Este noviembre Alfaguara publica el tercer libro en español de Lucia Berlin, ‘Bienvenida a casa’, una excusa perfecta para ese fenómeno literario que es el escritor de éxito póstumo (en España) y tardío. Tres libros que son en realidad integrales de relatos cortos que muestran un talento fuera de lo común para una mujer fuera de lo normal que repartió su vida por media América e hizo de todo para salir adelante, con cuatro hijos y un talento para escribir fuera de duda.
IMÁGENES: Alfaguara / Wikimedia Commons
Lucia Berlin era como Raymond Carver, como Charles Bukowski, como tantos nombres (de hombres) que tenían ese talento esquivo para convertir historias cotidianas en torpedos llenos de intrahistorias, lectura entre líneas y motivaciones ingenuas que cargaban dinamita. Historias subterráneas que te exhiben lo cotidiano pero que por detrás afilan armas para diseccionar la sociedad y llevarte allí donde quieren. Como un buen mecano. A Berlin apenas la conocían antes de 2014; en EEUU había publicado y editado sus cuentos, pero lo importante fue siempre la vida, entre tres matrimonios culminados con la separación, cuatro hijos (todos antes de los 30 años), muchos viajes, una vida nómada entre el Suroeste de EEUU, Chile y California… Aunque en su país natal la conocieron antes, el desembarco en 2016 en España fue un golpe: era el Grial (no tan santo) de todo editor, encontrar un talento de primer nivel que no va a patalear en el despacho con quejas y exigencias de autor (porque ser autor es algo más que juntar letras y firmar) porque para entonces ya estaba muerta.
Bromas macabras aparte, tres libros apuntalan el fenómeno, que no es otro que el descubrimiento público de un talento que siempre estuvo ahí y que habla mucho de la ceguera editorial y del lector medio. ‘Manual para mujeres de la limpieza’ (2016), ‘Una noche en el paraíso’ (2018) y ‘Bienvenida a cas’ (2019), tres libros editados en España por Alfaguara para apuntalar un nuevo nombre para el ejército de escritoras que, como en su casa, fueron olvidadas, ignoradas o que simplemente no tuvieron la suerte y el tesón suficientes. De la nada al todo, pero póstumamente, que es la peor crueldad posible. Los medios se llenaron de Lucia Berlin y el movimiento de lectores y críticos se ha mantenido durante estos años. Una autora que enfundaba sus motivaciones en libros aparentemente cotidianos, realistas y costumbristas, que representaba la belleza y el dolor de la vida rutinaria (que ella misma protagonizó, muy lejos del glamour de cualquier autor de éxito), la melancolía, la empatía con los personajes, porque todos nos parecen familiares…
Visualmente, o al menos estéticamente a la hora de escribir, hay mucho de eso en obras parecidas sobre la posguerra en EEUU, como la serie ‘Mad Men’, a la cual acude la memoria estética al leer varios de los relatos de Berlin. Su escritura imitaba a la vida, no hacía experimentos lingüísticos o literarios, escribía como vivía y de ahí manaba su fuerza, con relatos que tienen en su mayoría tintes autobiográficos. Es lo que hoy se llama ‘autoficción’, en la que quien escribe es parte de la historia misma. “Siempre estoy buscando… deseando sentirme en casa”, dejó escrito Lucia Berlin, que recopiló gran parte de su existencia en relatos como los que se han unido en ‘Bienvenida a casa’, íntimos, confidentes, donde cada rincón mundano de una vida común son en realidad la base para una literatura que tiene su fuerza en esa honestidad brutal envuelta en la bruma de lo familiar. Y esas historias llegan porque los personajes podrían ser cualquiera de nosotros, hasta el punto de que lectores que no estén acostumbrados a la literatura podrían entender mejor esas narraciones que sesudos forenses literarios.
Todo está inventado desde hace mucho, y en el caso de Berlin lo hace con una dureza sutil y descarnada. Pocos, pocas, pueden transformar la propia vida en una expresión artística, con una prosa auténtica, brutal y desnuda. Detalles al margen muy lejos de la otras literaturas, la que narra historias por encima del lenguaje y la que se centra sólo en el lenguaje y donde la historia es lo secundario. Berlin usaba la metáfora del café: su vida era el polvo granulado de la planta, la escritura el filtro, y el resultado, los cuentos, era ese líquido oscuro que nos da la vida por las mañanas y atempera las tardes. Con esa estructura en mente surge el corpus de la obra de la ama de casa, la madre, la itinerante, la proletaria por necesidad y voluntad, todo menos sentarse libre frente al papel en blanco. Benditos/as los/as que pueden permitirse ese lujo, porque la gente real trabaja, vive (o sobrevive) y carga con todo el universo en la mochila diaria. Y algunas, afortunadamente, luego escriben.
Mordaces, cargados de fino humor, descarnados, auténticos, sin artificio pero con una gran construcción temática bajo lo común. Así podría definirse su obra, en la que la condición de género es una característica más. Si se hubiera llamado Charles Berlin, o cualquier otro nombre masculino, si hubiera sido hombre, es posible que la forma de escribir no hubiese sido igual. No porque las mujeres escriban de forma diferente a un hombre, sino porque el prisma que usa es el de la vida cotidiana, y todos sabemos que la vida real, común, familiar y social de una mujer nunca es como la de un hombre, por vivir en una sociedad cargada de barreras, separaciones y muros entre géneros. Porque Lucia, a secas, fue maestra (de escuela y de presos convictos), mujer de la limpieza, enfermera, víctima del alcoholismo soterrado de la sociedad norteamericana, especialmente entre ellas…
Las mujeres de sus cuentos parecen desorientadas, pero son fuertes, reales (ríen y lloran, aman y odian, pero también beben y sufren), supervivientes en las que se mezcla el humor con las adicciones y los hundimientos personales. No victimiza a la mujer, sino que la hace luchar en la vida diaria, una voz femenina que no cae en clichés y que se hace muy contemporánea para los lectores. Berlin carga de humor doloroso los giros y reflexiones. Belleza y dolor, la combinación que te hiela la sonrisa, como la vida misma, que es lo que encontrará el lector.
Biografía de Lucia Berlin
Lucia Berlin nació en 1936. Publicó sus primeros relatos a los veinticuatro años en The Atlantic Monthly y en la revista de Saul Bellow y Keith Botsford, The Noble Savage. Escribió de manera esporádica hasta los años 80 y, tras la insistencia del poeta Ed Dorn, decidió publicar su primer volumen de relatos, ‘Angels Laundromat’. Sus historias se inspiran en sus propios recuerdos: su infancia en distintas poblaciones mineras de Idaho, Kentucky y Montana, su adolescencia glamurosa en Santiago de Chile, sus estancias en El Paso, Nueva York, México o California, sus tres matrimonios fallidos, su alcoholismo, o los distintos puestos de trabajo que desempeñó para poder mantener a sus cuatro hijos: enfermera, telefonista, limpiadora, profesora de escritura en distintas universidades y en una cárcel. Berlin publicó seis libros de cuentos pero casi toda su obra se puede encontrar en los volúmenes ‘Homesick: New and Selected Stories’ (1990), ‘So Long: Stories 1987-1992’ (1993) y ‘Where I Live Now: Stories 1993-1998’ (1999). Su relato de cinco párrafos ‘Mi jockey’ ganó el Jack London Short Prize de 1985. En 1991 fue galardonada con el American Book Award por ‘Homesick’. Falleció en 2004 el día de su cumpleaños.
La marca vital: el alcoholismo y la rebeldía
Ni fue una vida fácil ni tampoco ella contribuyó a hacerla sencilla, si bien cada uno reacciona en función de las olas que le envía el tiempo y la vida. Fue una mujer hermosa cuya candidez de portada de revista no concuerda para nada con la vida accidentada que tuvo, alcoholismo recurrente incluido. Tres matrimonios y cuatro hijos antes de los 30 años arrasa cualquier biografía, sobre todo cuando uno de ellos (Buddy Berlin, que le legó el apellido) era un músico heroinómano. Diez años agarrada a la botella para sobrellevar el todo, combinados con la literatura y una rebeldía natural que le dan a Lucia Berlin el aura de maldita que sólo incrementa el nuevo mito. Su infancia fue itinerante detrás de su padre, ingeniero de minas: Idaho, Montana, Kentucky, Arizona, Texas…
Y luego a Chile en la adolescencia. Conoció a Ramón J. Sender en la Universidad de Arizona y se enamoró de un mexicano, razón por la cual su familia a punto estuvo de rechazarla. Para evitar problemas se casó con su primer marido (una tabla de salvación temporal), y luego con Race Newton y Buddy Berlin. Luego siguió con su vida rodante por Nueva York, México, Guatemala, Nuevo México de nuevo y California, donde ya estaba divorciada de nuevo. Entonces renació: dejó el alcohol y consiguió una plaza de profesora en Colorado, gracias en parte a Stephen Emerson, encargado, años después, de prologar y editar los relatos de su amiga.
Relatos interconectados
No alcanza el nivel maníaco de Balzac, que soñó una obra monumental donde cada libro se relacionaba con los anteriores y posteriores, pero los relatos de Lucia Berlin son autorreferenciales en ocasiones, y se conectan a través de escenarios y personajes. Resuenan nombres y lugares entre ellos. En ‘Una noche en el paraíso’ aparecen territorios, nombres y personajes que ya tuvieron una vida en ‘Manual para señoras de la limpieza’, y que luego se prolongan en ‘Bienvenida a casa’, con un apunte de Jeff Berlin, uno de sus hijos, en el que rememora cómo su madre les leía los relatos con aquella voz suave que mezclaba el deje del Suroeste con la influencia del español que aprendió en su vida en Chile. Era algo más que una red, era también parte de su vida concretada en palabras. Literatura y realidad fusionadas a través de su talento, en un gran bucle que conecta los tres libros publicados.