Después de unos meses de funcionamiento con su nueva estructura y presentación, el Museo Arqueológico Nacional (MAN) mantiene su lugar como tesoro nacional por todo lo que atesora.

IMÁGENES: El Corso / Museo Arqueológico Nacional (Santiago Relanzón, Luis Asín, Dr Sombra)

Imagen de portada: Sala de Egipto (MAN – Luis Asín)

A un lado del complejo, en el corazón de Madrid, cerca del Retiro, está la Biblioteca Nacional. Al otro, el renovado Museo Arqueológico Nacional. Ambos edificios representan el arca española como hay pocos: el pasado de la Península Ibérica, Baleares y Canarias junto con el inmenso patrimonio bibliográfico del país. Una manzana enorme y entera para recordar, investigar y fijar nuestros orígenes y el conocimiento que se tiene de la génesis del territorio humano que hoy llamamos España. No sólo suyo, porque el tesoro abarca también piezas egipcias y de otras culturas llegadas desde más allá de esas fronteras. Un museo que durante demasiados años durmió aletargado, envejecido y con problemas estructurales. No hay nada peor para un lugar así que el abandono: nacieron con la pedagogía hacia el público, una doble misión de atesorar y divulgar. Cuando los museos pierden esa capacidad, se terminó su propia vida.

No hablamos de una pinacoteca con piezas que mucha gente conoce: en las paredes del MAN no hay un Velázquez, un Rubens o un Goya, está el pasado de esta esquina del mundo, desde las raíces prehistóricas mismas hasta la Edad Media. No conocerlo nos condena a una ignorancia mayúscula que no permite conocer por qué el presente discurre como lo hace. Ya saben, los pueblos que no conocen su pasado jamás entenderán su identidad, ni tendrán futuro. O eso al menos es lo que reza el mantra. Otra cosa es que la capacidad de un museo esté a la altura de lo que guarda. En este caso ha sido un largo camino de años que culminó muchos años antes. Resulta curioso que el nuevo MAN destaque cuatro años después de su reapertura; ahora, ya rodado, con las nuevas instalaciones ya perfeccionadas. El mismo visitante que paseó por las vetustas y envejecidas salas que parecían sacadas de un club victoriano con moqueta se encuentra con un hall inmenso de piedra y madera, que introduce un recorrido en espiral por las salas y los diferentes patios interiores que son, a su vez, salas abiertas.

Patio Sur con obras griegas (MAN – Luis Asín)

Paredes lisas, sin casi ornamentación, minimalismo que deja todo el foco de luz sobre las vitrinas ambientadas, que pasa por los paneles de información táctil, los videos y animaciones interactivas que son como imanes para los niños. Atraer la curiosidad del visitante: el antiguo museo exponía las piezas como cadáveres exquisitos en un cementerio donde acumulaban polvo y telarañas, el nuevo casi las hace desvanecer entre tanto apoyo logístico, quizás con la intención de que el espectador primero conozca y luego la mire. Los paneles son legión, tanto los explicativos fijos tradicionales como los modernos donde sólo hace falta un dedo para tocar una imagen de una vasija griega y poder moverla virtualmente, usar una lupa hasta poder ver el mínimo detalle de la pintura de 2.000 años sobre la cerámica, buscar ángulos imposibles… El juego de la luz (hay cientos de pequeños focos que dirigen la atención hacia los puntos clave de cada lugar) y de la música (algunas salas tienen su propia música ambiental, vinculada a los paneles interactivos)… todo pensado para hacer de luz rodeada de visitantes que son como polillas.

El MAN ejerce arca que viaja desde la Prehistoria a los visigodos y el legado islámico, incluso hasta la España del siglo XVI, cuando el pasado ya se convierte en marco de lo que hoy somos, rumbo hacia América. En total 15.513 piezas con una distribución muy particular: 5.522 son prehistóricas, previas a la propia civilización; 4.118 más son “protohistóricas”, ese periodo difuso de transición entre el mundo primitivo y la Antigüedad donde no hay escritura pero sí arte, utensilios e incluso tradición oral, entre el IV y el I milenio a. C., una etapa muy larga de cocción lenta de la Humanidad, el tiempo en el que llegan los indoeuropeos (celtas) a la Península Ibérica al tiempo que arriban los primeros viajeros griegos y fenicios, los iberos brillan en el Levante y Tartessos resplandece como la cultura socia-enemiga de los fenicios. El resto de piezas, que son minoría, incluyen la Hispania romana (708), el mundo griego (434) y el egipcio (551, producto de las misiones arqueológicas antiguas en las que todavía se podían sacar piezas de Egipto), Oriente Medio (100), la colección numismática del MAN (847, en su mayoría grecorromanas), la Edad Media (1.426 entre cristianas, judías e islámicas, el tercer bloque más voluminoso de piezas), arqueológicas (396), de la Antigüedad tardía (556) y de la etapa imperial (667). De este total, apenas 13.000 están expuestas.

Cuaternión de Augusto (MAN – Fernando Velasco)

Destaca para el visitante las salas egipcias, una reconstrucción en maqueta de cómo es la disposición del interior de la Mezquita de Córdoba (atención al esquema de colores y a la simulación superior de las columnatas islámicas…), los anexos para ciegos de algunas salas, donde pueden tocar reproducciones de las piezas y puedan comprender la información que sólo les llega por el sonido, muy cuidado en todo el recorrido, las colecciones de monedas (de las mejores de Europa), la Dama de Elche, los sucesivos tesoros iberos y visigodos (la Corona de Recesvinto, mil veces reproducida en los libros escolares), los mosaicos romanos reconstruidos en una de las salas ocupando paredes y el suelo, el enorme monumento del Pozo Moro en el centro del Patio Norte, la maraña de muebles, ornamentos, cuadros y esculturas religiosas de la etapa iniciática del Imperio Español, la sala cronológica que permite entender el engranaje de siglos, influencias y difusión artística en cada momento de la prehistoria e historia, el espectacular sarcófago romano de Husillos, y uno de los rincones que más gente atrae, el panel interactivo con animación de la mitología egipcia, rodeados los visitantes de momias, esculturas y una reproducción en un lateral del Nilo y los yacimientos arqueológicos.

Para este invierno hay programadas dos exposiciones temporales: ‘Mvsas’ (hasta el 31 de diciembre) y el Tesoro de Valsadornín en la Vitrina Cero del museo (hasta finales de diciembre de este año). La primera es una muestra que acerca al público la colonia romana de Carthago Nova a través de cuatro pinturas del siglo I d.C. Son el resultado de las excavaciones llevadas a cabo en el Parque Arqueológico del Molinete en Cartagena, que proporciona nuevos datos sobre la historia y cultura cartaginesas, y estas bellas muestras de su recuperación y restauración podrán ser contempladas en el Museo Arqueológico Nacional antes de ser llevadas a su emplazamiento definitivo en el futuro Museo del Molinete de Cartagena.

Sarcófago de Husillos (MAN – Santiago Relanzón)

La segunda es también una parada previa a un destino final. En una zona concreta de la planta baja se expondrá por primera vez lo que hace siglos fue un tesoro privado, escondido hacia el año 270 d. C. para evitar que su dueño perdiera cientos de monedas romanas. Es una prueba de las tribulaciones que vivía Hispania en el siglo III. Su dueño desconocido lo escondió y nunca pudo recuperarlo: una olla de bronce llena de monedas romanas que no vio la luz hasta que en 1937 se halló de forma casual junto al camino viejo que une las poblaciones de Valsadornín y Gramedo. Tras su restauración y análisis exhaustivos, este importante tesoro estará expuesto de forma excepcional en el museo hasta que regrese al Museo de Palencia, a cuya colección pertenece.

El origen del MAN

El Museo Arqueológico Nacional nació en 1867 por orden de Isabel II, siguiendo la tendencia del nacionalismo europeo de crear museos que reflejaran el pasado de cada país. Se reunía así todas las colecciones de antigüedades con el fin de representar la Historia de España desde los orígenes a los tiempos más recientes; también para ilustrar el resto de civilizaciones antiguas. Nació con la propia arqueología, que en el siglo XIX tuve su primer gran auge y en muchas ocasiones se confundió directamente con el robo y expolio. El nuevo Museo debía “reunir, conservar y estudiar estos bienes para ponerlos al servicio de los ciudadanos, contribuyendo de este modo a su formación e instrucción”, leitmotiv de la institución.

De 1867 a 1893, el Museo ocupó provisionalmente el Casino de la Reina, antigua finca de recreo cercana a la actual glorieta de Embajadores de Madrid, para luego ocupar el actual edificio, terminado en 1893 en el Prado de Recoletos, cuya construcción necesitó más de treinta años y tres proyectos arquitectónicos y que fusionaba la Biblioteca Nacional y los “Museos Nacionales”. El exterior ha sido el mismo, pero el interior ha mutado varias veces para poder adaptarse a las nuevas piezas, las exposiciones temporales, los cambios en los conceptos de museo, si bien en el siglo XX quedó en un margen. Hasta la gran reforma que abarcó de 2008 a 2014.

Sala de la Edad Moderna  (MAN – Dr Sombra)

La reconstrucción del museo

El gran tesoro antiguo y prehistórico no podía seguir medio escondido en un edificio que pasaba gran parte del año vacío, con picos de 200.000 visitantes en doce meses, muy poco para el valor incalculable de lo que encerraba. En 2008 finalmente hubo luz verde y empezó la reforma del edificio del siglo XIX, lo que obligó a la reinstalación de su exposición permanente hasta 2014. El edificio sigue parámetros comunes en otros centros de exposición: espacios abiertos, luz, una ruta concreta para los visitantes alrededor de la cual se organizan las salas, apoyos audiovisuales (especialmente útiles en las salas egipcias y romanas) e incluso música ambiental concreta que varía de una parte a otra.

Destaca en la reforma la gran sala de acogida inferior (1.800 m2), mucho más grande y amplia que permite además dirigir a los grupos de visitantes. Especial peso tienen esas ayudas paralelas, ya que en su gran mayoría se trata de piezas que fuera de contexto pierden su sentido; en la era de lo visual es imprescindible destacar lo más importante, y sobre todo darle un papel en la propia memoria colectiva de los visitantes. Distribuido en seis plantas, con una superficie total de casi 30.000 m2, el edificio reservó 9.239 m2 dedicados a la exposición permanente. Y el efecto ha funcionado: desde que se reabriera en abril de 2014 ha duplicado su volumen de visitas, con un pico de casi 770.000 en ese año, 556.000 en 2015 y con actualmente una media de unos 400.000 visitantes al año.

Dama de Elche (MAN – Santiago Relanzón)

Monumento del Pozo Moro (El Corso)