue de esa época el auge de su obra, si bien ya fue encumbrado en su tiempo por monstruos como Rilke. Tuvo un gran reconocimiento en vida, a veces muy negativo, pero después de muerto fue inmenso.
No hay que olvidar que sus artículos periodísticos durante la Primera Guerra Mundial le convirtieron un apátrida y un traidor a ojos del nacionalismo alemán. Muchos de sus amigos le dieron la espalda y le mandaron incluso amenazas de muerte. Fue el principio del desapego con Alemania, pero también con la propia Suiza. De alguna forma Hesse siempre fue visto como un cuerpo extraño en su tejido cultural, con esa gracia que sólo los helvéticos tienen para no permitir que te sientas uno más en el mayor hotel de asilo del mundo. Se presentó voluntario para luchar en la Gran Guerra, pero le declararon inútil, así que tuvo que contentarse con ser enfermero de los heridos.
Duró poco, porque la vida le iba a dar otro giro a su tristeza y prepararle para escribir sus mejores obras. En poco tiempo murió su padre, su hijo enfermó y su esposa sufrió un ataque de esquizofrenia. Fue sometido a terapia por un discípulo de Jung que, además de suavizar el dolor, el instruyó en el conocimiento del simbolismo psicológico. Fue entonces cuando escribió ‘Demian’, una de sus cuatro grandes obras junto con ‘El lobo estepario’, ‘Siddharta’ y ‘El juego de abalorios’. En los años siguientes se divorció, se casó de nuevo para poder tener la nacionalidad suiza y de paso, en los años 20, culminar el proceso introspectivo con ‘Siddharta’ y ‘El lobo estepario’. Las columnas sobre las que se basaba el mito de Hesse ya estaban puestos, sólo faltaba ‘El juego de abalorios’, que le permitiría ser Nobel en 1946. El último en alemán, por cierto. Fue en 1943, en Suiza, y después de la guerra, ya mayor y algo hundido por tanta violencia, su ideal de sociedad pacífica, multicultural y sincrética germinó lentamente en los movimientos de posguerra. Quizás naciera demasiado pronto. Hoy el país natal que le despreció y le puso en la lista de proscritos le pone por las nubes. Otro cadáver exquisito, pero en versión germánica.
Máquina de escribir original de Hesse
Vida y obra de un hombre tranquilo
Hesse nació en Calw (Suabia – Alemania) en 1877 y murió en Montagnola (Ticino – Suiza) en 1962. Hijo de una familia de misioneros pietistas, fue destinado al estudio de la teología y enviado en 1891 al seminario de Maulbronn, donde apenas aguantó tres años antes de fugarse. Aprendiz de relojero y librero, finalmente se puso a trabajar como tal en 1899 al albor del siglo XX en Basilea. Fundamental para su existencia posterior. Después del éxito de ‘Peter Camenzind’ (1904), novela iniciática llena de melancolía, llegaría ‘Bajo la rueda’ (1906), pura rebeldía contra la autoridad. Se instaló a orillas del lago de Constanza dedicado a la literatura.
En 1911 viajó a la India, más tarde se fue a vivir a Berna y finalmente a Montagnola, cerca de Lugano. Su verdadero cambio de paso fue en 1919 con ‘Demian’, firmado como Emil Sinclair, producto de una depresión que le indujo a escribir sobre la vida, el arte, la paz y la amistad. Luego llegaría su homenaje a la India, ‘Siddharta’ (1922), en las antípodas de la anterior pero con el mismo mensaje culto y abierto. El lobo estepario (1927) es la más famosa de sus obras, un viaje a la inhumanidad del mundo, construido detalladamente como un mecano a partir de las notas póstumas de Harry Haller, el protagonista. Lo viejo muere, pero lo nuevo no termina de nacer. Y de esa fría soledad del individuo nace la novela. ‘El juego de los abalorios’ (1943) es el cierre de toda una vida en la que arte y ciencia se unen y se separan, sentimiento y razón, mente y espíritu. En 1952 se hizo la gran antología en alemán. Su muerte llegaría por un derrame cerebral en 1962, en su Casa Hesse, ese rincón del Ticino que era como un castillo.
Bibliografía de Hermann Hesse
Novela
Hermann Lauscher, El caminante – 1900
Peter Camenzind – 1904
Bajo las ruedas – 1906
Gertrudis – 1910
Rosshalde – 1914
Tres momentos de una vida – 1915
Demian – 1919
Siddhartha – 1922
El lobo estepario – 1927
Narciso y Goldmundo – 1930
Viaje al Oriente – 1932
El juego de los abalorios – 1943
Cuentos, relatos, ensayos
Canciones románticas – 1898
Una hora después de medianoche – 1899
Amigos – 1908
La ciudad – 1910
El europeo – 1917
El cuento del sillón de mimbre – 1918
Klein y Wagner – 1919
El último verano de Klingsor – 1920
Trágico – 1922
Infancia del mago – 1923
Compendio biográfico – 1924
Rastro de un sueño – 1926
Sobre El lobo estepario – 1928
Parodia Suabia – 1928
El Rey Yu – 1929
Edmund – 1930
El pájaro – 1932
Poemas – 1942
La Ruta Interior – 1946
Sobre la guerra y la paz – 1946