Espacio Fundación Telefónica exhibirá a partir de octubre la obra de Theo Jansen, un artista holandés que es el mejor ejemplo de lo que es la “Tercera Cultura”, la fusión entre ciencia y artes en un solo cuerpo de conocimiento.
IMÁGENES: Fundación Telefónica / Theo Jansen / Artfutura.org
Theo Jansen es uno más de los creadores que se han unido a la formación de esa Tercera Cultura, y tiene el perfil clásico del todoterreno humano que aspira a un todo integrador: ingeniero de formación, espíritu científico pero lleno de energía artística que explota sin cesar. Su especialidad es la construcción de “criaturas mecánicas” que son concebidas como instalaciones artísticas autónomas gracias a que aplica técnicas y teorías científicas en su construcción. Sus animales son en realidad mecanos compuestos de tubos y botellas de plásticos que utilizan la fuerza del viento para moverse de forma libre. Es la fusión perfecta entre imaginación, creatividad, la fuerza del viento canalizada y ganas de tejer algo que trascienda la separación que se ha creado entre ambos mundos humanos, el artístico y el científico. Las llama “Strandbeest”, bestias de playa en holandés. Es un ejemplo a seguir.
Estas criaturas podrán verse en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid del 22 de octubre al 17 de enero. Y una excusa perfecta para hablar de la Tercera Cultura, ese nuevo espacio de vanguardia que tan nerviosos pone a ambos lados de una zanja de separación que a día de hoy es difícil (pero no imposible) de superar. Seguramente ya habrán oído mil veces la famosa metáfora de los dos lados del cerebro: uno es lógico, racional, matemático y casi conductista; el otro lado es imaginativo, libre, artístico y algo caótico para poder ser libre. Supuestamente el ser humano ha evolucionado hasta otorgar una parte del cerebro a las dos actitudes que nos diferencian del resto de formas de vida: imaginación y lógica. Una no tiene que ver con la otra, pero ambas son vitales para que el ser humano sobreviva, aprenda, se adapte y consiga encontrar soluciones a los retos del mundo y la existencia.
El devenir del conocimiento en Occidente siguió una cadena que, simplificada, podría ser esta: primero fue el mito, esto es, la religión, que se afanó en explicar el mundo. Luego, en algún momento sin determinar, surgieron los filósofos que separaron el logos (el relato lógico, experimental y coherente) del mito, de tal manera que surgió un discurso racional. Se considera que fue entonces cuando nacieron dos “hermanas” con diferente vida posterior: la Filosofía, la mayor, de la que emanó entonces a posteriori la Ciencia. Ambas crearon un relato racionalista del mundo, basado en la deducción a partir de la causa-efecto. Mientras la primera creaba teorías especulativas sobre la realidad, la segunda estudiaba esa misma realidad. Con el tiempo la hermana mayor fue superada por la menor, que a día de hoy es la vara de medir en el conocimiento.
En algún momento de esa cadena la Teología, la respuesta más o menos racionalista de la Religión, terminó también varada en algún lugar. Y en paralelo, el Arte, que fue siempre otra cosa: no era un relato en sí, más bien una consecuencia de la interacción entre el ser humano y el mundo. Ambos mundos discurrieron por diferentes caminos hasta que el arte contemporáneo abrazó el simbolismo sin fisuras, creando nuevas vías de expresión que en el siglo XX establecieron puentes con la Ciencia. Precisamente ahí, en esa relaciones que más de uno ve como un tabú, es donde surge la Tercera Cultura. Entre el mito y el día de hoy los caminos se abrieron para reunirse de nuevo. Todo gracias a un libro, ‘The Third Culture’, publicado en 1995 por John Brockman, que definió este concepto como la reunión de los dos lados tras el divorcio descrito por C. P. Snow en ‘Las dos culturas’ (1959). Según Brockman ciencias y humanidades (artes por extensión) se unen por la tendencia interdisciplinar de nuestro mundo y por una compleja red de interacciones simbólicas.
Para Brockman el arte, las humanidades y la ciencia se unificarían sobre la base de una filosofía natural integradora que a su vez usaría el interaccionismo simbólico (esto es, usando una red de conceptos comunes a partir de la cual poder construir algo nuevo) y así poder avanzar hacia una comunicación total entre todas las disciplinas humanas, que en el proceso de especialización se han separado mucho unas de otras. Según Brockman, que en su libro contó con la colaboración de decenas de expertos de todas las disciplinas, el proceso constaría de tres fases: una primera en la que cada autor construye puentes desde su disciplina hacia las demás, la comunicación “metacultural” entre todas esas vías y finalmente la consecuente construcción del nuevo modelo unificado. En realidad todo el proceso se puede sintetizar en dos conceptos: interacción y comunicación. Los dos mejores ejemplos de que esto existe son Theo Jensen y su arte biomecánico y el arte digital, que utiliza las matemáticas (especialmente la creación de fractales) para los nuevos diseños artísticos que emulan a la naturaleza o se basan en ella para la creación artística.
Theo Jansen, el constructor de seres mecánicos
Theo Jansen nació en 1948 en los Países Bajos, en un pequeño pueblo costero junto a La Haya. El arte tocó en su puerta muy pronto, al mismo tiempo que estudiaba Física en la Universidad de Tecnología de Delft. Decidió entonces aunar su trabajo con su vocación visceral y empezó a diseñar sus seres mecánicos. En su carrera encontró un libro que le cambiaría: ‘El relojero ciego’, de Richard Dawkins. Asimiló la Teoría de la Evolución como herramienta de trabajo aplicable al arte y dese 1990 empezó a construir sus seres artificiales. Pero no sería hasta el 2007 cuando, gracias a un anuncio de TV donde aparecía una de sus criaturas, cuando conectó con el gran público. Desde entonces las ha paseado por museos de medio mundo. Su técnica es sencilla: fusiona la evolución biológica a la ingeniería para generar criaturas que aprovechan las fuerzas naturales para ser lo que son. Los materiales son casi todos típicos del consumo doméstico, desde botellas de plástico a tubos de construcción, mangueras o aislantes. Cuanto más ligeros mejor, de forma que puede darles tamaños muy grandes sin perder ligereza, vital para que, por ejemplo, puedan ser movidos por el viento.
Lo que sale de su taller va desde insectos gigantes a animales más complejos que pueden moverse e incluso ser autosuficientes dentro del universo creativo de Jansen. Las criaturas de Jansen emulan a los seres vivos: primero son simples ideas gestadas en un ordenador donde siguen los patrones biológicos para evolucionar en simulaciones específicas. Luego, las vencedoras son construidas en tres dimensiones usando materiales varios. El simulador de Jansen toma nota de cuáles son más rápidas una vez son liberadas en las playas al viento, y su construcción (el ADN simulado) es asimilado por la máquina y Jansen a la hora de diseñar las siguientes formas de vida. Es decir, son instalaciones artísticas que aprovechan la biomecánica para ser vitales. Incluso se adaptan: el ‘Animaris Sabulosa’ incluso puede anclarse al suelo de arena si detecta que el viento es demasiado fuerte. A ese nivel ha llegado Jansen. No les morderán la mano, desde luego, pero ver cómo se comportan gracias al viento en una playa es una demostración de que ciencia y arte no están tan lejos.