Viñedos y monasterios dominan un paisaje en constante cambio y rendido al poder de las estaciones. Siempre las montañas al fondo y, bajo los pies, una tierra rojiza llena de piedras. Una hemorragia de ríos cauterizados por álamos y chopos que llevan sus secretos al Ebro y de éste a un mar que se sabe lejano.