Starzplay estrena el 18 de junio la miniserie de Tony McNamara (‘La favorita’) sobre los inicios de Catalina la Grande, su ascenso al poder, su relación con la aristocracia y la propia Rusia, a la que acabó transformando en plena Ilustración. Pero con un toque diferente. Advertidos están.

Hay variadas formas de retratar la Historia en una película o una serie de televisión. Se puede ser épico y llenar la pantalla de planos a cámara lenta, música grandilocuente con mucha percusión y orquestas, mucho plano general y guiones serios. Otros pueden optar por la trascendencia artística o incluso usar el tema con motivaciones nacionalistas (últimamente Rusia y China lo hacen, demasiado). También hay una opción realista: intentar retratar con verosimilitud y respecto histórico el momento y el contexto. Incluso se puede hacer una versión paródica y cómica sobre un suceso histórico, como ya hiciera en su momento Mel Brooks. O se puede hacer una mezcla de drama, comedia y añadirle irreverencia fuera del contexto histórico.

Es lo que ha intentado Tony McNamara (guionista de la oscarizada ‘La favorita’) con una nueva incursión en las testas coronadas: concretamente en la fase inicial de la vida de la futura Catalina la Grande (Elle Fanning) en Rusia, esos años en los que estuvo junto a su marido y zar, Pedro III (Nicholas Hoult). Todo es un despropósito con la deliberada intención de hacer carcajear al público, pero no con chistes o bromas, sino con algo parecido a la sátira, el humor absurdo y unas dosis crecientes de humor negro que termina por convertir la serie en un cara o cruz: si se leen las críticas desde que se estrenó en la plataforma Hulu en EEUU el 15 de mayo sólo hay dos opciones, o la amas (y te ríes) o la odias (y no te hace ni puñetera gracia). Basta con echar un vistazo al trailer para comprenderlo.

La definen como una “comedia dramática satírica”, fusión de tres géneros que tiene como resultado un zar idiota y con trazos de psicopatía (Pedro III), una jovencísima reina insatisfecha (Catalina), una corte aristocrática que a ratos recuerda a una versión bizarra de Versalles (pelucones incluidos) y una Rusia que parece un chiste. A buen seguro que a Putin no le gustará. Pero lo que cuenta la serie es mure real: Catalina, de origen prusiano y que no sabía hablar ruso pero que era una princesa casadera, terminó como esposa de Pedro III, un gobernante incapaz y que logró que gran parte del Ejército, de la aristocracia y de la inmensa legión de campesinos y vasallos desearan verle muerto. Atención spoiler histórico (basta con que lean un libro o la referencia de Wikipedia y lo sabrían de todas formas): Catalina sólo podía ser zarina y si Pedro III fallecía… y fue zarina.

Catalina la Grande es una de las figuras femeninas más poderosas de la Historia, una culta ilustrada que modernizó (hasta donde pudo) el inmenso y atrasado imperio ruso, que engrandeció todavía más San Petersburgo (su capital, alejándose de Moscú), que coleccionó arte con la misma pasión con la que encadenaba amantes y tejía redes de poder tan fuertes que logró que una sociedad misógina y reaccionaria como pocas la idolatrara. Fue, por así decirlo, una mujer liberada que supo bien qué hacer con el poder. Fue emperatriz entre 1762 y 1796, 34 años en los que marcó a fuego Rusia y fue uno de esos extraños momentos en los que al este de la atormentada Polonia había algo más que bosques y eslavos ceñudos peleados con el mundo.

El tono empleado por Tony McNamara (director y guionista junto con Matt Shakman) es ácido en grado sumo, aunque en ocasiones se contiene, no termina de apretar el acelerador y convertir la película en un sketch de los Monty Python. Hay mucho de realismo histórico que se entremezcla con la sátira contemporánea, pero sobre todo una joven mujer que poco a poco, a golpe de misoginia y costumbrismo, de la estupidez psicótica de su marido, del nido de conspiradores que era aquella Corte, toma conciencia de su poder y de cómo podría ser todo si ella fuera zarina en lugar del zar. Ése es el leitmotiv de la miniserie, explicar la realidad histórica con otro aire y otro ritmo, mostrar la gradual toma del poder de aquella “niñita fabricante de zares” que logró el éxito donde muchos hombres fracasaron.