Ordenadores de base de carbono, en realidad musgo que opera integrado en una computadora como si fuera una parte misma de la máquina.
La biónica ya puede apuntarse otro tanto: la imitación de la naturaleza da un paso más y directamente la utiliza en una máquina: dos investigadores de Bristol (Reino Unido) y Weimar (Alemania) han construido un circuito lógico de ordenador que utiliza para funcionar las redes de tubos de moho de fango (limo) conectados entre sí para poder procesar toda la información necesaria. Es decir, utilizar la estructura interna del limo (de las formas de vida más sencillas y parasitarias, es decir, el fango de cualquier estanque) natural para poder crear una red más potente.
Andrew Adamatzy (West of England University) y Theresa Schubert (Universität Weimar) han recurrido a la fusión de las bases de silicio con la madre naturaleza para poder construir un circuito de los que componen cualquier ordenador, tal y como han publicado en la revista especializada Materials Today. No es la primera vez que se usa una base biológica para poder desarrollar máquinas, pero sí que es una forma pionera de aprovechar algo tan simplón y falto de fascinación como el limo.
Detrás del nombre burdo de fango está el Physarum polycephalum, un moho que prospera en la humedad y la oscuridad; en estado vegetativo este organismo básico crea una red natural de tubos destinados a absorber los nutrientes necesarios para crecer y expandirse. El mismo funcionamiento de una planta cualquiera pero elevado al cubo de la sencillez. Pues bien, en las ciencias de la computación, la informática a nivel superior, el minimalismo del fango es más que útil, ya que aprovecha estos tubos para crear un circuito. Estos tubos naturales, además de conseguir nutrientes, tienen también la facultad de responder ante la luz y el ambiente para así poder liberar las esporas que permiten a este moho reproducirse.
Aquí viene lo interesante: siguiendo el patrón natural, los ingenieros lograron que el moho fuera capaz de absorber tintes de distinto color para poder entender mejor su funcionamiento; a continuación fue sencillo: manipular el moho en laboratorio para que éste se expandiera de determinada forma, allí donde los investigadores querían. Una vez creada la red sólo había que modelarla para que pudiera transmitir información a través de tintes cargados de nanopartículas magnéticas. Hecho esto el moho se comportaba como un chip biológico, ya que se acoplaba a la perfección a una red más grande de silicio e interconectaba para poder crear ese circuito.
El mecanismo de funcionamiento adaptado del moho es similar al de un chip, y al no haber casi límites físicos para el moho (se le alimenta y condiciona y crecerá al gusto del laboratorio) podría crear una gran red biológica que operara como un ordenador realizando las operaciones lógicas típicas de un ente artificial. Pero es un primer paso muy primitivo: todavía hay que ser capaces de obligar al moho a realizar las operaciones binarias que son la base de las máquinas. Es el futuro, pero es un primer paso.