Un poco de oceanografía aplicada para ensanchar miras. Los mares son la verdadera vara de medir biológica y geológica del planeta, lo que hace diferente a este planeta y el primer destinatario de los mimos humanos. Por desgracia como especie no estamos a la altura, pero todavía queda esperanza. Quizás con textos como éste se pueda hacer algo.

Empezamos con una noticia mala. Muy mala. El actual ritmo de acidificación de los mares (proceso químico por el que los océanos absorben CO2 de la atmósfera y los hace más peligrosos para la vida) es el más alto de los últimos 300 millones de años. Nunca antes los mares habían absorbido más ni tan rápido como ahora. Y eso es todavía peor que el deshielo de los casquetes polares. Porque a mayor tasa de CO2 en el agua de mar más complicado será para muchas especies desarrollarse y sobrevivir. La alerta ha salido de varios grupos de investigación oceanográfica que trabajan en diversos programas, pero todos, por separado, han encontrado que el ritmo de absorción se ha disparado. Tiene su lado bueno: cuanto más CO2 haya en el mar menos habrá en el aire y se mitigarán las causas del cambio climático, e incluso podría ser un estimulante para determinado tipo de formas de vida que se alimentan de CO2 para producir oxígeno. La vida se adapta, pero no es suficiente.

A medida que se acidifica el agua se reducen los niveles de pH y produce una seria amenaza para la vida marina, ya que baja el nivel de oxígeno oceánico, crea las peores condiciones posibles para el coral (lo que se denomina “blanqueamiento”) y muchos tipos de algas mueren porque no pueden soportar esos niveles. Y por supuesto tiene consecuencias negativas directas: a menor pH menos abundancia de pesca, lo cual significa que la cadena alimentaria marina se desestabiliza y tiene que adaptarse a la baja, con lo que todo el mar sufre. Y nosotros con él. El equilibrio del pH es fundamental para que el agua mantenga su condición de principal nicho de vida en el planeta, ya amenazado por la sobrepesca y la falta de escrúpulos de muchos armadores que no dudan en practica lo que se llama “pesca pirata”, cada vez más frecuente y que es una de las principales amenazas marinas.

Una vez más Groenlandia, y no para bien. Los glaciares groenlandeses que desembocan en el mar y son uno de los grandes quebraderos de cabeza de los científicos que escrutan el clima son mucho más grandes de lo que se pensaba. Estas inmensas lenguas de hielo que se producen en el interior de la gigantesca isla se introducen en el océano a mayor profundidad y envergadura de desembocadura de lo que se pensaba, lo que significa que el deshielo es más rápido y voluminoso de lo que inicialmente se pensaba. Eso sin contar con que por debajo, como temen muchos investigadores, podría circular una corriente hidrográfico de agua líquida que aprovecha los huecos entre hielo y suelo rocoso para desaguar sobre el océano enormes cantidades de agua dulce del deshielo interno de la placa de hielo de Groenlandia.

Si los glaciares (de los que sólo vemos la parte superior, con la ruptura de bloques que tanta gracia y turismo genera) desaguan tanto se acelerará el ritmo de fusión de las placas de hielo ártico. Consecuencia: los niveles del mar subirán más deprisa. El estudio está realizado por investigadores de la Universidad de California en Irvine (UCI) y la NASA a través del célebre Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL – Pasadena, California). El resultado del estudio de campo de tres años refleja que los canales de desagüe glaciar son mucho más largos, grandes y frecuentes. Lo que encontraron bajo el agua asusta: algunos glaciares se asientan en su parte final sobre grandes plataformas sedimentarias de miles de años de formación que hacen de “balcones” sobre los que se asoma el hielo, por lo que no están dentro de aguas oceánicas por completo. Pero no todos son así, otros son auténticos arietes de hielo en el mar, con lo que el ritmo de fusión es mucho más alto.

Rastro dejado por las olas submarinas

Para terminar otro rasgo que no conocíamos, las olas submarinas oceánicas. La Universidad de Miami a través de varios de sus centros de oceanografía y observación de satélites ha logrado detectar con fiabilidad un fenómeno invisible a nuestros ojos pero que es determinante en los océanos, las corrientes de olas submarinas oceánicas, algunas tan altas como rascacielos y que se producen sobre todo en el Pacífico, concretamente en el los mares cercanos a China. Invisibles porque no es frecuente percibir sus efectos sobre la superficie del agua, casi siempre se mantienen ocultas bajo la gran masa entre las corrientes marinas. Pero su funcionamiento es idéntico al de las olas de superficie: nacen, crecen y se disipan (o rompen contra masas de tierra submarina) sin que lo veamos. Ya se conocía su existencia porque son comunes a toda masa de agua a partir de determinado tamaño, ya sean lagos profundos, fiordos o mares.

Sin embargo es entre Taiwan, Vietnam, Filipinas y China (un área gigantesca donde cabría España entera) donde se generan las olas más altas, algunas de más de 150 metros de altura y que barren el océano durante el tiempo que se mantiene su fuerza, que suelen ser cientos de kilómetros. Para que se hagan una idea: imagínense un edificio como la Torre Picasso de Madrid barriendo todo entre la capital y Zaragoza, por ejemplo. Actualmente sólo se las puede seguir y detectar por el rastro que dejan en la masa de agua que puede analizarse por satélite. Especialmente activo es el Estrecho de Luzón, que parece provocar un efecto túnel que acelera el agua y forma estas olas submarinas, que muchas veces tienen “crestas” en forma de masas de agua en movimiento en superficie. Además tienen un efecto regulador en la vida submarina, ya que arrastran consigo nutrientes, masas de agua con elevada salinidad e incluso calor de las zonas costeras hacia el océano abierto, siempre más frío.