Espacio Fundación Telefónica vuelve a apostar por la revisión de los pilares de la ciencia y la sociedad, y en este caso con uno de los mayores pioneros de la ciencia-ficción con ‘Verne. Los límites de la imaginación’ (hasta el 21 de febrero).

Una vez más Madrid abre sus salas para el escritor que ayudó, imagen y fantasía mediante, a crear lo que hoy es el mundo moderno, Julio Verne (Nantes, 1828 – Amiens, 1905). No hace mucho los responsables de la institución cultural ya apostaron por recomponer la imagen del inventor balcánico Tesla, cuyas aportaciones se adelantaron en ocasiones en varias décadas. Ahora el espacio es para un escritor que viajó casi tanto en vida como sus personajes y que, a partir de la documentación científica de su tiempo y mucha imaginación, creó grandes olas de innovación. La muestra se ha logrado gracias a préstamos de catorce fuentes diferentes entre particulares, instituciones y colecciones de museos y fundaciones.

El Verne innovador y soñador es precisamente el eje de la exposición comisariada por María Santoyo y Miguel Ángel Delgado, un trayecto a través de los inventos que creó y recreó en sus libros, los personajes que los hicieron posibles o los usaron, y en contexto un viaje al mundo imaginado que nos legó en sus novelas y cuentos y que, con el tiempo, fueron realidad. Sus lectores usarían sus creaciones años más tarde, y en ocasiones incluso se encargo de hacerlas realidad. Las novelas que salieron de su mente cambiaron el mundo porque sustituyeron el viejo de capa, espada, barricada y relicario por otro de máquinas, eficiencia, horizontes nuevos y posibilidades.

(Imágenes de la exposición tomadas de la web de Espacio Fundación Telefónica)

Una de sus frases favoritas era que “cada cual vive en el mundo que es capaz de imaginar”. En su caso ayudó mucho su pasión por viajar y ampliar los horizontes de su Bretaña natal, donde en muchas ocasiones tuvo que vivir y convivir en una sociedad que todavía no había abierto miras y seguía anclada en ciclos de pequeños burgueses, vida católica rural y derivas políticas mil. Su otra pasión, la ciencia y la tecnología, fue la otra pata sobre la que se asentó su carrera literaria y ese mundo imaginado en el que él vivía. La clave de la exposición es su esencia como hombre-puente: unió dos eras diferentes en un tiempo de cambio, como una transición suave entre aquel viejo mundo preindustrial y otro moderno. La muestra pretende retratar ese círculo virtuoso de retroalimentación del imaginario a la realidad, y viceversa.

Dos buenos ejemplos de cómo se adelantó a su tiempo fueron ‘La jornada de un periodista americano en 2889’ y ‘París en el siglo XX’, dos de sus novelas menos conocidas, la primera de 1891 y la otra mucho anterior, de 1863. En ambas soñó realidades que iban mucho más allá de su escenario típico. La primera es una visión positiva sobre la evolución de la ciencia y los beneficios que tendría para la Humanidad. La segunda en cambio (y anterior curiosamente) no lo es tanto: soñó un París en pleno siglo siguiente al suyo donde no habían existido guerras mundiales y sometido a una “tiranía” efectiva y efectista del cientificismo, una suerte de parábola distópica en la que Verne alertaba de que quizás demasiada tecnificación era contraproducente. Avanzó pues del pesimismo al optimismo. El epílogo de la exposición aborda estas dos obras no tan conocidas, contextualizadas con los grabados del dibujante francés que fue otro Verne pero en imágenes, Albert Robida, contemporáneo del escritor y que también soñó el mundo futuro.

La exposición se articula como una experiencia guiada por el descubrimiento, de forma que el visitante se convierte en explorador literario y fabulador a un tiempo. El itinerario le llevará a través de las páginas de sus novelas y cuentos, los sitios por donde su imaginación pasó, desde los hielos árticos a los desiertos africanos, la superficie del mar o sus profundidades, montañas, valles y ciudades. También se le contextualiza con su época y los personajes reales que conoció que le inspiraron los imaginados, como el noble Luis Salvador de Habsburgo, modelo para uno de ellos. Espacio Fundación Telefónica también ha desarrollado un programa educativo de visitas y talleres dirigidos a escolares, familias y visitantes en general en torno a la exposición. Más información, aquí. Con motivo de esta muestra también, Instagramers Gallery ha organizado el concurso #UniVerne, en el que los participantes envían fotos que llevan al universo creado por Julio Verne. Las fotos más originales se expondrán en la Instagramers Gallery de Espacio Fundación Telefónica.

Quién fue Verne

Fue un afortunado: vio nacer la Modernidad, con M mayúscula. Se ahorró quizás buena parte de los desastres de ese nuevo mundo: murió en 1905, justo en el momento en el que Europa alcanzaba el cénit de su poder en todo el planeta. La ciencia parecía no tener límites, el positivismo era una ideología respetada y la cultura de masas ofrecía grandes posibilidades a los artistas y autores. Verne, además, supo fondear su imaginación en un buen caladero: la ciencia, la tecnología y la aventura. Se le considera, si no el iniciador, quizás sí el primer gran autor de ciencia-ficción. Jugó a ser un Nostradamus de primer orden y se anticipó en décadas, a veces casi un siglo, a inventos que nosotros consideramos ya normales: armas de destrucción masiva, naves espaciales, helicópteros, muñecos parlantes, internet, el uso masivo de motores de explosión, los motores eléctricos, el submarino moderno…

Fue, al igual que muchos otros, un escritor desdeñado porque vivía de los folletines y de las historias por entregas que por un lado cimentaron la sociedad de masas y por otro hicieron de la literatura un producto industrial. Vivió entre la ciencia y la literatura con gran solvencia, siempre con una imaginación proverbial y largos viajes que él nunca hizo. De sus xxx obras literarias se han realizado más de 90 películas y decenas de series y miniseries de televisión. La más adaptada es ‘Miguel Strogoff’ (16 veces). Fue viajero, especialmente por Europa, pero no hasta el grado que narra en sus novelas. Tuvo barcos y viajó con ellos además de recorrer el norte de Europa. Pero su fantasía viajó mucho más lejos: cruzó África, viajó por todos los océanos, se metió en las entrañas de la Tierra y se atrevió incluso a volar hasta la Luna.

Manuscrito original de Verne

Manuscrito original de Verne

La clave fue la colección ‘Viajes extraordinarios’, que arrancó en 1862 y que sería publicada por Jules Hetzel para “educar a la juventud francesa” en los nuevos descubrimientos, tanto científicos como geográficos o naturales. Hetzel fue quien supo ver en Verne al creador que buscaba. Este éxito se repetiría en lo sucesivo incluso en la prensa de masas, especialmente con ‘De la Tierra a la Luna’, un éxito fulminante para sonrojo de la literatura oficial. Verne estaba rompiendo las normas: era un representante de la nueva cultura de masas. Se rieron de su prosa engolada, de sus ideas absurdas y de que sus obras no reflejaban la vida real. Fue como Edgar Allan Poe, un pionero. Y a los pioneros rara vez se les trata bien. Incluso un monstruo literario como Mark Twain le dedicó una novela corta satírica en la que se reía de él. A pesar de ese rechazo inicial se trata de una leyenda universal, uno de los padres de la ciencia-ficción y fuente de inspiración para muchos movimientos filosóficos y artísticos (desde el positivismo al steampunk).

Su tiempo fue el de gigantes como Dickens (al que admiraba profundamente), Flaubert o la gran novela rusa. Por ejemplo, señaló a H. G. Wells en 1904 (un año antes de morir) como uno de los mejores de esa nueva literatura que él había ayudado a cimentar. Pero no sería hasta bien entrado el siglo XX cuando aparecieron los primeros estudios (como los de Michel Butor y Julien Gracq en Francia) que le reconocían los méritos. Para entonces el mundo ya era muy parecido al que él mismo había soñado en sus obras, el tiempo perfecto para que toda su carrera se reivindicara con decenas de adaptaciones al cine, casi cien nada menos. Se pierde la cuenta de las veces que se han adaptado ‘La Isla Misteriosa’, ‘Viaje al centro de la Tierra’ o ‘20.000 leguas de viaje submarino’.

Ayudó mucho la reimpresión masiva de sus novelas durante la posguerra. El tiempo europeo del escapismo había llegado, y nadie mejor que Verne para acunar a la generación del Baby-Boom tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial. En paralelo al auge del cómic en Europa (especialmente en el mundo francófono con Hergé, Goscinny, Uderzo, Moebius…) sus obras fueron reeditadas y contextualizadas. Había llegado su momento final, la eternidad precisamente en las cabezas de los niños de esa generación que aprendió con él. Autor de masas en vida, autor de masas en la posteridad.