CaixaForum Barcelona reabre hasta el 27 de septiembre la exposición que ilumina los intercambios entre el surrealismo y el diseño moderno, siempre en ambas direcciones a lo largo del siglo XX hasta nuestro tiempo. Obras de arte y piezas de diseño para que el visitante entienda por qué existe ese nexo de unión que defino lo que hoy consideramos como contemporáneo. La prorrogación de la muestra en Barcelona nos permite hablar sobre el surrealismo y sus conexiones con la creación en todos los formatos.
IMÁGENES: Web CaixaForum
Nada mejor que una frase del santo patrón del surrealismo (aunque no su fundador “oficial”), Salvador Dalí, para arrancar con una exposición muy ambiciosa ideada entre Vitra Design Museum, Art Mentor Foundation Lucerne y CaixaForum: “Podemos hacer real lo fantástico, y entonces es más real que lo que existe de verdad”. El siglo XX fue la centuria de “lo real” y lo material por encima de cualquier otro siglo. Atrás quedaba la era de lo mágico y todo se transformó en maquinaria, sociedad de masas, política de masas, cultura de masas, economía maximalista. Todo fue grandilocuentemente técnico y material, incluidas las guerras, vertebradas por ideologías universalistas y en general muy apegadas a la dialéctica social y los bienes materiales. Sin embargo, también fue la centuria en la que el arte se liberó de cadenas y se atrevió a soñar sin freno. Y en especial el surrealismo, que atravesó el espejo (como Alicia) para emerger en un mundo fantástico y de ensoñación continua, de emociones, miedos y anhelos existencialistas.
Esta exposición, que estuvo abierta desde marzo y que debía finalizar en junio, ha vuelto tras el paso de la apisonadora vírica del Covid-19. Al igual que muchas otras exposiciones, que han prorrogado automáticamente su tiempo de exhibición, ‘Objetos de deseo. Surrealismo y diseño, 1924-2020’ reabre sus salas para que quienes no pudieron visitarla por el confinamiento disfruten ahora, con las medidas de seguridad reforzadas, de una muestra que reúne obras y piezas de Salvador Dalí, Gae Aulenti, Magritte, Man Ray, Claude Cahun, Achille Castiglioni, Giorgio de Chirico, Le Corbusier, Isamu Noguchi, Meret Oppenheim o Björk entre muchos otros. El núcleo de la exposición es un ambiente audiovisual y con otros soportes para unir cuatro tipos de objetos de deseo en un continuo: “Sueños de modernidad” repasa los inicios del surrealismo hasta su expansión a todas las disciplinas creativas una vez acabada la Segunda Guerra Mundial; “Imagen y arquetipo” examina el poder de los objetos como metáfora, cómo usar los objetos mundanos y cotidianos para expresar pensamientos y sueños profundos; “Surrealismo y erotismo” explora preocupaciones centrales de nuestra psique y “Sobre el pensamiento salvaje” que nace de liberar la mente y crear sin límite.
Distribución de la exposición en CaixaForum (2020)
No es casual que este movimiento se produjera poco después de que el psicoanálisis revolucionara el estudio de la mente, y que brillara en el apogeo de todas las teorías sobre el comportamiento psicológico. Tampoco que lo hiciera casi como reacción instintiva a una sociedad materialista y encorsetada donde todo parecía una gran máquina futurista. Si al neoclasicismo racionalista se le contrapuso el romanticismo, a ese materialismo encadenado (que luego derivaría en el consumismo de posguerra) se le enfrentó el deseo de soñar y fantasear con total libertad, sin fronteras, sin ataduras, sin límites, donde sólo la imaginación y el subconsciente (teóricamente más puro, auténtico y sin influencias conscientes y por lo tanto convencionales) gobernaran. Fue una contrarrevolución al mundo cambiante que descolló al terminar la Primera Guerra Mundial. Las Vanguardias, que ya habían surgido a partir de finales del siglo XIX, fueron parte de la catarsis cultural que sufrió Europa después de la guerra. Era necesario resetear la propia civilización, en manos de la misma sociedad burguesa que había provocado la guerra. Y uno de los “ismos” que más impacto tuvieron (quizás, para la cultura de masas tanto como la fotografía artística) fue el surrealismo, una deliberada inversión de todo lo convencional.
El surrealismo cambió nuestra manera de soñar y fantasear, y para el diseño supuso el fin del corsé de la funcionalidad en los objetos. No tenían que estar construidos sólo para su uso, sino ser un altavoz de nuestro subconsciente, lo que daba margen para cambiarlo todo. Como señala el arquitecto Juli Capella, una de las técnicas materiales de la expresión surrealista era cambiar las dimensiones de las formas habituales para modificar el escenario realista y alterarlo. Así, por ejemplo, surgen los labios rojos de tamaño desmesurado, las lámparas gigantes, el estricto formalismo vuelto del revés. El surrealismo recorrió el camino inverso a la Escuela de la Bauhaus, que buscó la fusión deliberada de la funcionalidad con la forma, la búsqueda de la belleza en la sencillez minimalista, pura y desprovista de todo artificio. Aquí no se trataba de ser útil, sino de ser libre por completo, con lo que para el ser humano el surrealismo resultaba ser mucho más útil que lo material. Al menos a ese nivel.
Plato de pared (1950, Piero Fornasetti)
El diseño contemporáneo nació a partir de la industrialización: una vez rotos los lazos con la artesanía (que crea piezas únicas en cada obra a pesar de seguir patrones similares), la producción en serie y en masa exigía nuevos caminos de funcionalidad para ahorrar costes y llegar al máximo de gente posible. La silla ya no debía tener ornamentos ni parecer un florero de madera y tela, sino ser estrictamente utilitarista. Todo fue mercantilizado, de tal manera que se rompió con la creatividad. El surrealismo, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, se expandió desde su rincón artístico a todos los niveles imaginables, desde el cine y la literatura hasta la publicidad, la fotografía y el diseño. Allí donde hubiera una actividad mínimamente creativa estaría presente el surrealismo, que adquirió rango de movimiento transversal una vez superada su etapa de vanguardia con André Breton y su ‘Manifiesto surrealista’ de 1924. Eso era el pasado.
La exposición trata de mostrar los caminos del arte y el diseño, que caminaron juntos ya desde un principio, pero que necesitó de la segunda catarsis violenta en Occidente (entre 1939 y 1945) para superar su burbuja inicial. En aquellos años 20 Breton compartió (a regañadientes muchas veces) la gloria con todo tipo de autores: pintores, fotógrafos, escritores, cineastas, escultores… Todos ellos utilizaron los objetos cotidianos como partes de su creación artística revolucionaria, y a su vez, el diseño, asimiló esos nuevos usos y también los valores surrealistas para llegar mucho más lejos que la mera función. No sólo eso, sino que saltaron a la propia cultura de masas. Lo onírico tomó cuerpo como algo más que un recurso en el cine, la televisión, la publicidad o la literatura. Saltaban las cadenas por todos lados, pero no era tan conocida la influencia sobre el diseño. Irónicamente el surrealismo invadió el resto de formas de expresión en plena consagración del consumismo materialista vacío de fantasía o épica.
‘Plato, taza y cucharilla forrados de piel’ (1936, Meret Oppenheimer – MoMA)
Esta exposición echa luz sobre ese doble camino inicial que se mantuvo durante décadas: si el surrealista usaba objetos tan esenciales y vacíos de entidad como teléfonos, sillas, lámparas o muebles, el diseñador se apropió de la filosofía de ruptura del surrealista. Un camino bidireccional del que se aprovechó la propia cultura de masas y de lo cotidiano, hasta el punto de que está presente en nuestro mundo del año 2020, en las lámparas y sillas que usamos a diario, en los pequeños detalles personales de cada casa, en la ropa, en la forma de nuestras casas o incluso en los cojines de Ikea.
Surrealismo: sueños, subconsciente y creación libre
El surrealismo proviene de lo que existe subyacente en la mente humana, lo básico, puro, onírico, ese algo que no se ha contagiado del convencionalismo o el racionalismo; en un principio se dirigió contra la burguesía y el capitalismo, con ínfulas trotskistas, pero que terminó estrellándose contra el socialismo porque el surrealismo libérrimo se llevó siempre muy mal con las visiones encorsetadas de la realidad. Nacido en los años 20, es una reacción al horror de la guerra y lo que entienden como la decadencia del mundo moderno industrial racionalista dominante en los 100 años anteriores. Busca una renovación a todos los niveles liberando al ser humano de ataduras sociales, materiales y políticas, y el método es la introspección del subconsciente, la exploración del mundo de los sueños y elaborar un pensamiento libre.
Entre los surrealistas, además de los sueños y la reutilización de los objetos cotidianos con nuevos significados (lo que precisamente sería el acicate del diseño contemporáneo, redefinir el objeto común), destacó la búsqueda de la chispa creativa libre: uno de sus trucos era escribir las imágenes y sentimientos que les provocaba la evocación lírica de su imaginación, sin ataduras, ni normas lingüísticas, como escribir sin pensar lo que se escribe durante un tiempo determinado. El resultado sería auténtico, surrealista, porque obedecería al Yo profundo más que al convencionalismo y las normas. Un buen resumen podría ser: “La exploración de los sueños y al libre asociación es capaz de liberar al hombre y plasmar una sociedad mejor”. Es un canto a la libertad absoluta del individuo frente a la sociedad y contra la castrante Razón como medio para, precisamente, renovar y liberar a la propia sociedad.
Porca miseria (1994, Ingo Maurer)
Breve historia del movimiento surrealista
El primero en utilizar el término fue el poeta Apollinaire en 1917, pero no sería hasta la irrupción de André Breton como autoproclamado líder del movimiento, con legendario Manifiesto incluido en 1924 como punto de partida, cuando toma naturaleza de vanguardia arrolladora. Tuvo una primera fase “Parisina” (1924-1928), a la que siguió la fase “Internacional” (1929-1945), ya sin el control de Breton, y culminó en la “III Fase” (1945-1966), en la que se expandió por todo el arte y el diseño hasta ser un lugar común en la cultura popular, desde la pintura al cine o la comedia de los Monty Python, por ejemplo. Esta longevidad lo convirtió en uno de los movimientos con más influencia y capacidad transformadora: es verdad que los surrealistas lograron cambiar (parcialmente) el mundo con su nuevo enfoque.
Entre sus precursores estuvieron, además de Apollinaire, la pintura metafísica y el dadaísmo, además de Reverdy, Cravan o De Chirico. Pero sus grandes genios históricos fueron Salvador Dalí, Magritte (quizás los dos pintores más personales y destacados del movimiento), Breton, Arp, Ernst, Masson, Miró, Tanguy, Luis Buñuel (con dos películas, ‘Un perro andaluz’ y ‘La edad de oro’, junto a Dalí), Meret Oppenheim, Giacometti, Delvaux o la diseñadora Elsa Schiaparelli. Entre los elementos técnicos figuraron la reinterpretación del sentido del objeto, la asociación libre de pensamientos profundos, el psicoanálisis freudiano (al menos en los que cargaron su mirada en la imaginación onírica, como Dalí), el concepto de la alquimia (la transformación de la esencia de los materiales para crear algo nuevo) o incluso el “muro de Leonardo da Vinci”, una técnica del renacentista para buscar asociaciones entre ideas y ser más creativo.
‘Sueño causado por el vuelo de una abeja’ (1944, Salvador Dalí – Museo Thyssen- Bornemisza)
‘La condición humana II’ (Magritte)